Los invasores de Marx

Michael Heinrich

Al castellano por Daniel N.


1. INTRODUCCIÓN

En los últimos 120 años, Marx ha sido leído y entendido de formas muy diversas. En el movimiento obrero socialdemócrata y comunista, Marx fue visto como el gran economista, que demostró la explotación de los trabajadores, el profeta que predijo el colapso inevitable del capitalismo y la inevitabilidad de la revolución proletaria. Este tipo de “economía política marxista” estaba incrustado en una cosmovisión marxista (Weltanschauung) que proporcionaba respuestas para todas las preguntas históricas, sociales y filosóficas preexistentes. Este tipo omnisciente de «marxismo» no tenía mucha utilidad analítica, pero era eminentemente adecuado como medio de propaganda y como instrumento de autoridad contra quienes cuestionaban la línea del partido. Ya en las décadas de 1920 y 1930, surgió una crítica de la izquierda a tal marxismo, pero no obstante fue sofocada por el periodo estalinista y el fascismo y no recibió audiencia en la era de la Guerra Fría. Esta situación comenzó a cambiar en la década de 1960, cuando Marx fue leído nuevamente durante el surgimiento del movimiento estudiantil y las protestas contra la Guerra de Vietnam. Surgió una Nueva Izquierda más allá del movimiento obrero clásico que se vio posicionada en dos frentes: por un lado contra el sistema capitalista global, por otro lado contra un movimiento comunista autoritario y dogmáticamente petrificado, que era visto como una fuerza que apuntalaba la dominación.

Esta nueva izquierda era de todo menos unificada. En cuanto a la crítica de la ortodoxia marxista, se puede distinguir, para simplificar fuertemente, entre dos direcciones principales. Una tendencia criticó a los sindicatos y partidos políticos de izquierda por considerar a los trabajadores como un objeto a organizar y no como un sujeto capaz de ejercer lucha y resistencia por si mismo. Los fundamentos teóricos de esta relación controladora y dominante con la clase obrera se ubicaban en el objetivismo y economicismo del marxismo tradicional. La lucha de clases, en oposición a las leyes económicas objetivas, se destacó como el motor decisivo del desarrollo social. Esto significaba que, en esta lectura particular de Marx, unos alegaban economicismo en las obras económicas “maduras” de Marx y enfatizaban aquellos pasajes que trataban sobre la lucha y las clases sociales. Tal dirección estuvo especialmente representada en la década de 1960 por la tendencia del operaismo italiano, que se extendió en la década de 1970 a otros países. Antonio Negri tiene sus raíces allí; en Alemania Occidental, fueron principalmente Karl Heinz Roth y la revista “Autonomie” quienes orientaron hacia este enfoque (cf Wright 2002 para una historia del Operaismo italiano, textos de Karl Heinz Roth se pueden encontrar en Frombeloff 1993).

Si las diversas corrientes del operaismo criticaron la ortodoxia marxista por un exceso de contemplación estructural y teórica, la segunda tendencia crítica apuntó al enfoque contrario: acusó a la ortodoxia de falta de profundidad teórica. Primero había que liberar las categorías de Marx de las contracciones dogmáticas de la ortodoxia. Además, la Crítica de la economía política de Marx debía, sobre todo, sufrir una genuina “reconstrucción”, con un énfasis central en las cuestiones sobre su método. Importantes representantes de esta tendencia en Alemania Occidental fueron Hans-Georg Backhaus y Helmut Reichelt, quienes enfatizaron que la forma-contenido de las categorías de Marx (como la del trabajo como forma del valor, en oposición a la comprensión fuertemente escorzada de este como sustancia del valor) lanzaba a los perros al marxismo tradicional (cf. Reichelt 1970 y la colección de artículos en Backhaus 1997). Es así que  marxismo tradicional fue capaz de aprehender el capitalismo como una relación de explotación, mientras que la forma específica de esta explotación que lo distinguía de todos los modos de explotación precapitalistas permaneció en gran medida eclipsada para él.

Utilizando este análisis de las formas como punto de partida, varios debates se iniciaron en Alemania Occidental en la década de 1970, como el debate sobre la «Derivación del Estado» (Staatsableitungsdebatte), un debate sobre el «Mercado Mundial» con categorías de valor como punto de partida, y varios intentos de un “análisis real” del movimiento actual del capital (cf. revistas como PROKLA). La llamada “Wertkritik”, impulsada por Robert Kurz y la revista “Krisis” en Alemania desde principios de los 90, así como el conocido estudio de Moishe Postone “Time, Labor, and Social Domination” (1993), ambos asentaron sus raíces en las ideas analíticas de la forma de la década de 1970. Los debates de la década de 1970 también se vieron animados por varios intentos de modernización del marxismo tradicional, como por ejemplo el de Wolfgang Fritz Haug. Una forma contemporánea del marxismo tradicional que se ha modernizado en ciertos aspectos es la de Alex Callinicos, que ha encontrado cierta resonancia sobre todo en el movimiento antiglobalización.

Las fortalezas y debilidades de las dos corrientes críticas esbozadas aquí de manera muy simplificada son en gran medida complementarias. Mientras que el operaismo exhibió cierta superficialidad respecto de las categorías marxistas del valor, un desconocimiento de conceptos como forma-valor o fetichismo, así como una visión un tanto idealizada de las luchas contemporáneas, la otra tendencia, enterrada tras sus trincheras teóricas, se quedó rezagada en su compromiso con las clases sociales y sus luchas. Esto fue especialmente problemático cuando se ignoraron los límites del desarrollo categórico en un intento de derivar todos los elementos decisivos del estado, la sociedad y la conciencia de las categorías fundamentales de la crítica de la economía política.

 

2. Las exigencias de una lectura contemporánea de Marx

La obra marxista es un cuerpo gigantesco de trabajo teórico fragmentado. No solo consta de obras inéditas e inacabadas; El propio programa de investigación de Marx quedó en gran parte incompleto. Sobre todo, el desarrollo teórico de Marx no es continuo, sino que en gran parte está constituido por numerosas rupturas. Por lo tanto, no se puede considerar a Marx como una cantera de donde extraer citas, ni se puede, sin tener en cuenta el contexto, hacer pasar ciertos textos como «LA» posición de Marx. Pero ese es a menudo  el método común tanto entre marxistas como entre críticos de Marx. Muchos críticos del tradicional “marxismo como cosmovisión del mundo” (Weltanschauungsmarxismus) han subrayado así la imposibilidad de destilar una teoría del “materialismo histórico” de la mera página y media de observaciones sobre las fuerzas de producción y las relaciones de producción del prefacio de 1859 de la “Contribución a la crítica de la economía política”. Pero muchos marxistas “no dogmáticos” también tratan de manera igualmente acrítica los textos que les favorecen. Las renombradas “Tesis sobre Feuerbach” de 1845, que fueron publicadas por primera vez por Engels después de la muerte de Marx, se consideran comúnmente como el documento fundacional de una nueva ciencia de la sociedad y la historia. Y la undécima tesis (“Los filósofos sólo han interpretado el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”) se utiliza con deleite como último argumento contra los adversarios que parecen teorizar demasiado. No se tiene en cuenta el hecho de que las “Tesis” fueron garabateadas en un cuaderno por Marx en el marco de un debate con ciertos filósofos (los  “jóvenes hegelianos”), y que nunca más hizo un uso específico de ellas. También se olvida con gusto, especialmente en el caso de la undécima tesis, que en ningún otro lugar de Marx se puede encontrar una tensión, por no hablar de una exclusión mutua, entre “interpretación” y “transformación” (cf. Heinrich 2004 para una investigación crítica en el “Tesis sobre Feuerbach” y el uso que se hizo de ellas). Una práctica igualmente superficial se puede observar con respecto a otros textos, como la famosa “Introducción” de 1857 que a menudo se utiliza como “clave” metódica de “El Capital”, que apareció diez años después y en un nivel bastante diferente de conciencia teórica.

Una lectura seria de Marx no solo debe tomar en serio el contexto de los textos, también debe cuestionarse los juicios preconcebidos sobre la teoría marxista, mediados por la academia, los medios de comunicación y el trato que les dan los mismos “marxistas”, comenzando por el “-ismo”. Contrariamente al discurso ampliamente difundido de un “sistema marxista”, Marx no solo se declaró bruscamente no marxista, sino que en sus “Notas sobre Wagner” también cuestionó la acusación de que había creado un “sistema socialista”.

La estrechez de miras y las distorsiones de los constructores del sistema marxista, especialmente de muchos “marxista-leninistas”, eran demasiado flagrantes. Es por ello que hoy en día apenas hay marxismos sin un apéndice que los acompañe: solo encontramos marxismos «no dogmáticos», «abiertos», «pluralistas» u otros similares. Pero todos estos bonitos atributos no pueden encubrir el hecho de que la construcción de un “-ismo” exige un criterio de distinción, que debe ser dogmáticamente establecido o sino será tan vago e indefinido que ya no dirá nada.

También son muy problemáticas las construcciones histórico-filosóficas (geschichtsphilosophischen). Tales construcciones suponen que los desarrollos históricos han producido una posición privilegiada desde la cual no solo el pasado, sino también la futura progresión de la historia es transparente. El desarrollo futuro estaba sujeto a diferentes predicciones (el proletariado en constante crecimiento y cada vez más consciente de la derrota de la burguesía en un acto revolucionario, el capitalismo en crisis y colapso final, las potencias imperialistas destrozandose en guerras), presentándose en todos los casos como el resultado inevitable de unas leyes históricas objetivas. Tales filosofías de la historia (Geschichtsphilosophien) aún no se han extinguido. También hoy podemos encontrar teorías de un “colapso final” del capitalismo, de un inevitable desarrollo de la historia. Los pronósticos de tales filosofías de la historia han sido continuamente desacreditados hasta ahora. Pues se basan en la noción de ver los desarrollos históricos contemporáneos como absolutos, sin considerar la enorme flexibilidad y el potencial de integración de un capitalismo desarrollado.

Si el capitalismo llegase a su fin, difícilmente lo haría como resultado de tendencias que operan automáticamente, sino más bien porque la gente se cansaría de mantener eternamente sus demandas y decidiría conscientemente acabar con él. Se pueden encontrar construcciones histórico-filosóficas en Marx, pero sobre todo en las obras del joven Marx de los “Manuscritos parisinos” y del Marx del período medio del “Manifiesto Comunista”. En “El capital”, sin embargo, se pueden rastrear algunos restos, pero ya no juegan ningún papel decisivo para el cuerpo teórico.

 

3. ”Promedio Ideal” y Manifestación Histórica

Quien emprenda una lectura de “El Capital” deberá, ante todo, tomar nota de qué es lo que Marx está retratando: Marx usa muchos ejemplos del capitalismo inglés contemporáneo, pero ese no es el objeto de estudio en “El Capital” y tampoco lo es el “capitalismo competitivo del siglo XIX”, como sugirió Lenin (y que Lenin intentó complementar con una teoría del capitalismo monopolista). Más bien, Marx está tratando de describir las conexiones fundamentales del capitalismo o, como dijo Marx al final del volumen III de “El Capital”, la “organización interna del modo de producción capitalista en su promedio ideal” (El Capital III, Progreso). Editores, pág. 831). Marx no se preocupa por un capitalismo particular empíricamente existente, sino por las estructuras que yacen en el corazón de cada capitalismo particular. Marx, por lo tanto, argumenta en un nivel extremadamente alto de abstracción, pero es por esa misma razón que podemos encontrar algún uso para «Capital» hoy. Al menos en su intención, el análisis marxista no se ocupa únicamente del siglo XIX. Por esta razón, uno no tiene que sacar primero a Marx de sus vínculos con el siglo XIX, como sugirieron Karl Heinz Roth y muchos otros. En algunos aspectos, incluso se podría decir que “El Capital” tiene más aplicabilidad en los siglos XX y XXI que en el XIX.

Algunos de los mecanismos centrales de la dinámica capitalista analizados por Marx se desarrollan por primera vez en su plenitud en el siglo XX, como la “producción de plusvalía relativa”. La expansión de plusvalía a través de la reducción del valor de la fuerza de trabajo como resultado de la reducción del valor de los medios de subsistencia pudo afianzarse primero después de que el consumo mismo fuera ampliamente capitalizado, lo que sucedió por primera vez en el siglo XX. El control del movimiento de acumulación a través del sistema financiero y crediticio, que Marx examinó en el tercer volumen de “El Capital”, se da por primera vez a nivel mundial durante el último cuarto del siglo XX. Pero el alto nivel de abstracción en “El Capital” tiene un precio. Retratar el modo de producción capitalista al nivel de su promedio ideal también significa que la intención no es un análisis del modo de producción capitalista en sus manifestaciones concretas en el espacio y el tiempo. Tal análisis tampoco consistiría simplemente en complementar las leyes generales con datos concretos. El modo de producción capitalista no existe al nivel de un “promedio ideal”; siempre está incrustado en una red social y política concreta, y siempre posee un carácter histórico.

La diferencia entre el promedio ideal analizado por Marx y la manifestación concreta del modo de producción capitalista se tiende a ignorar con frecuencia e inaceptablemente. Por un lado, por algunos marxistas, en el sentido de que restan importancia a la diferencia, disolviéndola en diferencias históricas en última instancia insignificantes frente a una constancia inmutable de la explotación capitalista, o en el sentido de que intentan “derivar” cada acontecimiento social de las categorías económicas fundamentales. Por otro lado, por algunos opositores de Marx, quienes usan cariñosamente esta diferencia como un argumento contra la teoría marxista, pues dado que la realidad difiere de la teoría, debe haber algo mal en la teoría.

En un pasaje de su libro, Roth también argumenta en esta línea. Critica así el concepto de Marx del “trabajador doblemente libre”. Los trabajadores, según Marx, deben ser jurídicamente libres para vender su fuerza de trabao al capital, pero también deben estar libres de la propiedad de los medios de producción y subsistencia, para que estén obligados a hacerlo. Roth establece que estas circunstancias existen a lo sumo en la metrópoli capitalista, mientras que nunca fueron dominantes en la periferia, ya que muchas relaciones capitalistas de explotación se basan en un trabajo no libre, sino violentamente compulsivo. Lo que Marx describe en “El capital” son los aspectos estrictamente capitalistas del capitalismo, es decir, lo que diferencia este modo de producción de todos los modos de producción precapitalistas. Uno de ellos es que la explotación puede llevarse a cabo sin que deba existir una relación directa de fuerza entre explotadores y explotados. La fuerza puede limitarse a la “fuerza sin sujeto” (cf. Heide Gerstenberger 2006) del estado burgués, que obliga a la burguesía y al proletariado a obedecer las mismas reglas: cada persona es libre e igual, la propiedad está asegurada, la forma de asociación es el contrato, y su incumplimiento está amenazado con sanciones.

Las relaciones de explotación entre partes desiguales y la explotación de los no libres existen en todos los modos de producción precapitalistas. Pero el hecho de que no haya una contradicción necesaria entre la libertad personal y la igualdad jurídica por un lado y la explotación por el otro es principalmente nuevo. Pero el capitalismo histórico no coincide con este promedio ideal, y es más bien una aglomeración de elementos capitalistas y no capitalistas. El asunto es que para analizar estas conexiones, en lugar de simplemente describirlas, uno debe tener un concepto de lo que es un el «capitalismo».

Estas consideraciones no pretenden rechazar abstractamente todas las críticas a la teoría marxista. Que Marx pretendiera analizar el promedio ideal del modo de producción capitalista no significa que lograra hacerlo en todos sus aspectos. Uno debe verificar constantemente si Marx en este o aquel punto ha aterrizado o no en un fenómeno temporal al que ha imputado el estatus de un aspecto esencial del modo de producción capitalista. Tal es el caso de la afirmación de Marx de la existencia necesaria de una mercancía-dinero: tal mercancía-dinero no necesita necesariamente circular como dinero, pero aún así debe servir como una especie de ancla para todo el sistema monetario y crediticio. Es evidente que esto no es así desde el colapso del sistema monetario de Bretton Woods, donde las monedas individuales estaban ligadas al dólar y el dólar a su vez estaba ligado al patrón oro (cf. hasta este punto Heinrich 1999, pp. 233-40 y pp. .302-305).

 

4. Desarrollo de las Categorías

Al leer “El Capital”, no sólo se debe tener en cuenta el nivel de abstracción del texto, sino también su construcción. La secuencia de las categorías no es en modo alguno arbitraria ni está orientada según consideraciones didácticas. Marx “desarrolla” categorías, es decir, intenta dejar en claro que las categorías en un nivel de descripción son necesariamente incompletas y por lo tanto requieren categorías adicionales, o que el nivel en el que ha argumentado hasta ahora debe ser superado. La progresión de la presentación en sí transmite de este modo información particular sobre lo que se está retratando. Esta información solo está completa cuando se ha llegado al final de toda la presentación.

El análisis que hace Marx en “El Capital” no se puede consumir como un “aperitivo”, hay que tomar todo el menú. Si uno rompe partes de la presentación, entonces tiene algo que no solo está incompleto, sino que está distorsionado. Uno debe tener en cuenta los tres volúmenes de “El Capital” si desea hacer algún uso de él. Por eso Marx resistió durante mucho tiempo la presión de Engels de publicar al menos el volumen uno de “El Capital”, aunque aún no hubiese terminado el resto. Finalmente accedió, pero lo hizo solo porque creía que terminaría los otros volúmenes en un año, lo que resultó ser un grandioso error.

No fueron sólo los marxistas tradicionales quienes se concentraron únicamente en el primer volumen de “El Capital”. Parecía que todo lo importante ya estaba contenido allí: la teoría del valor trabajo, las explicaciones de la explotación, la plusvalía, la acumulación y, al final, una perspectiva breve (altamente especulativa) sobre el próximo fin del capitalismo. Hasta el día de hoy, la recepción del volumen uno sigue siendo predominante. Eso tiene consecuencias considerables. Implícito en la descripción del “desarrollo” está que constantemente resurgen toda una serie de temas, es decir, en diferentes niveles de argumentación. La acumulación, por ejemplo, no juega un papel único en el primer volumen; emerge de nuevo, diversamente determinado, en el segundo y finalmente en el tercer volumen. Uno se queda corto si intenta comprender la acumulación en el nivel de determinación del primer volumen. El caso es similar con el fetichismo, que no se limita únicamente al fetichismo de la mercancía del primer capítulo. El examen del fetichismo impregna los tres volúmenes y culmina finalmente en la “Fórmula trinitaria”, que se analiza al final del volumen tres: la naturalización del modo de producción capitalista no solo como fundamento de las estructuras de la conciencia cotidiana, sino también de la economía burguesa.

 

5. Clases y luchas de clases 

Sin considerar la construcción categórica de la crítica de la economía política, la teoría marxista de las clases no puede comprenderse adecuadamente (cf. Heinrich 2006, capítulo 10.3). En su mayor parte, las clases sociales en «El Capital» solo se tratan de manera incidental, no sistemática. Esto llevó al malentendido de que las clases y las luchas no juegan un papel importante en el “Capital”, que la preocupación principal son las estructuras y las tendencias objetivas. Según se considere esta percepción, las clases y las luchas se oponen a las estructuras objetivas, o se enfatizan los pasajes sobre las luchas (la lucha por los límites de la jornada laboral, las luchas de fábrica) para dejar claro que la lucha de clases es también una tema importante en “El Capital”. En ambos casos, se oscureció la construcción total de la argumentación de Marx. En el primer volumen, Marx hace uso de una definición estructural muy estrecha de clase, diferenciando entre quienes disponen de los medios de producción y quienes no. En el marxismo tradicional, esta simple construcción sirvió como determinación suficiente de “burguesía” y “proletariado”, pero se olvidó una diferenciación crucial de esta sencilla construcción, pues por encima de todo, la dominación de clase se entendía con frecuencia como la dominación personal y deliberada de un grupo sobre otro. Con tal lectura, “El Capital” se reduce al nivel del “Manifiesto Comunista” escrito veinte años antes, cuando Marx practicaba una especie de aplicación alternativa de las categorías previamente existentes de la economía burguesa, en lugar de la crítica a dichas categorías.

Las relaciones personales de dominación son típicas de las sociedades precapitalistas. Pero la forma de dominación específicamente capitalista está mediatizada por las cosas. En tanto las personas se relacionan con los productos de su trabajo como mercancías y con los medios de producción como capital, constituyen una lógica objetiva particular de las cosas a través de su propia actividad (las mercancías deben venderse y el capital debe valorizarse) que luego los confronta como una racionalidad aparentemente objetiva. La dominación de clase capitalista es el resultado inconsciente e involuntario de esta lógica objetiva, lo que no necesariamente excluye que esta dominación de clase pueda ser buscada consciente e intencionalmente, solo que este no es el factor decisivo. 

Con esto en mente, la teoría del monopolio de Lenin (aparte de sus particulares déficits teórico-económicos, como la confusión del crecimiento en tamaño de las empresas particulares y la reducción de su número con la monopolización, lo que sugiere un cambio fundamental en la forma de mediación económica) es una regresión decisiva de la crítica marxista de la economía política: las relaciones económicas de poder impersonales se disuelven en relaciones personales, en lugar de la ley del valor, los «señores del monopolio» imponen su voluntad a la sociedad, la lógica objetiva de las cosas ya no juega ningún papel. Algunas tendencias en el operaismo también tienden a reducir la dominación objetiva y mediada a la dominación deliberada de una clase social, como los muchos debates de la década de 1970 donde se hablaba de la «crisis» en términos de una «respuesta» intencionada de los capitalistas a las luchas de los trabajadores. 

En el capitalismo de la periferia, las relaciones personales y deliberadas de dominación juegan un papel mucho más importante, debido a la superposición de modos de producción capitalistas y precapitalistas. Para analizar estas relaciones mixtas, se necesita un concepto claro de dominación de clase capitalista impersonal. Una presentación categórica no puede comenzar con tal concepción de la dominación de clase. Este último debe surgir como resultado del primero. Por eso, el capítulo sobre las clases pretendido por Marx no se sitúa al principio, sino al final de “El Capital”.

La dominación objetivamente mediada acompaña al «fetichismo que se adhiere a los productos del trabajo, tan pronto se producen como mercancías” (Capital. Vol. I [Penguin], p. 165). El fetichismo aquí no significa simplemente una forma «falsa» o manipulada de conciencia. Más bien, el problema es más una forma espontánea de considerar una práctica particular: cuando la actividad de los agentes sociales está mediada por cosas,  las cosas adquieren propiedades sociales. Todas las clases sociales se someten a este fetichismo que emerge de la práctica social. No existe, pues, un lugar privilegiado que ofrezca una visión penetrante del funcionamiento del capitalismo, ni la de los capitalistas, que solo se preocupan por la valorización del capital, ni la de los trabajadores que son directamente explotados por el capital. Nada se gana tomando el “punto de vista de los trabajadores”. La lucha de clases se desarrolla inicialmente dentro del marco capitalista, por lo que la primera prioridad para los explotados es (necesariamente) la de asegurar su situación material y jurídica en el marco de la explotación.

Que existan luchas contra el capital no significa automáticamente que estas luchas sean inherentemente anticapitalistas. La lucha contra el propio capitalismo es una excepción histórica. Sobreestimar estas luchas es una tendencia en el Operaismo. Karl Heinz Roth también se adhiere a la noción de que uno no puede deducir automáticamente que la “subclase global” tarde o temprano se rebelará contra el sistema capitalista, pero por otro lado escribe que “sin duda podemos asumir que para las clases globales subalternas, la abrumadora mayoría de 6.400 millones de personas, el capitalismo ha perdido su legitimidad”. (Roth 2005, pág. 62). Con toda probabilidad, la mayoría de estos 6.400 millones de personas no plantean ninguna pregunta sobre el capitalismo como tal, sino que simplemente y llanamente intentan sobrevivir. Sin embargo, aquellos que no aceptan su situación, sino que cuestionan sus orígenes, llegan a conclusiones muy diversas, que van desde la naturaleza injusta de la humanidad en su conjunto hasta la incompetencia de gobiernos particulares, la codicia de capitalistas y bancos particulares, o los judíos (sustituyendo a estos en algunos países asiáticos por los comerciantes chinos). Rara vez se responsabiliza al capitalismo mismo; en ese caso, en algunos países del Tercer Mundo y de Europa del Este, incluso se pueden encontrar deseos de un capitalismo “apropiado”, que funcione sin codicia, violencia o corrupción.

 

6. El sistema capitalista mundial

Autores como Antonio Negri o Karl Heinz Roth asumen correctamente que el capitalismo sólo puede ser analizado como un sistema global. Marx ya tenía esta perspectiva cuando argumentó en “El Capital” que el mercado mundial “es la base y el elemento vital de la producción capitalista” (Capital Vol. 3 [Progress Publishers], p.110). La pregunta es, sin embargo, cómo se debe analizar el sistema mundial capitalista. Muchos marxistas vieron en “El capital” el retrato de un capitalismo limitado al marco de un solo Estado-nación, al que se sumaría la teoría del mercado mundial. Como tal, la secuencia categórica (originalmente la intención de Marx era que los libros sobre el Estado y el mercado mundial siguieran al libro sobre “El capital”) se ve como una consecuencia del análisis de «El Capital». Pero una economía nacional tiene como condición previa la demarcación de otras economías nacionales (mediadas por el estado). Sin el mercado mundial, una economía nacional no puede analizarse adecuadamente. En “El capital” no encontramos ya el análisis de una economía nacional, sino más bien las condiciones previas categóricas para investigar una economía nacional y el mercado mundial.

En la tradición marxista, este vacío teórico suele llenarse con la teoría del imperialismo, sin embargo, la teoría del imperialismo de Lenin en particular está muy por detrás de las ideas de la crítica marxista de la economía política. Las insuficiencias de la teoría del capitalismo monopolista ya fueron insinuadas anteriormente. Complementariamente a éstas, se encuentra una teoría económicamente abreviada del estado, que todavía es popular hoy en día en varias formas: el estado se reduce al estatus de ser el “instrumento” de los “monopolios”, cuyos intereses económicos internacionales deben imponerse o asegurarse. Oculto por esta simple visión del estado como un “instrumento” está el hecho de que los intereses capitalistas comunes (diferentes y más concretos que el interés común de mantener el modo de producción capitalista) no son de ninguna manera preexistentes ni están a la espera de la oportunidad de ser implementados. Estos intereses para ser definidos e implementados, tienen que ganar apoyo, necesitan hegemonía social, procesos en los que el estado juega un papel decisivo, pero no como un mero “instrumento”.

Con esto en mente uno debería abandonar rápidamente los escorzos económicos de las teorías clásicas del imperialismo, pero no toda desviación de las teorías del imperialismo logra trascenderlas. En su libro “Imperio”, Hardt y Negri ya enfatizan la diferencia con las teorías clásicas del imperialismo en el título. Pero su única crítica a las teorías del imperialismo consiste en afirmar que estas “ya no son” válidas, que los estados-nación han perdido su papel decisivo en el proceso de globalización. Por lo tanto, no se critica en absoluto al economicismo tradicional, sino que se afirma la existencia de un estado de cosas supuestamente más nuevo, incluso más incierto. Por lo tanto, no se entrega una crítica real de los déficits de la teoría del imperialismo.

Karl Heinz Roth destaca como importante el carácter “depredador” de la acumulación contemporánea, que apunta a pagar a las fuerzas de trabajo menos que sus costos de reproducción. David Harvey (2003) también tiene en mente una especie de economía del robo con su teoría de la “acumulación por desposesión”, que se aplica no solo a las fuerzas de trabajo, sino también a la apropiación de los recursos de países extranjeros, ciertas actividades de los bancos, los escándalos de los intercambios financieros, etc. Ambos acusan a Marx de ubicar tales mecanismos únicamente en la historia temprana del capitalismo, la “acumulación primitiva”, subestimando así su relevancia contemporánea. Pero a Marx le preocupaba la diferencia entre la constitución histórica de las condiciones previas para la relación de capital y la reproducción de estas condiciones dentro de la relación de capital ya existente. Que las tendencias “depredadoras” afloren cuando se capitalizan nuevos territorios, o que toda crisis pone en entredicho el nivel de reproducción ya alcanzado, ya lo vio Marx. Pero cuando esto sucede bajo condiciones capitalistas ya desarrolladas, entonces debe plantearse la pregunta de cómo tales procesos de expropiación están mediados por la ley del valor, si uno no quiere quedarse en el nivel de la mera observación de las apariencias.

Aquí, Roth y, sobre todo, Negri se apresuran un poco con su alejamiento de la teoría del valor marxista. Es evidente, por encima de todo, con Hardt y Negri que esta desviación se basa en un simple acto de equiparar el «trabajo abstracto» que constituye valor con el trabajo de fábrica temporal y mensurable. Como este último parece reducirse, se alega que la teoría del valor marxista pierde su base. Pero el concepto de Marx de “trabajo abstracto” no es en absoluto idéntico a un tipo particular de gasto laboral, sino más bien a una categoría de mediación social: apunta al carácter específicamente social del trabajo privado, productor de mercancías, independientemente de si esta mercancía es o no, un tubo de acero o un trabajo de cuidados en un asilo de ancianos.

La teoría marxista del valor no es en sí una teoría sobre la distribución de la riqueza social, sino más bien una teoría sobre la constitución de la totalidad social bajo las condiciones de la producción capitalista de mercancías y, como tal teoría es, al contrario que todas las acusaciones de ignorantes, de ninguna manera obsoleta.

El poder económico del capital: Sobre el valor y la clase

Søren Mau

Al castellano por Miro Solo, para Translatoriac.


1. INTRODUCCIÓN

En este artículo presentaré partes del proyecto de doctorado en el que estoy trabajando. El tema de este proyecto es el poder económico del capital, es decir, los procesos y mecanismos a través de los cuales la lógica del capital se reproduce como “poder económico que lo domina todo” (28/44). Mediante un compromiso crítico con la crítica de Marx a la economía política, el proyecto intentará contribuir al desarrollo de un aparato teórico que nos permita comprender mejor cómo la lógica del valor autovalorizante reproduce su control sobre la reproducción social.

El capitalismo llegó al mundo “chorreando sangre y lodo por todos los poros, de la cabeza hasta los pies”, como lo expresó Marx en El capital (35/748). Fue necesaria gran violencia para despojar a los campesinos y forzarlos “a la disciplina requerida para el sistema salarial” (35/726). Una vez establecida, sin embargo, la coerción física directa dejó de ser el medio primario por el cual se reproducen las relaciones de producción. Como dice Marx:

La muda compulsión de las relaciones económicas sella el dominio del capitalista sobre el trabajador. La violencia extraeconómica e inmediata [Außerökonomische, unmittelbare Gewalt] se sigue aplicando con toda seguridad, pero sólo en casos excepcionales. En el funcionamiento ordinario de las cosas, ya puede abandonarse al trabajador a las «leyes naturales de la producción», es decir, a su dependencia del capital, una dependencia que surge y está garantizada a perpetuidad por las propias condiciones de producción. (35/726)

En cierto sentido, mi proyecto de doctorado es un intento de comprender este pasaje. ¿Qué es esta “muda compulsión”, cómo se distingue de la “violencia extraeconómica” y qué significa que la dependencia del trabajador “surge de” y está “garantizada” por las “propias” condiciones de producción?

La idea de Marx es que el capitalismo involucra una forma específica de poder económico — una forma de poder que es abstracta, impersonal y estructural. Mi afirmación es que esta forma de poder ha sido descuidada en la tradición marxista. En el marxismo tradicional de la era de la Segunda Internacional, se sostenía que las relaciones de producción estaban determinadas por las fuerzas productivas, que a su vez se suponía que poseían una tendencia inmanente al desarrollo. Esto equivale a una naturalización y, por tanto, a una despolitización de la economía. Subsecuentes marxistas invirtieron esta relación e insistieron en la primacía de las relaciones de producción. Esto no dio como resultado, sin embargo, una explicación satisfactoria del poder económico. Ha habido, y todavía existe, una tendencia a tratar el poder en términos de la distinción entre violencia/coerción/dominio e ideología/consentimiento/ hegemonía, una distinción que a menudo se ha tomado por exhaustiva implícitamente [1]. Esto ha llevado a enfocarse en el Estado y la ideología como las instituciones y los mecanismos primarios a través de los cuales se ejerce el poder. El poder coercitivo del Estado, así como las formas ideológicas que surgen de las relaciones capitalistas de producción, son, por supuesto, parte integral del capitalismo y necesarias para la reproducción de las relaciones de producción. Pero no son las únicas formas de poder en el capitalismo. La “muda compulsión” del poder económico es otra cosa: no se puede reducir ni a la violencia ni a la ideología.

Una teoría del poder económico debe tomar como punto de partida el constante rechazo de Marx a la despolitización de la economía. La economía debe entenderse como un sistema de poder [2]. Muchos críticos de Marx no reconocen esto. Foucault, por su parte, pensaba que “la obra de Marx es un tipo de teoría económica ricardiana” y sostuvo que “mientras que al sujeto humano se le sitúa en relaciones de producción y de significación, se le sitúa  igualmente en relaciones de poder que son muy complejas” — como si las relaciones de producción no fuesen relaciones de poder [3]. La crítica de Poulantzas a él (y a Deleuze) va entonces directo al punto: “El proceso económico es lucha de clases, es por lo tanto relaciones de poder” [4].

 

2. TEORÍA DE LA FORMA-VALOR

Por supuesto, hay algunas excepciones importantes a esta tendencia a descuidar el poder económico del capital en la tradición marxista (o marxiana/marxológica, si se quiere). Una es el marxismo político, y especialmente el trabajo de Ellen Meiksins Wood. Ella enfatiza constantemente que “[la c]oerción en las sociedades capitalistas se ejerce (…) indirecta e impersonalmente por las compulsiones del mercado”[5]. Wood tiene muchas cosas buenas que decir al respecto, pero aquí no me enfocaré en el marxismo político – en cambio, echaré un vistazo a otra tradición marxista que también ha logrado sacar a la luz algunos de las operaciones del poder en el capitalismo: la llamada Teoría de la Forma-Valor (TFV), una categoría amplia y algo imprecisa que abarca corrientes como la Neue Marx-Lektüre (por ejemplo, Backhaus, Reichelt, Heinrich, Elbe), la Dialéctica sistemática (por ejemplo, Arthur, Smith, Reuten), la Wertkritik (por ejemplo, las revistas krisis y Exit!, Kurz, Scholz, Jappe) y estudiosos como Rubin, Rosdolsky, Bonefeld, Postone y Murray.

Los estudiosos de esta tradición han enfatizado la forma específica de poder abstracto, impersonal y estructural que surge como resultado de la universalización de la forma mercancía. En su concepción del poder económico en el capitalismo, el valor ejerce una dominación universal a la que todos están sujetos: un poder que trasciende las diferencias de clase. El poder del capital no es el dominio de una clase sobre otra, sino el dominio de todos por las estructuras sociales de una sociedad en la que las relaciones sociales están mediadas por cosas [6]. 

A continuación, presentaré una valoración crítica de esta comprensión del poder económico del capital. Argumentaré que la TFV ha generado muchos conocimientos valiosos sobre la naturaleza del poder capitalista, pero también que ésta no proporciona una comprensión adecuada del poder económico del capital. El rechazo del poder de clase, argumentaré, resulta en una comprensión abstracta y unilateral de las relaciones de poder en el capitalismo. 

Uno de los grandes méritos de la TFV es su énfasis en el hecho de que Marx estaba involucrado en una crítica de la economía política, y no en la construcción de una teoría económica que pudiera competir con la economía política clásica. La teoría del valor no es una teoría de los precios, sino un análisis crítico de las relaciones sociales en una sociedad en la que la mercancía es la forma social general de los productos del trabajo. El valor es un concepto diseñado para capturar las determinaciones de la forma social del trabajo en el capitalismo [7].

Entonces, ¿qué es esta forma social del trabajo? En primer lugar, es que el trabajo es privado e independiente. La falta de una organización central de la división del trabajo y la producción total de la sociedad antes del proceso de producción significa que el mercado pasa a ocupar la función de regulación y asignación del trabajo social. Los productores solo entran en contacto entre sí en el mercado, donde intercambian sus productos. Al hacerlo, en la práctica reducen los diversos trabajos concretos gastados en el proceso de producción a trabajo abstracto y homogéneo. El valor es, pues, una forma de “socialización retroactiva [nachträgliche Vergesellschaftung]”, como lo llama Heinrich, [8]. en el capitalismo, la organización social de la producción toma la forma de un proceso de “validación” del mercado mediante la reducción de todo el trabajo a trabajo abstracto, un proceso que tiene lugar después del proceso de producción. El carácter privado del trabajo en el capitalismo es, por tanto, una forma específica de organizar la interconexión social de los diferentes procesos laborales.

 

3. LA DESAPARICIÓN DE LA CLASE

El modelo de poder que prevalece en la TFV es esencialmente feuerbachiano. La analogía entre el dominio de la economía y la inversión religiosa de sujeto y objeto es trazada por el propio Marx, no solo en sus primeros escritos, sino también en manuscritos de la década de 1860: “Así como, en la religión, el hombre está gobernado por los productos de su propio cerebro, así en la producción capitalista está gobernado por los productos de su propia mano” (35/616; Cf. también 32/409, 34/398).

El poder del valor se entiende así como la osificación de las estructuras sociales, que conduce a la transformación de estas últimas en un “poder ajeno” al que se enfrentan los miembros de la sociedad. En consecuencia, el poder del capital no debe entenderse como la dominación de una clase sobre otra, sino como “la auto-dominación del trabajo”[9]. La concepción de Postone de las relaciones de poder capitalista es representativa para la mayoría de la TFV:

La dominación social en el capitalismo no consiste, en su nivel más fundamental, en la dominación de las personas por otras personas, sino en la dominación de las personas por las estructuras sociales abstractas que las personas mismas constituyen. Marx trató de captar esta forma de dominación estructural abstracta, que abarca y se extiende más allá de la dominación de clase, con sus categorías mercancía y capital. (…) La forma de dominación social que caracteriza al capitalismo no es en última instancia una función de la propiedad privada, de la propiedad por parte de los capitalistas del excedente del  producto y de los medios de producción; más bien, se basa en la forma valor de la riqueza misma [10].

La forma de poder que implica la forma valor se caracteriza como abstracta, semejante a una cosa, impersonal y estructural. Es abstracta porque el capital es el movimiento autorreferencial de abstracciones reales materializadas, es decir, el dinero y las mercancías. Es impersonal porque este poder no somete a las personas a una persona específica o un grupo específico de personas, sino  al capital como “el sujeto automático”. Las personas concretas son sólo personificaciones de funciones sociales. Es semejante a una cosa en el sentido de que es el movimiento de cosas (mercancías y dinero) en el mercado lo que gobierna a las personas. Es estructural, porque este poder es una consecuencia de la estructura social básica de producción en el capitalismo, es decir, el hecho de que la producción tiene lugar de forma privada e independiente y está mediada por el mercado. 

Esto se opone a las formas de poder predominantes en los modos de producción precapitalistas, que principalmente tomaron la forma de la coerción directa y “extraeconómica” y de relaciones de dependencia personal. El esclavo o el campesino feudal estaba inmerso en redes de dependencia personal sostenidas por (la amenaza de) la violencia, mientras que el “trabajador libre” en el capitalismo está gobernado por un sistema de abstracciones económicas.

La desaparición de la clase ya era visible en la obra de Adorno, quien es, junto con Rubin, el antecesor más importante de la TFV. Aunque señaló que “la relación de intercambio está en realidad preformada [präformiert] por la relación de clase”,[11]. la tendencia general en sus obras es enfatizar que “todos deben someterse a la ley del intercambio”[12]. Con Reichelt y Backhaus, ambos estudiantes de Adorno, las clases simplemente salen del cuadro [13]. Las generaciones posteriores de pensadores dentro de “la Nueva Lectura”, como Heinrich y Elbe, son más explícitos sobre este asunto. Elbe, Ellmers y Eufinger sostienen que el capitalismo se caracteriza por “el dominio de las estructuras sobre todos los actores de la sociedad burguesa”[14].

El ataque más agresivo al concepto de clase proviene de la tradición de la Werkritik [15]. Kurz y Lohoff argumentan que “[l]a forma mercancía y el fetiche incorporado en su núcleo productivo son las categorías esenciales reales [die wirklichen Wesenskategorien] de la relación capital: las clases y la lucha de clases son las apariencias superficiales de esta esencia” [16]. Según ellos, la relación entre trabajador y capitalista es simplemente una relación de mercado entre propietarios de diferentes tipos de mercancías, y la clase trabajadora es simplemente la máscara o la personificación del capital variable [17]. Jappe defiende la misma perspectiva: la “contradicción real, fundamental” en el capitalismo es la que existe entre “el valor y las actividades y necesidades sociales concretas”, y el antagonismo de clase es simplemente una forma “derivada” de esta contradicción primaria [18]. Postone también afirma que la dominación de clase es “una función de una forma “abstracta”  superordinada de dominación”[19].

Heinrich es, como suele ser el caso, más matizado que otros teóricos de la forma valor. Él reconoce explícitamente que la generalización de la forma mercancía presupone que los productores inmediatos están separados de las condiciones de trabajo, es decir, presupone la relación capital entendida como una relación de clase [20]. Sin embargo, las relaciones de clase todavía ocupan sólo un lugar secundario en su explicación de las relaciones sociales fundamentales y los modos de dominación en el capitalismo [21]. Repitiendo un argumento popular dentro de la TFV, subraya que las luchas de clases son “luchas dentro del sistema capitalista” que ayudan a asegurar la “existencia a largo plazo de la explotación capitalista”[22]. Critica la noción de que el núcleo del análisis de Marx es mostrar que categorías como valor, dinero y capital son expresiones de un antagonismo de clases: “De esta manera, sin embargo, sólo se acentúa lo que una sociedad capitalista tiene en común con todas las demás sociedades de clases. Marx se preocupa por la especificidad de las relaciones sociales bajo el capitalismo, es decir, lo que estas relaciones no tienen en común con las relaciones en otras sociedades: esta especificidad consiste precisamente en el hecho de que las relaciones económicas entre los humanos están “escondidas bajo una cubierta de cosas”[23]. Heinrich se distancia de “muchas de las corrientes del marxismo tradicional [que] entendieron el análisis del capital de Marx principalmente como un análisis de clase”, y subraya que “hablar de clase no es específico de Marx”[24]. 

Bonefeld ocupa un lugar especial en la TFV con su insistencia en la relevancia crítica de la categoría de clase. Rechaza explícitamente el “intento valiente pero infructuoso de desterrar el antagonismo de clase de la crítica de la economía política” por parte de Postone y la Nueva Lectura de Marx [25]. Como Heinrich, señala que una “clase de trabajadores sin acceso independiente a los medios de subsistencia es la premisa fundamental de las relaciones sociales capitalistas”[26]. Sin embargo, aunque uno puede encontrar estas afirmaciones bastante inequívocas sobre el estado de la dominación de clase en el capitalismo, la tendencia general en su argumento tiende a restar importancia al papel de la clase o a subsumirla bajo las inversiones fetichistas, como cuando escribe que “[en] su mejor momento, la crítica de Marx a la economía política no equivale a una teoría social de clase. Equivale, más bien, a una crítica del “capital” como una “relación social entre personas mediada por las cosas”[27]. Sus textos están empapados de la retórica de la inversión, la perversión, el fetichismo, la cosificación, la locura, el absurdo, la mistificación, la monstruosidad, la irracionalidad y el desconcertante, oculto, encantado y al revés mundo del valor – expresiones y tropos que se refieren al tema del fetichismo y la dominación universal y no específica de clase del valor. Algunas de las cosas que tiene que decir sobre la clase son meras variaciones de estos tropos, con “fetiche” o “inversión” siendo reemplazados por “clase”: “Una teoría crítica de clase no participa en la clasificación de las personas; piensa en y a través de la sociedad para comprender su falsedad existente”; “La clase (…) es una categoría de una forma perversa de objetivación social” [28]. Bonefeld presta atención a la conexión entre el valor y la dominación de clase, pero al final, su análisis privilegia el poder universal y no específico de clase: el capitalismo es en su análisis ante todo un sistema al revés y pervertido donde los movimientos absurdos de las cosas económicas dominan a todos.

 

4. CLASE Y VALOR

¿Por qué los productos del trabajo adoptan en general la forma de mercancías? La respuesta que da la TFV es: porque la producción se organiza de forma privada e independiente. Algunos añaden: porque los productores están separados del acceso directo a los medios de producción y subsistencia. Pero en realidad no extraen las consecuencias de esta idea.

En el alto nivel de abstracción de los primeros cinco capítulos de El capital, Marx solo se preocupa por las relaciones entre las unidades de producción, y no por las determinaciones posteriores o por la estructura interna de estas unidades. En una etapa posterior del orden de presentación, se revela la naturaleza de estos productores “privados e independientes”: no se trata de pequeños productores individuales, sino de empresas capitalistas basadas en el trabajo asalariado. Lo que hace la TFV es esencialmente permanecer en el nivel más alto de abstracción y declarar que esto es suficiente para proporcionar una descripción de las estructuras básicas del capitalismo. Pero esto es un error y da como resultado una explicación unilateral de las relaciones de poder en el capitalismo [29].

El análisis de Marx de la transformación del dinero en capital revela que la forma de circulación D-M-D’ presupone una relación de clase específica: la relación capital, es decir, la relación mediada por el mercado entre poseedores de dinero y vendedores de fuerza de trabajo. Esto significa que la relación capital, que es una relación de dominación de clase, es el presupuesto necesario para la generalización de la forma mercancía: “sólo donde el trabajo asalariado es su base, la producción de mercancías se impone a la sociedad en su conjunto”[30].

Marx dedujo dialécticamente la necesidad de la relación capital a partir de la generalización de la forma mercancía, pero también señaló el mismo punto en el análisis histórico de la última parte de El capital sobre la “llamada acumulación originaria”: allí mostró que el predominio del mercado resulta de la creación histórica de la relación capital. Desde entonces, su análisis ha sido confirmado y desarrollado por Brenner y Wood: la expansión del mercado fue el resultado del cambio en las relaciones de propiedad social, no al revés [31].

La consecuencia de esto es que no tiene sentido separar el valor y la clase en la forma en que lo hace la TFV [32]. La dominación de clase es una forma de poder absolutamente central y necesaria en el capitalismo. Pero, ¿qué significa aquí “clase”? La relación de clase en cuestión aquí es la relación capital, por lo que el concepto de clase se refiere a la posición de un grupo de personas en relación con las condiciones de reproducción social (los medios de producción y subsistencia). La diferencia entre los dos polos de la relación capital es una diferencia con respecto a su relación con las condiciones de reproducción social, y esta diferencia explica la dominación inherente a la relación: una clase es dependiente de la otra porque esta última controla el acceso a los medios de subsistencia. Es esta dependencia la que hace posible que los capitalistas extraigan trabajo excedente de los trabajadores.

De esto se derivan varias consecuencias. Vemos ahora que la aparente igualdad entre idénticos agentes del mercado era sólo el resultado de la abstracción de todo lo que ocurre fuera del acto aislado de intercambio [33]. El reconocimiento de la conexión necesaria entre valor y clase nos permite ver cómo los trabajadores y capitalistas tanto entran como salen del mercado de maneras fundamentalmente diferentes, y que si nos abstraemos de este hecho, terminamos con una descripción muy, bueno, abstracta del capitalismo. Marx lo resume bien en este pasaje de los Resultados:

No es un mero comprador y un mero vendedor los que se contraponen, sino el  capitalista y el obrero, que en el proceso de circulación, en el mercado, se enfrentan en cuanto comprador y vendedor. Su relación como capitalista y obrero es la premisa para su relación como comprador y vendedor. A diferencia de lo que ocurre con otros vendedores de mercancías, no se trata aquí de una relación que surge sin más ni más de la naturaleza de la mercancía misma, esto es, del hecho de que nadie produce directamente los productos para sus necesidades vitales, sino que todos producen un producto determinado como mercancía, con cuya venta cada cual se apropia de los productos de otros. No se trata aquí de esa división social del trabajo ni de la autonomización recíproca de las diferentes ramas del trabajo, que convierten por ejemplo al zapatero en vendedor de botas y comprador de cuero o pan, sino de la división entre los elementos concomitantes del proceso de producción mismo y de su autonomización recíproca (34/422f)

Las dos divisiones mencionadas por Marx en este pasaje corresponden a los dos conjuntos de relaciones sociales que, según Brenner, constituyen las relaciones de producción, o lo que él llama “relaciones de propiedad social”. Por un lado, están “las relaciones horizontales entre los propios explotadores y entre los propios productores directos”, y por el otro, la relación vertical de clase entre explotadores y productores directos [34]. Las relaciones horizontales corresponden al valor, y las verticales a la relación capital.

El trabajador entra en el mercado para sobrevivir, el capitalista para obtener una ganancia. Luego de este intercambio, el “comprador toma el mando del vendedor” en el proceso de producción, y surge “una relación de dominación y servidumbre” (30/106). Es cierto que el capitalista está “tan bajo el yugo de la relación capital como el trabajador” (30/399), pero es crucial agregar que el capitalista y el trabajador están obligados a hacer cosas diferentes. Como dice Wood: “lo que las leyes ‘abstractas’ de la acumulación capitalista obligan al capitalista a hacer — y lo que las leyes impersonales del mercado laboral le permiten hacer — es precisamente ejercer un grado de control sin precedentes sobre la producción” [35]. ¿Y cuál es el resultado de este proceso de producción? No solo las mercancías y la plusvalía, sino también la relación capital en sí, es decir, la reproducción de la relación de clase (30/115; 34/375): “la relación capital crea la relación capital” (34/187). 

De esta manera, la relación de intercambio es simplemente “la forma de mediación” del “sometimiento al capital” del trabajador (34/465): “En realidad, el trabajador pertenece al capital antes de venderse él mismo al capital. Su esclavitud económica es tanto provocada como encubierta por la venta periódica de sí mismo, por su cambio de amos y por las oscilaciones en el precio de mercado del trabajo”(35/577. Énfasis añadido).

La relación de dependencia entre las clases no es una dependencia personal. Como explica Marx, “[el] trabajador deja al capitalista a quien se contrata cuando quiere (…) [pero] no puede dejar a toda la clase de compradores, es decir, la clase capitalista, sin renunciar a su existencia. No pertenece a tal o cual burgués, sino a la burguesía, a la clase burguesa” (9/203). De modo que la relación de clase no es una forma de dominación ‘subjetiva’ o ‘personal’, como afirman Kurz y Jappe, y es un error oponer la dominación de clase a la dominación ‘abstracta’, como hace Postone [36]. Primero, la dominación abstracta del valor se basa, como hemos visto, en la relación capital. En segundo lugar, la relación de clase toma la forma de una relación de mercado, lo que significa que la dominación de una clase sobre otra está mediada por la dominación abstracta del valor.

 

5. CONCLUSIÓN

La TFV presenta una imagen abstracta y unilateral del poder económico en el capitalismo. Sin embargo, esto no significa que todo en el análisis de la TFV de la dominación del valor sea incorrecto, y tampoco significa que la dominación de clase sea “más fundamental” que la dominación universal del valor. La TFV ha generado algunos conocimientos importantes, y estos deben integrarse en una descripción más completa de cómo funciona el poder económico del capital. 

Es cierto que el capitalismo implica formas de poder a las que todo el mundo está sometido. Esto también se hace evidente si consideramos el fenómeno de la competencia, que en realidad no es otra cosa que la relación “horizontal” entre productores analizada al comienzo de El capital, solo que en un nivel de abstracción más concreto. Como se señaló, al comienzo de El capital los productores aparecen simplemente como “productores privados e independientes”, sin más determinaciones. Luego aprendemos que estos productores son en realidad empresas capitalistas, y luego podemos especificar la relación entre ellos como de competencia. La competencia es la “presión mutua” (37/866) de los capitales individuales, una coerción estructural que garantiza la “ejecución” de las leyes del capital (28/475). Marx entiende la competencia como una forma de compulsión estructural que asegura la subordinación del capital individual a la totalidad (29/40; 31/274). El antagonismo en juego en la competencia es, por tanto, uno entre el individuo y la totalidad, y no entre clases. Además, no son solo los capitales los que compiten: la competencia entre trabajadores también debe entenderse como un mecanismo del poder económico del capital, a través del cual el trabajador individual está sujeto a la totalidad económica [37].

No tiene sentido considerar una de estas formas de poder – la dominación universal del valor o la dominación de clase de la relación capital – como más “fundamental” que la otra. Se presuponen y se reproducen mutuamente, y deben entenderse en relación con su función común, que es reproducir la totalidad capitalista. La relación capital asegura que el trabajador aparezca en el mercado en primer lugar, pero el intercambio posterior entre capital y trabajo da como resultado el proceso de producción capitalista, que ayuda a reproducir la relación capital. En este sentido, “el primer acto, el intercambio de dinero por capacidad de trabajo (…) entra en la producción de toda la relación” (30/116. Ver también 34/465).

La idea que se obtiene de la discusión en este artículo es que el poder económico del capital involucra formas de poder que no son específicas de clase – es decir, formas de poder que garantizan la sujeción del individuo a la totalidad – como así también la dominación de clase. Ambos contribuyen, junto con otras formas de poder, como la ideología y la violencia, a la reproducción del sometimiento de la vida social a la lógica del valor autovalorizante.

En conclusión, me gustaría sugerir una forma de conceptualizar las diferentes subcategorías del poder económico del capital que estoy considerando actualmente. Propongo distinguir entre dos planos de poder económico: uno trascendental y otro inmanente. El campo de inmanencia en cuestión aquí es el circuito del capital, que abarca tanto la circulación como la producción: el circuito del capital es la totalidad de la economía capitalista. El poder económico inmanente del capital se refiere así a las formas de poder inherentes a los procesos involucrados en el circuito del capital. Ésta se puede subdividir en dos conjuntos de relaciones y mecanismos de poder: los que ‘pertenecen’ a la esfera de la circulación y los que pertenecen a la esfera de la producción (Marx conceptualiza estos últimos como disciplina, mando, subsunción real, despotismo y autocracia). Lo que la TFV ha logrado sacar a la luz es el poder económico inmanente del capital tal como aparece en la esfera de la circulación.

Hardt y Negri han sugerido el concepto de un plano de poder trascendental, aunque en realidad no lo han elaborado. El concepto está destinado a capturar formas de poder que “obligan a la obediencia no a través del mandamiento de un soberano o incluso principalmente a través de la fuerza, sino más bien estructurando las condiciones de posibilidad de la vida social” [38]. Me parece que esta es una buena forma de entender las relaciones de poder involucradas en la relación capital. “Trascendental” debería entenderse aquí como algo similar a las condiciones estructurales de posibilidad para un campo de inmanencia dado. La relación capital es una relación de dominación de clase estructurada en torno a la distribución de las condiciones de reproducción social. Ésta es una forma de poder cuyo ejercicio no puede “ubicarse” en una parte o fase específica del circuito del capital – más bien designa la estructura subyacente de la economía capitalista, una estructura que da como resultado y es reproducida por los procesos económicos involucrados en el circuito del capital. El capital se inserta en la brecha entre la vida y sus condiciones, haciendo de la reproducción de la relación capital las condiciones de posibilidad para la reproducción de la vida de la sociedad [39].

En resumen: el poder económico del capital opera en más de un nivel. Funciona a nivel trascendental estructurando las condiciones de posibilidad de reproducción social. Esto se refleja en el concepto de relación capital. También opera en un nivel inmanente, a través del conjunto específico de mecanismos y técnicas involucradas en la valorización del valor a su paso por el circuito del capital. En el ámbito de la circulación, adquiere la forma de una dominación universal a la que todos están sometidos y que asegura la sujeción del individuo a la totalidad. En el ámbito de la producción, que no he comentado en este artículo, asume la forma de mando, disciplina corporal, subsunción real del trabajo y la naturaleza, etc. En conjunto, estos diferentes momentos del poder económico contribuyen a la reproducción. del capitalismo, es decir, la sujeción de la vida a la lógica del valor autovalorizante.


NOTAS

[1] Poulantzas, State, Power, Socialism,78.
[2] Palermo, ‘The Ontology of Economic Power in Capitalism: Mainstream Economics and Marx’.

[3]Foucault, ‘Interview with Michel Foucault’, 270; Foucault, ‘The Subject and Power’, 327. Los escritos de Foucault sobre el poder contienen muchas buenas consideraciones, también para el análisis del poder económico, y yo intento incorporar algunas de ellas en mis disertaciones. Pero esto no cambia el hecho de que no era un buen lector de Marx.

[4]Poulantzas, State, Power, Socialism, 36; Wood, Democracy Against Capitalism: Renewing Historical Materialism, 21.

[5]Wood, Empire of Capital, 11; Wood, Democracy Against Capitalism: Renewing Historical Materialism.

[6]Reitter, ‘Vorwort’.

[7]Elson, ‘The Value Theory of Labour’; Heinrich, Die Wissenschaft vom Wert: Die Marxsche Kritik der politischen Ökonomie zwischen wissenschaftlicher Revolution und klassischer Tradition, 203; Postone, Time, Labor, and Social Domination: A Reinterpretation of Marx’s Critical Theory, 24.

[8] Heinrich, ‘Individuum, Personifikation und unpersönliche Herrschaft in Marx’ Kritik der politischen Ökonomie’, 21.

[9]Postone, Time, Labor, and Social Domination: A Reinterpretation of Marx’s Critical Theory, 183.

[10]Ibid., 30.

[11]En Backhaus, Dialektik der Wertform: Untersuchungen zur marxschen Ökonomiekritik, 506.

[12] Adorno, ‘Gesellschaft’, 14; See also Horkheimer and Adorno, Dialectic of Enlightenment: Philosophical Fragments, 4; Adorno, Negative Dialectics, 178; Reichelt, ‘Marx’s Critique of Economic Categories: Reflections on the Problem of Validity in the Dialectical Method of Presentation in Capital’, 5; Klauda, ‘Von der Arbeiterbewegung zur Kritischen Theorie: Zur Urgeschichte des Marxismus ohne Klassen’; O’Kane, ‘“The Process of Domination Spews Out Tatters of Subjugated Nature”: Critical Theory, Negative Totality and the State of Extraction’. El estrecho enfoque de Adorno sobre el intercambio pudo haber resultado de la influencia de Sohn-Rethel, como también del intento de Adorno de acomodar la crítica de la economía política a su proyecto filosófico más general de una crítica de la identidad.

[13]Endnotes, Endnotes 2: Misery and the Value Form, 99; Reichelt, Neue Marx-Lektüre: Zur Kritik sozialwissenschaftlicher Logik; Reichelt, Zur logischen Struktur des Kapitalbegriffs bei Karl Marx; Backhaus, Dialektik der Wertform: Untersuchungen zur marxschen Ökonomiekritik.

[14]Elbe, Ellmers, and Eufinger, Jan, ‘Einleitung’, 8.

[15] Ver Hanloser and Reitter, Der bewegte Marx: Eine einführende Kritik des Zirkulationsmarxismus, 26.

[16] Kurz and Lohoff, ‘Der Klassenkampf-Fetisch. Thesen zur Entmythologisierung des Marxismus’.

[17]  Ibid.; Ver también Kurz, Geld ohne Wert: Grundrisse zu einer Transformation der Kritik der politischen Ökonomie, 77, 252, 289; van der Linden, Workers of the World: Essays toward a Global Labor History, 39; Grigat, Fetisch und Freiheit: Über die Rezeption der Marxschen Fetischkritik, die Emanzipation von Staat und Kapital und die Kritik des Antisemitismus, 208f.

[18] Jappe, Die Abenteuer der Ware. Für eine neue Wertkritik, 80f. Ver también p. 81f, 95.

[19]  Postone, Time, Labor, and Social Domination: A Reinterpretation of Marx’s Critical Theory, 126, 159.

[20]  Heinrich, Die Wissenschaft vom Wert: Die Marxsche Kritik der politischen Ökonomie zwischen wissenschaftlicher Revolution und klassischer Tradition, 264f; Heinrich, An Introduction to the Three Volumes of Karl Marx’s Capital, 91f.

[21]  Ver por ejemplo su tratamiento de las calses en Heinrich, An Introduction to the Three Volumes   of Karl Marx’s Capital, 191ff; En su obra mayor sobre la crítica de la economía política, las clases son casi solamente mencionadas en las cuatro páginas explícitamente dedicadas al tema. Ver  Heinrich,  Die Wissenschaft vom Wert: Die Marxsche Kritik der politischen Ökonomie zwischen  wissenschaftlicher Revolution und klassischer Tradition, 263ff.

[22]  Heinrich, ‘Individuum, Personifikation und unpersönliche Herrschaft in Marx’ Kritik der politischen Ökonomie’, 31; Este es un argumento común en la TFV, pero dado que mi enfoque en este artículo está en la relación entre el poder de clase y las formas de poder no específicas de clase en el capitalismo, no entraré en una discusión de esta cuestión, que esencialmente se refiere a si las luchas de clases pueden ser revolucionarias o no. Para las versiones más extremas de este argumento, consulte Kurz and Lohoff, ‘Der Klassenkampf-Fetisch. Thesen zur Entmythologisierung des Marxismus’; Jappe, Die Abenteuer der Ware. Für eine neue Wertkritik; Grigat, Fetisch und Freiheit: Über die Rezeption der Marxschen Fetischkritik, die Emanzipation von Staat und Kapital und die Kritik des Antisemitismus, 208ff.

[23] Heinrich, Wie das Marxsche «Kapital» lesen? Leseanleitung und Kommentar zum Anfang des «Kapital». Teil 1, 181.

[24]  Heinrich, An Introduction to the Three Volumes of Karl Marx’s Capital, 191.

[25]  Bonefeld, Critical Theory and the Critique of Political Economy, 7; Bonefeld, ‘On Postone’s Courageous but Unsuccessful Attempt to Banish the Class Antagonism from the Critique of Political Economy’.

[26]  Bonefeld, Critical Theory and the Critique of Political Economy, 11, 79.

[27]  Ibid., 101.

[28]  Ibid., 10, 114, 101f.

[29] Albohn, ‘Eine kurze Kritik der Wertkritik’, 173f; Hanloser and Reitter, Der bewegte   Marx: Eine einführende Kritik des Zirkulationsmarxismus.

[30]  Marx, Capital: Critique of Political Economy. Volume One, 733. Esta cita es de un pasaje escrito para la edición francesa del primer volumen de El Capital. Engels lo agregó a la cuarta edición alemana y no está incluido en la edición MECW. Ver el pasaje original en MEGA II / 7, p. 509.

[31]   Brenner, ‘Property and Progress: Where Adam Smith Went Wrong’; Wood, The Origin of Capitalism: A Longer View.

[32]   Endnotes, Endnotes 2: Misery and the Value Form, 101; Hanloser y Reitter, Der bewegte      Marx: Eine einführende Kritik des Zirkulationsmarxismus, 28f.

[33]   Brenner, ‘Property and Progress: Where Adam Smith Went Wrong’, 58; Ver también    Callinicos, Deciphering Capital: Marx’s Capital and Its Destiny, 18, 175.

[34]   Hanloser y Reitter, Der bewegte Marx: Eine einführende Kritik des Zirkulationsmarxismus, 12.

[35]   Wood, Democracy Against Capitalism: Renewing Historical Materialism, 41.

[36]  Kurz, Geld ohne Wert: Grundrisse zu einer Transformation der Kritik der politischen Ökonomie, 77, 252, 289; Jappe, Die Abenteuer der Ware. Für eine neue Wertkritik, 82, 87; Postone, Time, Labor, and Social Domination: A Reinterpretation of Marx’s Critical Theory, 30, 126, 159; Esto es señalado también por Heinrich, Die Wissenschaft vom Wert: Die Marxsche Kritik der politischen Ökonomie zwischen wissenschaftlicher Revolution und klassischer Tradition, 264f.

[37]  Hardt y Negri, Commonwealth, 4.

[38]  Lebowitz, Beyond Capital: Marx’s Political Economy of the Working Class, 83.

[39]   Kurz propone también pensar el capital como un ‘a priori trascendental’, “die nicht unmittelbar als solche erscheinen können, aber dennoch die gesellschaftliche Realität konstitutieren.” Geld ohne Wert: Grundrisse zu einer Transformation der Kritik der politischen Ökonomie, p. 29. Ver además pp. 74, 75, 131, 133, 138, 142, 173, 174, 203.

Métodos en The SAGE Handbook of Marxism

Patrick Murray

Al castellano por Daniel N.


1. INTRODUCCIÓN

Karl Marx reflexionó profundamente sobre cuestiones de método a lo largo de su vida; sin embargo, sólo escribió algunas reflexiones generales al respecto. Eligió no publicar su texto principal sobre el método, la Introducción a los Grundrisse. Le dijo a Engels que en el  primer volumen de ‘El Capital’(1867), el método estaría mucho más oculto que en la ‘Contribución a la Crítica de la Economía Política’ (1970b) [1859]. Marx hizo comentarios enigmáticos, declarándose discípulo de Hegel, y luego quejándose: “Con él [la dialéctica] está de cabeza. Debe ser invertida, para descubrir el núcleo racional dentro de su coraza mística” (Marx, 1976b: 103).  Años antes, Marx le había escrito a Engels: «Si alguna vez hubiera tiempo para tal trabajo, me gustaría mucho hacer accesible… lo que hay de racional en el método que Hegel descubrió pero al mismo tiempo envolvió en misticismo” (Marx, 1955a: 102). Ese momento nunca llegó. 

Marx reclama originalidad para el método de su crítica a la economía política y advierte a los lectores en cuanto a su dificultad: «el método de análisis que he empleado, y que no se ha aplicado previamente a temas económicos, hace que la lectura de los primeros capítulos [de El Capital] sea bastante ardua… No hay ningún camino directo hacia la ciencia” (Marx, 1976b: 104). Reflexionando sobre las reseñas de ‘El Capital’, expresa su decepción porque “El método empleado en El capital ha sido poco entendido, tal y como lo muestran las diversas concepciones mutuamente contradictorias que se han formado de él” (Marx, 1976b: 99). Más tarde en su vida, Marx escribió ‘Notas sobre Adolph Wagner’ (Marx, 1975), un importante manuscrito que critica la comprensión del economista alemán del método de ‘El Capital’. James Collins escribe sobre la ‘insistencia de las fuentes’ en el trabajo interpretativo: “La investigación se está orientando hacia las fuentes por parte de los historiadores. … Este esfuerzo de comprensión es alentado y sostenido por la apertura originaria de las fuentes mismas” (Collins, 1972: 52). Nuestra comprensión del método de Marx se ha visto favorecida por los descubrimientos de textos de Marx inéditos durante su vida. Christopher Arthur realiza la siguiente observación sobre la interpretación de la ‘nueva dialéctica’ del método de Marx: ‘De lo que se trata en primer lugar es simplemente de regresar a las fuentes, haciendo un estudio serio de lo que Hegel y Marx realmente lograron con respecto a la dialéctica’ (Arthur, 2002: 2). Entre los textos póstumos importantes de Marx para una discusión del método están la ‘Crítica de la Filosofía del derecho de Hegel’, los ‘Manuscritos económicos y filosóficos de 1844’, los ‘Grundrisse’, ‘Urtext’ (Los manuscritos originales de la ‘Contribución a la crítica de la economía política’), ‘Notas sobre Wagner’, ‘Resultados del proceso de producción inmediato’, ‘Manuscrito económico de 1861–3’ (1988a, 1989a, 1989b, 1991) y ‘Manuscrito económico de 1864–5’ (2015). Hay mucho que digerir.

 

LA INSEPARABILIDAD DE LA FORMA Y EL CONTENIDO: ¿POR QUÉ MARX ESCRIBIÓ ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL MÉTODO?

Podemos rastrear por qué Marx escribió escasamente sobre el método hasta su encuentro con Hegel. Como estudiante de 19 años, Marx escribe a su padre que, mientras intentaba componer un libro de jurisprudencia kantiano-fichteano, una lectura turbulenta de Hegel sacudió su pensamiento. Posteriormente, reflexionó sobre su primer esfuerzo: «Mi error fue que creí que uno podía y debía desarrollar uno [forma] aparte del otro [contenido], con el resultado de que no logré una forma genuina sino solo un escritorio con un número de cajones que finalmente rotulé en arena» (Marx, 1967a: 43). Reconocemos la deuda de Marx en la afirmación de Hegel:

Forma y contenido son un par de determinaciones que emplea con frecuencia el entendimiento reflexivo y, además, principalmente de tal manera que el contenido es considerado como lo esencial e independiente, mientras que la forma, por el contrario, es inesencial y dependiente. . Frente a esto, sin embargo, debe señalarse que, de hecho, ambos son igualmente esenciales. (Hegel, 1991: 202)

Esta exigencia es la raíz de la dialéctica; su oposición al pensamiento a priori. En este sentido, Marx es un empirista. Pero tanto para Marx, como para Aristóteles, la experiencia incluye en sí misma la forma, en particular, la forma social. A partir de esta comprensión de forma y contenido, vemos que: 1) hay poco que decir en general sobre el método, y 2) las cuestiones sobre el método y la sustancia son inseparables. Acertar en el método de Marx y acertar en la sustancia de sus puntos de vista son dos aspectos de una misma tarea. En la Crítica de la ‘Filosofía del derecho de Hegel’ (1843), Marx vuelve la inseparabilidad de forma y contenido contra el propio Hegel. Pues lo acusa de forzar a la sociedad moderna para adaptarse a una lógica a priori: “Sin embargo, esta comprensión [Begreifen] no consiste, como piensa Hegel, en reconocer en todas partes las determinaciones del concepto lógico [des logischen Begriffs], sino más bien en captar la lógica propia del objeto” (Marx, 1970a: 92). Captar “la lógica propia del objeto” es el alma del método de Marx; esta es la clave de la presente interpretación. Una «lógica propia» no puede conocerse a priori; requiere de una investigación basada en la experiencia. Hegel no cumple con su propio estándar con respecto a la inseparabilidad de forma y contenido. Como acusa Marx, “no desarrolla su pensamiento a partir de lo objetivo [aus dem Gegenstand], sino de lo objetivo de acuerdo con un pensamiento prefabricado que tiene su origen en la esfera abstracta de la lógica” (Marx, 1970a: 14). ). Años más tarde, Marx criticaría el intento de Ferdinand Lasalle de una presentación hegeliana de la economía política: “Desarrollar una ciencia mediante la crítica hasta el punto en que pueda ser presentada dialécticamente es algo totalmente diferente de aplicar un sistema abstracto de lógica prefabricado a meros atisbos de tal sistema” (Marx, 1955b: 102). Marx vuelve a menudo a esta acusación de imponer un «pensamiento prefabricado». Christopher Arthur encuentra este tipo de imposición en el Diamat soviético: “Este formalismo sin vida procede de la aplicación accidental de esquemas abstractos a contenidos forzados arbitrariamente en la forma requerida” (Arthur, 2002: 3). Esta no es una forma de alcanzar «la lógica propia del objeto».

Debido a que falla al involucrarse en la dialéctica de forma y contenido, Hegel cae tanto en el idealismo como en el positivismo. La imposición de formas lógicas “tiene necesariamente como resultado que una existencia empírica sea tomada de manera acrítica como la verdad real de la Idea” (Marx, 1970a: 39). Marx encuentra la fuente de este doble fracaso en la fenomenología del Espíritu de Hegel: “ya está latente en la fenomenología como un germen, una potencialidad, un secreto, el positivismo acrítico y el idealismo igualmente acrítico de las obras posteriores de Hegel: esa disolución filosófica y restauración del mundo empírico existente” (Marx, 1964: 175-6). Al no poder captar «la lógica propia del objeto», el idealismo tiene malas consecuencias empíricas y políticas. Treinta años después, Marx volverá sobre este punto. Cuando el pensamiento dialéctico falla, se vuelve conservador: “En su forma mistificada, la dialéctica se puso de moda en Alemania, porque parecía transfigurar y glorificar lo existente” (Marx, 1976b: 103). Al «interpretar» el mundo, los malogrados pensadores dialécticos sólo lograron atrincherarlo.

 

EVALUANDO HORIZONTES CONCEPTUALES

Para llegar a su método, Marx primero examina los horizontes conceptuales existentes. Marx concluye los ‘Manuscritos económicos y filosóficos de 1844’ con una “Crítica de la dialéctica hegeliana y de la filosofía en general”. Considera que esa crítica es “absolutamente necesaria, una tarea aún no realizada” (Marx, 1964: 64), y finaliza afirmando que Hegel cae en los mismos dualismos ilustrados que buscaba superar. Por otro lado, también reconoce a Hegel el haber captado “el trabajo como la esencia del hombre”, pero se queja de que “el único trabajo que Hegel conoce y reconoce es el trabajo mental abstracto” (Marx, 1964: 177). Con Hegel, “la actividad rica, viva, sensible y concreta de la autoobjetivación se reduce, por lo tanto, a su mera abstracción… a pura actividad” (Marx, 1964: 189), de la misma forma que el valor en tanto que objetivación del trabajo abstracto. Tras ello, Marx realiza un cumplido a Hegel:

El logro positivo de Hegel aquí, en su lógica especulativa, es que los conceptos definidos, las formas de pensamiento fijas universales en su independencia frente a la naturaleza y la mente son un resultado necesario del extrañamiento general de la esencia humana y, por lo tanto, también del pensamiento humano. (Marx, 1964: 189)

Debido a que Hegel reduce la conciencia humana a un «trabajo mental abstracto», necesariamente genera «formas de pensamiento fijas» opuestas a la naturaleza y el espíritu. Anticipándose a su opinión de que el valor (trabajo abstracto solidificado) necesariamente se expresa en dinero, Marx dice de Hegel: «La lógica es el dinero del espíritu». Así, en su ‘Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas’, Hegel pone la lógica por delante de la naturaleza y del espíritu, de modo que “la naturaleza entera simplemente repite las abstracciones lógicas en una forma externa sensible” (Marx, 1964: 174). Así como las mercancías son portadoras de valor, Hegel trata la riqueza de la naturaleza y la sociedad como portadoras de abstracciones lógicas. En ‘La Miseria de la filosofía’ (1847), Marx se involucra en una crítica simultánea de la filosofía, la economía política y el socialismo burgués: “los economistas expresan las relaciones de producción burguesas, la división del trabajo, el crédito, el dinero, etc, como categorías fijas, inmutables y eternas” (Marx, 1963a: 104). Proudhon se vuelve hegeliano y se ve “obligado a atribuir el origen de estos pensamientos al movimiento de la razón pura” (Marx, 1963a: 105). Aunque considera a Proudhon un pobre hegeliano, Marx reafirma su crítica a Hegel:

Es por este método absoluto que Hegel habla en estos términos: “El método es la fuerza absoluta, única, suprema, infinita, a la que ningún objeto puede resistir; es la tendencia de la razón a reencontrarse, a reconocerse en cada objeto” (Lógica, Vol. III). Reducidas todas las cosas a una categoría lógica, y todo movimiento, todo acto de producción, al método, se sigue naturalmente que todo conjunto de productos y producción, de objetos y de movimiento, puede reducirse a una forma de metafísica aplicada. (Marx, 1963a: 107) [1].

Proudhon, a su vez, quiere derivar categorías económicas prefabricadas de una metafísica prefabricada.

 

MÁS ALLÁ DEL HORIZONTE BURGUÉS

Al criticar a Proudhon, Marx se queja de que “no se eleva por encima del horizonte burgués” (Marx, 1963b: 190). El horizonte burgués, compartido por el idealismo y el materialismo, no reconoce la inseparabilidad de sujeto y objeto, forma y contenido. Marx señala ese fracaso fenomenológico en la primera de las “Tesis sobre Feuerbach”:

El defecto fundamental de todo el materialismo anterior -incluido el de Feuerbach- es que sólo concibe las cosas, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, no como práctica, no de un modo subjetivo. De aquí que el lado activo fuese desarrollado por el idealismo, por oposición al materialismo, pero sólo de un modo abstracto, ya que el idealismo, naturalmente, no conoce la actividad real, sensorial, como tal. Feuerbach quiere objetos sensoriales, realmente distintos de los objetos conceptuales; pero tampoco él concibe la propia actividad humana como una actividad objetiva. Por eso, en La esencia del cristianismo sólo considera la actitud teórica como la auténticamente humana, mientras que concibe y fija la práctica sólo en su forma suciamente judaica de manifestarse. Por tanto, no comprende la importancia de la actuación «revolucionaria», «práctico-crítica».

El defecto que subyace al idealismo y al “materialismo anterior” es la división entre sujeto y objeto, actividad y pasividad. Es la actividad sensorial humana, la práctica, la que rechaza cualquier división entre sujeto y objeto o actividad y pasividad, es el correctivo fenomenológico de Marx a las bifurcaciones del horizonte burgués [2].

Marx atribuye las fallas de la economía política clásica a su confinamiento en el horizonte burgués: «Sin embargo, incluso sus mejores representantes permanecieron más o menos atrapados en el mundo de la ilusión que su crítica había disuelto, lo cual solo es posible desde el punto de vista burgués» (Marx, 1981: 969). El horizonte burgués escinde el proceso de producción social de las formas y propósitos sociales históricamente cambiantes que lo constituyen, una falsa fenomenología del proceso de producción. En consecuencia, categorías de aplicación general, como riqueza, trabajo e instrumento de producción, se fusionan con otras socialmente específicas, como mercancía, trabajo que produce valor y capital. Marx observa:

Toda la profundidad de esos economistas modernos que demuestran la eternidad y armonía de las relaciones sociales existentes radica en este olvido. Ninguna producción es posible sin un instrumento de producción, incluso si este instrumento fuese solo la mano. No hay producción sin trabajo acumulado, pasado, aunque no sea más que la facilidad reunida y concentrada en la mano del salvaje por la práctica repetida. El capital es, entre otras cosas, también un instrumento de producción, también trabajo pasado objetivado. Por lo tanto, es una relación general y eterna de la naturaleza; o lo sería si apartase la cualidad específica que por sí sola convierte en capital al «instrumento de producción» y al «trabajo acumulado». (Marx, 1973: 85-6)

Aquí vemos el carácter apologético del horizonte burgués: el capital se presenta como permanente.

 

CRÍTICA INMANENTE Y EPISTEMOLOGÍA SOCIAL CRÍTICA EN MARX

La crítica de Marx a las bifurcaciones del horizonte burgués debe mucho a la crítica de Hegel a los dualismos irreconciliables del entendimiento reflexivo (Verstand). de la misma forma, la práctica de la crítica inmanente de Marx está en deuda con Hegel, quien escribió: “la refutación genuina debe penetrar en la fortaleza del oponente y encontrarse con él en su propio terreno” (Hegel, 1969: 581). En las notas de su tesis doctoral, Marx dirige ese pensamiento a Hegel:

Si un filósofo se ha acomodado a sí mismo, sus discípulos tienen que explicar desde su conciencia esencial interna… su forma esencial de conciencia se construye, se eleva a una forma y significado particulares, y al mismo tiempo se reemplaza. (Marx, 1967b: 61)

Vimos que Marx vuelve a Hegel contra sí mismo en la ‘Crítica de la Filosofía del derecho’ y en el manuscrito final de París: Hegel vuelve a caer en las bifurcaciones que pretendía superar. Como comenta Georg Lukács, “[Marx] midió la filosofía de Hegel con la vara de medir que él mismo había descubierto y elaborado sistemáticamente, y la encontró deficiente…. La crítica de Marx a Hegel es la continuación y extensión directa de la crítica que el mismo Hegel dirigió a Kant y Fichte” (Lukács, 1971: 17). La crítica inmanente requiere el tipo de estudio textual concentrado que Marx emprendió a lo largo de su vida.

En El Capital, Marx vuelve a su crítica de la filosofía burguesa del derecho mostrando que los principios de libertad, igualdad y respeto por las personas en el mercado presentan el rostro alegre de un modo de producción que se basa en la explotación de los trabajadores asalariados y el dominio de todos por el sistema de precios y la acumulación interminable de capital. Marx explica cómo se puede pagar a los trabajadores un salario equivalente al valor de la fuerza de trabajo que venden a los capitalistas, cumpliendo con las demandas de la justicia burguesa, y aun así ser explotados. Al argumentar que el funcionamiento continuo del mercado presupone la producción sobre una base capitalista, revela que la circulación de mercancías está movida por el impulso de ganancias del capital y que incluso la aparente justicia del contrato salarial es un fraude, ya que a los trabajadores se les paga con un plusvalor previamente extraído. La libertad y la igualdad del mercado enmascaran una realidad que frustra los objetivos del derecho burgués.

Marx argumentó que la tendencia a la baja de la tasa de ganancia era inmanente al modo de producción capitalista, aunque no se debía a factores externos, como pensaba David Ricardo. El impulso inherente del capital para aumentar el poder productivo del trabajo y cosechar plusvalía relativa tiende a hacer que la producción sea menos intensiva en mano de obra y esa reducción, haciendo abstracción de las contratendencias inmanentes, disminuye la fuente de ganancias. Marx observa:

Sale a la superficie aquí de una manera puramente económica -es decir, desde el punto de vista burgués, dentro de las limitaciones de la comprensión capitalista, desde el punto de vista de la producción capitalista misma- que tiene su límite, que es relativo, que es, no un absoluto, sino sólo un modo histórico de producción correspondiente a una época definida y limitada en el desarrollo de los requisitos materiales de producción. (Marx, 1981: 259)

Para Marx, la última crítica inmanente a la sociedad burguesa es que el capital es su propia barrera.

El método de Marx, arraigado en el materialismo histórico, no es solo hacer críticas inmanentes a los pensadores clave, sino también captar su forma de conciencia en relación con el modo de producción. Para Marx, una forma de conciencia no es una cosa aparte; pertenece a una forma de vida social: “la conciencia nunca puede ser otra cosa que ser consciente, y el ser de los hombres es su proceso real de vida” (Marx y Engels, 1976: 36). El estudio de la conciencia y sus formas, incluido el pensamiento filosófico y científico, pertenece al materialismo histórico. La forma social del proceso de producción siempre tiene implicaciones para la conciencia. Como dice Moishe Postone, “la forma de las relaciones sociales” debe ser tratada “como una categoría epistemológica” (Postone, 1993: 176), como una forma de entender la ideología. Marx habla del horizonte burgués porque lo ve como una forma de conciencia que encaja y refuerza las relaciones sociales constitutivas de la sociedad capitalista. La epistemología social crítica se encuadra dentro del método del materialismo histórico. Requiere una autorreflexión por parte del investigador.

 

LA INTRODUCCIÓN DE 1857 A LOS GRUNDRISSE: SEIS PUNTOS CLAVE

La Introducción a los Grundrisse de 1857 es la fuente más fructífera sobre el método de Marx; Se pueden destacar seis puntos con respecto a su contribución.

1. El materialismo histórico es el corazón del método de Marx: “Los individuos que producen en la sociedad – por lo tanto, la producción individual socialmente determinada – son, por supuesto, el punto de partida” (Marx, 1973: 83). La determinación social no es un complemento; las personas no se ponen la sociabilidad como un suéter. El materialismo histórico nos dice que la producción está socialmente determinada pero no cómo. No pavimenta un camino directo a la explicación.

2. Marx distingue entre abstracciones generales y determinadas. Las categorías de aplicación general desempeñan un papel en el método de Marx: «Hay características que todas las etapas de producción tienen en común, y que son establecidas como generales por la mente», pero «ninguna etapa histórica de producción real puede captarse» con ellas (Marx, 1973: 88). Para ello se necesitan categorías determinadas, como las que desarrolla Marx en ‘El Capital’. Marx es cuidadoso en distinguir entre un uso legítimo, aunque limitado, de categorías generales y la noción de que podríamos hablar de la producción en general: «Si no hay producción en general [producción sin una forma social definida], entonces no hay producción». Pero tampoco hay producción en general, pues la producción es siempre una rama particular de la producción” (Marx, 1973: 86). Hablamos del uso de herramientas que permiten hacer apuntes generales sobre la producción, pero no existen fábricas que creen tales herramientas.

3. Marx distingue entre dos sentidos de «concreto». Uno contrasta el mundo actual a partir de conceptos; el otro distingue entre conceptos. Un concepto es más concreto que otro si está conceptualmente más desarrollado: “lo concreto… es la unidad de muchas determinaciones” (Marx, 1973: 101). El capital, por ejemplo, es un concepto más concreto que el de simple mercancía.

4. Marx distingue entre el método de investigación [Forschungsweise] y el método de presentación [Darstellungsweise]. El método de investigación opera desde lo concreto (en el primer sentido) hacia categorías que son abstractas (no conceptualmente concretas), mientras que el método de presentación, en líneas generales, lo hace desde lo conceptualmente abstracto hacia lo concreto [3]. Henryk Grossman (1992) introdujo la idea de aproximaciones sucesivas para interpretar el método de presentación de Marx en ‘El Capital’ [4]. La influyente interpretación de las aproximaciones sucesivas de Grossman ha cedido su lugar a una interpretación dialéctica sistemática del método de presentación de Marx en ‘El Capital’5. Las dos interpretaciones comparten una concepción de ‘El Capital’ en la que existen diferentes etapas de análisis que van desde niveles de abstracción más altos a más bajos, pero difieren de manera importante. En primer lugar, se supone que los niveles de aproximación existen de forma independiente. En la dialéctica sistemática, por el contrario, todas las etapas en la presentación se refieren a diferentes niveles de abstracción del mismo objeto de investigación, no a etapas existentes de forma independiente. En segundo lugar, en el enfoque de aproximaciones sucesivas, las etapas posteriores presuponen las anteriores, pero no al revés. Si lo hicieran, no serían independientes. En la dialéctica sistemática, los niveles conceptuales se presuponen mutuamente; pertenecen a una totalidad. En tercer lugar, en el enfoque de las aproximaciones sucesivas, lo que se afirma en las primeras etapas de aproximación se muestra falso en las etapas posteriores de aproximación. En un enfoque dialéctico sistemático, por el contrario, las afirmaciones hechas en los niveles más altos de abstracción, es decir, en las primeras etapas de la presentación, son verdaderas (aunque conceptualmente incompletas) y permanecen verdaderas en todo momento. Dos ejemplos clave son las afirmaciones de que el precio de un monto total de mercancías —pero no de mercancías tomadas individualmente— está determinada por su valor y que la plusvalía total (interés + ganancia de empresa + renta) —pero no la ganancia obtenida por la venta de mercancías individuales— está determinada por la cantidad de trabajo excedente representado en ese monto [5].

5. Marx insiste en el aspecto fenomenológico de que los diferentes aspectos de un modo de producción son distinguibles pero inseparables. Pertenecen a una totalidad: “producción, distribución, intercambio y consumo… todas forman las partes de una totalidad, se trata de distinciones dentro de una unidad” (Marx, 1973: 99). En el capítulo 51 ‘Relaciones de producción y relaciones de distribución’ del volumen 3 de ‘El Capital’, Marx vuelve al punto fenomenológico de que la producción y la distribución son inseparables. Esta importante verdad tiene consecuencias: por ejemplo, el valor no puede limitarse a ser estrictamente una categoría de la producción o de la distribución.

6. El capital consiste en el desarrollo del capital desde el principio hasta el final: “el capital es el poder económico dominante de la sociedad burguesa. Debe formar tanto el punto de partida como el punto de llegada” (Marx, 1973: 107). Las categorías determinadas del capital “expresan las formas de ser, las características de la existencia y, a menudo, sólo los aspectos individuales de esta sociedad específica” (Marx, 1973: 106). Marx agrega que esto es “decisivo para el orden y la secuencia de las categorías” (1973: 106), lo que desmiente la interpretación “lógico-histórica” del ordenamiento de El Capital.

 

CAPTANDO LAS FORMAS SOCIALES EN SU COMPLEJIDAD

Marx explica cómo el método de los economistas políticos reduce formas sociales complejas a formas simples y se abstrae por completo de formas sociales específicas:

Hay aquí dos puntos que son característicos del método de los apologistas económicos de la burguesía. El primero es la identificación de la circulación de mercancías con el intercambio directo de productos [trueque], logrado simplemente haciendo abstracción de sus diferencias. El segundo es el intento de explicar las contradicciones del proceso de producción capitalista disolviendo las relaciones entre las personas involucradas en ese proceso de producción en las relaciones simples que surgen de la circulación de mercancías. (Marx, 1976a: 209–10, n. 24)

Reducir el circuito del capital a la simple circulación de mercancías, luego reducir la circulación al trueque: así las formas sociales específicas se desvanecen. El capitalismo se presenta entonces como el residuo, la inmutable economía-en-general.

 

MÉTODO Y SUSTANCIA EN LA CRÍTICA DE MARX DE LA ECONOMÍA POLÍTICA

Marx no es un economista político sino un crítico de la economía política, como dice el subtítulo de ‘El Capital’. La crítica de Marx es a la vez metodológica y sustantiva. Como comenta Guido Starosta, “una comprensión adecuada del contenido sustantivo del fetichismo de la mercancía sólo puede resultar de una comprensión correcta de la forma misma del proceso de cognición de Marx” (Starosta, 2017: 104). Atender a formas y propósitos sociales específicos es fundamental para el método de la crítica de la economía política de Marx. En ‘El capital’, esa crítica comienza con la oración inicial. Identifica el objeto de su investigación como sociedades capitalistas, donde la riqueza es producida en forma de mercancías. Marx llama a Adam Smith, quien, en ‘La riqueza de las naciones’ (1979), reivindica una ciencia de la riqueza sin ninguna forma o propósito social, como si la riqueza existiera y se produjera en general.

 

EL VALOR Y SU FORMA NECESARIA DE EXPRESIÓN

Al razonar desde las mercancías hasta el valor, Marx examina no sólo la sustancia (trabajo abstracto solidificado) y la magnitud (tiempo de trabajo socialmente necesario) del valor, sino también su forma necesaria de expresión (dinero), los tres aspectos inseparables del valor. La investigación de Marx sobre la forma del valor diferencia su teoría laboral del valor de la clásica: «Incluso sus mejores representantes, Adam Smith y Ricardo, tratan la forma del valor como algo indiferente, algo externo a la naturaleza de la mercancía misma». (Marx, 1976a: 174, n. 33). Confinados al horizonte burgués, los economistas políticos clásicos descuidan las cuestiones de forma: «Con todos los economistas burgueses posteriores, como con Adam Smith, la falta de comprensión teórica necesaria para distinguir las diferentes formas de relaciones económicas sigue siendo la regla en su tosca apropiación interesada en el material empíricamente disponible” (Marx, 1963c: 92). El valor es una consecuencia de la forma social del trabajo. Adaptando la lógica de la esencia de Hegel (la esencia debe aparecer como algo distinto de sí misma), Marx muestra que el valor aparece necesariamente como dinero (precio), y atribuye esa necesidad a la forma social peculiarmente asocial del trabajo en el capitalismo. Los economistas políticos clásicos emplean una noción prehegeliana de esencia y apariencia; toman el valor como la variable independiente y el precio como la variable dependiente. Demostrar que el valor (esencia) es inseparable del dinero (apariencia) es la forma en la que Marx demuestra que el valor es históricamente específico. En consecuencia, el trabajo incorporado (economía política clásica) y la utilidad (economía neoclásica) son conceptos equivocados para explicar el valor.

 

DOS PUNTOS SENSIBLES: LA MERCANCÍA DINERO Y EL PROBLEMA DE LA TRANSFORMACIÓN

Dos razones comúnmente utilizadas para rechazar ‘El Capital’ son: (1) Marx afirma que el dinero debe tener un valor intrínseco; y (2) la teoría del valor en ‘El Capital’, volumen 1, no puede reconciliarse con los precios de producción presentados en ‘El Capital’, volumen 3. En otras palabras, el “problema de la transformación” no tiene una solución satisfactoria. Ampliando el trabajo de Suzanne de Brunhoff (1976), Martha Campbell (2017) explica el método de ‘El Capital’ para mostrar cómo argumenta Marx en el capítulo sobre el dinero en ‘El Capital’, volumen 1, que el dinero no necesita tener un valor intrínseco, sentando así las bases para su argumento en ‘El Capital’, volumen 3, de que el dinero en el capitalismo es dinero-crédito. Fred Moseley (2016) argumenta que no existe un «problema de transformación» porque no hay nada que transformar. En ambos argumentos, la forma en que se entiende el método de Marx es clave.

En el primer argumento, se examinan las tres funciones del dinero en el capítulo 3 de ‘El Capital’, volumen 1: medida de valor (y estándar de precio), medio de circulación y dinero como dinero. Estas tres funciones son inseparables: cada una depende de la otra. Lo que importa no es la materialidad del dinero sino que esté socialmente establecido como el equivalente universal. El dinero se atesora por esa razón, no por su valor intrínseco. Ninguna de las funciones del dinero requiere que tenga un valor intrínseco.

En el segundo argumento, cuando Marx introduce el circuito del capital, D – M – (D + ΔM), en el capítulo 4 de ‘El Capital’, tomo 1, llama a ΔM plusvalor. Tanto la M que inicia el circuito como ΔM, que es el objetivo del circuito, son sumas de dinero. La M presentada en el capítulo 4 es igual a c (capital constante) + v (capital variable). Dado que en el capitalismo las mercancías individuales no se venden a sus valores individuales sino a sus precios de producción, razona Moseley (2016), los precios reales a los que se compran los elementos del capital constante y variable son precios de producción, no valores individuales. Las mercancías no se pagan en el volumen 1 y nuevamente en el volumen 3. Por lo tanto, los precios de las mercancías representadas por c y v no necesitan transformación. Pero Marx no pudo desarrollar las categorías necesarias para decir eso hasta El Capital, volumen 3. Las mercancías individuales y los capitales en ‘El Capital’, volumen 1 son partes alícuotas o representativas del montón total de mercancías y del capital social total. La M y ΔM introducidas en el capítulo 4 son las mismas cantidades que aparecen al comienzo de El Capital, tomo 3, donde Marx desarrolla los conceptos de ganancia, precio de coste y precio de producción (precio de coste más el beneficio determinado por la tasa media de beneficio). Dado que el precio de una mercancía siempre fue una parte del capital dinerario gastado, ese capital dinerario siempre compró mercancías a su precio de producción. Entonces, no hay nada que transformar en El Capital, volumen 3, no hay problema que resolver. Moseley señala cómo se alinean el método y la sustancia: “si el método lógico de Marx se interpreta de esta manera, entonces no hay un “problema de transformación” en la teoría de Marx” (Moseley, 2016: 4). El problema creado por la interpretación de aproximaciones sucesivas se disuelve. Si son correctos, estos dos argumentos demuestran la importancia de captar la inseparabilidad del método y la sustancia en la crítica de la economía política de Marx.

 

GEORG LUKÁCS: MÉTODO COMO ORTODOXIA MARXISTA

En «¿Qué es el marxismo ortodoxo?», Georg Lukács (1885-1971) ofrece esta respuesta: «El término marxismo ortodoxo… hace referencia exclusivamente al método». Este método es el materialismo histórico: “La máxima de Marx: “Las relaciones de producción de toda sociedad forman un todo” es el punto de partida metodológico y la clave para la comprensión histórica de las relaciones sociales” (Lukács, 1971: 9). El método marxista es materialista, dialéctico y revolucionario, pero si bien el materialismo histórico puede contener «la clave para la comprensión histórica de las relaciones sociales», como método flaquea, pues se trata de un «punto de partida», no de un camino directo hacia la ciencia. Al separar el método de su objeto, Lukács hace inviolable el método, mientras que cada tesis individual es descartable. Desviando la crítica de la crítica de la economía política de Marx, este enfoque distorsiona la comprensión del método de Marx. 

Marx rechaza la separación del método de su objeto. Ya en sus primeros manuscritos, Marx desarrolla su comprensión del método al ritmo de sus ideas sobre cómo el capital constituye el mundo moderno. La construcción conceptual de ‘El Capital’ está entrelazada con consideraciones metodológicas: sólo podremos comprender mejor la estructura de ‘El Capital’ examinando su método y sus tesis de forma conjunta. Además, la propuesta de desacoplamiento del método de los juicios sustantivos no se ajusta siquiera al propio relato del mismo Lukács. Este escribe sobre la crítica temprana de Marx a Hegel: “es en la realidad misma donde Hegel y Marx se separan. Hegel fue incapaz de penetrar en las verdaderas fuerzas motrices de la historia. … En consecuencia se vio obligado a considerar a los pueblos y su conciencia como los verdaderos portadores de la evolución histórica” (Lukács, 1971: 17). La transición de Lukács «en consecuencia, se vio obligado a» vincula la deficiencia sustantiva de Hegel con su método idealista. Esto encaja mejor con Marx.

La contribución seminal de Lukács al método marxista radica en la luz que puso sobre la forma, especialmente las formas sociales y su dialéctica con las formas de pensamiento. Lukács aprendió a apreciar la forma a través de sus primeras asociaciones con Max Weber, Georg Simmel y Emil Lask, y de los dos pensadores que más lo influyeron, Hegel y Marx. Marx comienza ‘El Capital’ con la forma de la mercancía porque, en palabras de Lukács, «en esta etapa de la historia de la humanidad no hay problema que no lleve finalmente a esa cuestión [de la forma de la mercancía] y no hay solución que no pueda encontrarse en la solución al enigma de la estructura mercantil» (Lukács, 1971: 83). La objetividad fantasmal del valor, el carácter fetichista de la mercancía, “imprime su huella en la totalidad de la conciencia del hombre” (Lukács, 1971: 100). La forma importa.

Lukács encuentra la impronta de la forma mercancía en la filosofía moderna: “La filosofía crítica moderna brota de la estructura cosificada de la conciencia. Los problemas específicos de esta filosofía se distinguen de las problemáticas de las filosofías anteriores por el hecho de que están enraizados en esta estructura” (Lukács, 1971: 110). La indiferencia del valor hacia el valor de uso que es propia de la forma mercancía -la objetividad fantasmal del valor- es la base social de las antinomias del pensamiento burgués. Estas antinomias resultan de abstraer desde la experiencia, un sujeto vacío y un residuo incognoscible: la cosa en sí. Lukács renueva el rechazo de Marx a la filosofía de Kant y Fichte: Lukács insiste en que “todo objeto existe como un complejo inmediato e inseparable de forma y contenido” (Lukács, 1971: 126). Así, el método marxista supera el horizonte burgués.

 

GALVANO DELLA VOLPE: CONTRA EL A PRIORISMO

Galvano Della Volpe (1895-1968), como Marx, pasó del idealismo a la dialéctica materialista. Escribió sobre la ‘Crítica de la ‘Filosofía del derecho’ de Hegel’, donde Marx critica a Hegel por imponer universales lógicos sobre particulares sociales: “ está claro cómo surge aquí el conocimiento de ese nuevo método materialista dialéctico” (Della Volpe, 1979: 166). Este ‘método’ está dirigido a lo que Marx llamó “la lógica propia del objeto propio” (Marx, 1970a: 92). Este objetivo aleja la investigación de los métodos a priori. Della Volpe siguió este ejemplo. A Marx le preocupaba que el desarrollo conceptual en ‘El Capital’ “pudiera parecer… una mera construcción a priori” (Marx, 1976b: 102), porque no lo es. La pasión de Della Volpe era mantener el método marxista libre de apriorismos. Para Della Volpe, existe un método científico, el método experimental, y Marx dirige el método experimental a la sociedad:

La crítica de Marx demostró a fortiori que el apriorismo, hegeliano o no, es estéril e ilegítimo en la filosofía en general y, por tanto, también en las llamadas ciencias morales. Se abrió así la perspectiva de una nueva ciencia: la filosofía como ciencia histórica y experimental de la humanidad. (Della Volpe, 1980: 124)

Lo que Galileo fue para las ciencias naturales, lo es Marx para las ciencias sociales.

Della Volpe sitúa el método marxista en la historia de la filosofía occidental. La teoría de las formas de Platón, que separa lo inteligible de lo sensible, es fundamental para el pensamiento a priori. Aristóteles mejora a Platón, aun con ello Della Volpe considera las esencias de Aristóteles como restos de las formas platónicas. Al igual que el empirista John Locke, Della Volpe rechaza las ideas innatas de los racionalistas, por ello elogia a Immanuel Kant por defender la sensibilidad como una facultad cognitiva separada y positiva: “Kant asesta un golpe decisivo al platonismo de Leibniz y afirma la insistencia de la ciencia moderna en la experiencia. En contra de Leibniz, Kant sostiene… que “una intuición y un concepto son representaciones totalmente distintas en especie”’ (Della Volpe, 1980: 5–6). Pero Kant decepciona a Della Volpe con su “formalización o intelectualización de la lógica trascendental”. Para Della Volpe, eso es “fatal, para cualquier intento de resolver adecuadamente el problema de la experiencia” (1980: 15). Kant “reemplaza la metafísica del ser… por una metafísica del saber”: el alma es reemplazada por el “yo pienso” (Della Volpe, 1980: 123). Kant perdió el contacto con el razonamiento discursivo de Aristóteles, en el que los juicios son simultáneamente analíticos y sintéticos. Della Volpe ve a Hegel como un retroceso a través de Kant a las formas puramente inteligibles de Platón. El método de Hegel, como reveló Marx, es la hipostatización e inversión de sujeto y predicado. La especulación reduce la realidad a ideas lógicas, que luego trata como sujetos cuyos predicados son los particulares. La Idea es el sujeto; la familia, la sociedad civil y el Estado son sus predicados. Marx interpreta al Aristóteles del Platón de Hegel, excepto que él sí elimina por completo el apriorismo.

Ni Della Volpe ni Marx están en contra de las abstracciones; eso sería rechazar el pensar. Es el tipo de abstracciones lo que importa. Della Volpe cita a Lenin con aprobación: “Marx… descartó todos estos argumentos sobre la sociedad y el progreso en general y produjo un análisis científico de una sociedad y de un progreso: el capitalista” (citado en Della Volpe, 1980: 131). Marx ve la futilidad de intentar hacer ciencia social con categorías genéricas. Esta es la genialidad del método de Marx:

Esta concepción específica de la filosofía como ciencia es sinónimo de la abstracción «determinada» o «precisa», la abstracción científica rigurosa, que Marx descubrió y empleó en la «disciplina moral» particular de la economía política. Contrapuso esta abstracción determinada a la abstracción “especulativa”, genérica o “forzada” empleada por los economistas tradicionales, quienes afirmaban que había leyes económicas “naturales” y eternas. (Della Volpe, 1980: 183-4)

Los conceptos de Marx, por ejemplo, la mercancía, el valor, el dinero, el capital y el trabajo asalariado, son determinados e históricos; se aplican a la sociedad capitalista, no a la sociedad en general. Han sido ganados con esfuerzo.

 

MARXISMO ANALITICO: ANALISIS SIN FENOMENOLOGIA

El marxismo analítico, como la filosofía analítica, no reconoce que el método requiera tanto de análisis como de fenomenología. El análisis traza distinciones, pero la fenomenología consulta la experiencia para determinar cuándo lo distinguible no es aislable. Este fracaso se remonta a David Hume, quien no deja lugar a la fenomenología, pues sólo reconoce dos tipos de conocimiento: las relaciones de ideas y los hechos o existencia. Sin embargo, Hume hace juicios fenomenológicos, y su concepción de una «distinción de la razón» los requiere (Hume, 1978: 25). La clasificación de Hume de las percepciones en impresiones e ideas en función de su fuerza y vivacidad se basa en este juicio fenomenológico: las percepciones siempre tienen algún grado de fuerza y vivacidad. Debido a que, como Hume, la filosofía analítica no ve justificación para la investigación fenomenológica, trata lo distinguible como aislable. Siguiendo el ejemplo, el marxismo analítico opera dentro de lo que Marx llamó el horizonte burgués.

La teoría del valor de Marx tiene raíces fenomenológicas. Primero, el trabajo es inseparable de su forma social específica: el valor es puramente social; surge de la forma social del trabajo en el capitalismo. Segundo, el valor es inseparable del dinero: el precio es la forma necesaria de expresión del valor [6]. El valor y el precio son distinguibles pero no separables: el valor no es la variable independiente y el precio la dependiente. Los marxistas analíticos interpretan la teoría del valor de Marx según líneas ricardianas, sraffianas o neoclásicas, cada una de las cuales ignora la forma social del trabajo que produce valor. En consecuencia, el valor se toma como una realidad transhistórica o se descarta, y no se puede pensar en la necesidad de que el valor se exprese como dinero. El marxismo analítico trata los conceptos materialistas históricos que subyacen en la crítica de la economía política de Marx (fuerzas de producción, relaciones de producción, superestructura y formas de conciencia) como elementos separables, aunque interactuantes entre ellos. Para la fenomenología de Marx, estos aspectos distinguibles de la vida social no son separables. El determinismo tecnológico, que trata a las fuerzas de producción como separadas y dominantes, no es una opción para Marx: las fuerzas de producción siempre están constituidas por formas y propósitos sociales que hacen de un modo de producción una forma de vida.

Los conceptos que Marx identifica como constitutivos del modo de producción capitalista (o de cualquier otro) tienen una carga ética, social y política. Cuestionan la división analítica entre descripción y prescripción. El capital comienza con la riqueza en forma de mercancía. Los intercambios de mercancías -compra y venta- son realizados voluntariamente por personas iguales ante la ley. Quién cuenta como persona y qué cuenta como intercambio voluntario son juicios impugnados normativamente. Allen Wood se equivoca al afirmar que las ideas de Marx sobre el valor “no son en ningún sentido ideas normativas o “evaluativas”” (Wood, 1981: 225). Porque la ley del valor se cumple sólo donde la riqueza se produce de forma generalizada en forma de mercancía. Para Marx, el valor está ligado a la libertad, la igualdad, la propiedad y el egoísmo capitalistas, así como con la alienación, el fetichismo, la dominación y la explotación capitalistas. Todos estos están cargados normativamente. Dado que ser un trabajador productivo en el capitalismo es ser explotado como fuente de plusvalía, Marx observa: “Ser un trabajador productivo, por lo tanto, no es un golpe de suerte, sino una desgracia” (Marx, 1976a: 644). La fenomenología del modo de producción de Marx repudia la bifurcación analítica entre descripción y prescripción.

 

HORKHEIMER Y ADORNO: DE LA TEORÍA CRÍTICA TRADICIONAL A LA NUEVA LECTURA DE MARX

En el 70 aniversario de la publicación de ‘El capital’, volumen 1, Max Horkheimer (1895-1973) publicó ‘Teoría tradicional y teoría crítica’. La objetividad buscada por la teoría crítica, escribe Horkheimer, no es indiferente a la difícil situación de la humanidad: «el autoconocimiento del hombre actual es… una teoría crítica de la sociedad tal como es, una teoría dominada en todo momento por una preocupación por condiciones razonables de vida’ (Horkheimer, 1972: 198-9). Horkheimer simpatiza con la aspiración a la objetividad de la teoría tradicional: “La mente [Geist] es liberal. No tolera la coerción externa, ni la renovación de sus resultados para adaptarse a la voluntad de uno u otro poder”, pero la mente “no se separa de la vida de la sociedad; no cuelga suspendida sobre ella” (Horkheimer, 1972: 223). Ninguna teoría de la sociedad carece de motivaciones políticas, por lo que la objetividad requiere autorreflexión y juicio humano.

Contra el empirismo naturalizador de la teoría tradicional, Horkheimer insiste en el carácter histórico de la teoría y su objeto: “Los hechos que nos presentan nuestros sentidos son socialmente preformados de dos maneras: a través del carácter histórico del objeto percibido y a través del carácter histórico de el órgano perceptor’ (Horkheimer, 1972: 200). La teoría crítica debe estar abierta a cambios históricos, por ejemplo, un cambio del capitalismo liberal a formas de monopolio o capitalismo dirigido políticamente.

Refiriéndose a Marx, Horkheimer lleva la teoría crítica de la sociedad a “la crítica dialéctica de la economía política” (Horkheimer, 1972:06). Vivimos, se lamenta Horkheimer, en un mundo que es “el mundo del capital” (1972:208). Dado que el mundo social “en principio debería estar bajo el control humano y, al menos en el futuro, estará bajo él”, observa Horkheimer, “estas realidades pierden el carácter de pura realidad” (1972: 209). Marx había insistido en el carácter transitorio del modo de producción capitalista. Asimismo, la teoría crítica de Horkheimer insiste en que las relaciones sociales se pueden cambiar. La teoría crítica es “un elemento en acción que conduce a nuevas formas sociales” (Horkheimer, 1972: 216). Como Lukács, Horkheimer mira al desarrollo de la conciencia del proletariado; como Lukács, advierte, “incluso la situación del proletariado, en esta sociedad, no es garantía de un conocimiento correcto. … Incluso para el proletariado, el mundo superficialmente parece bastante diferente de lo que realmente es” (Horkheimer, 1972: 213-14). La función del teórico crítico es crear «una unidad dinámica con la clase oprimida», convertirse en «una fuerza… para estimular el cambio». Pero la “posibilidad de tensión entre el teórico y la clase a la que debe servir su pensamiento” está siempre presente (Horkheimer, 1972: 215).

La teoría crítica no puede conformarse, como lo hace la teoría tradicional, con categorías generales. Horkheimer señala: “Las proposiciones primarias de la teoría tradicional definen conceptos universales bajo los cuales se subsumen todos los hechos en el campo en cuestión” (1972: 224). Tales conceptos generales no son científicamente adecuados. Las categorías determinadas que demanda la teoría crítica pertenecen a una totalidad: “Las categorías marxistas de clase, explotación, plusvalía, ganancia, pauperización y descomposición son elementos de un todo conceptual” (Horkheimer, 1972: 218). Sin embargo, cuando Horkheimer se mueve para articular la estructura de ‘El Capital’, surgen problemas. Aunque Horkheimer critica la confianza de la teoría tradicional hacia los conceptos universales, afirma que “la teoría crítica de la sociedad parte también de determinaciones abstractas; pues al tratar con la época actual parte de la caracterización de una economía basada en el intercambio” (1972: 225). Pero el concepto de una sociedad basada en el intercambio no es universal, ni siquiera en un “sentido relativo” (Horkheimer, 1972: 226). Por ello Marx argumenta que una sociedad de intercambio generalizado de mercancías es una sociedad capitalista. El hecho de que Horkheimer no vea esto indica que está adoptando la desacreditada interpretación lógico-histórica de ‘El Capital’ [7]. Horkheimer continúa diciendo que “es por su dinamismo interno que la relación de intercambio, que esboza la teoría, domina la realidad social” (Horkheimer, 1972: 225). Pero ese dinamismo interno es el del capital, por lo que es necesario elaborar la relación conceptual entre «una economía basada en el intercambio» y la producción sobre una base capitalista. Horkheimer tiene problemas con ello.

Cuando Horkheimer habla de los principios de la teoría crítica establecidos por la disciplina especial de la economía política’ (1972: 226), confirma el juicio de Moishe Postone de que ‘en 1937 Horkheimer partió del supuesto de que el «trabajo» constituye transhistóricamente la sociedad’ (Postone, 1993: 119). Eso convierte a Horkheimer en un marxista tradicional en el sentido de Postone. Este vincula el marxismo tradicional con el giro weberiano hacia la razón instrumental:

Al carecer de una concepción del carácter específico del trabajo en el capitalismo, la Teoría Crítica atribuyó sus consecuencias al trabajo per se. El cambio frecuentemente descrito de la Teoría Crítica del análisis de la economía política a una crítica de la razón instrumental no significa, entonces, que los teóricos de la Escuela de Frankfurt simplemente abandonasen la primera en favor de la segunda. Más bien, ese cambio siguió y se basó en un análisis particular de la economía política, más específicamente, una comprensión tradicional de la crítica de la economía política de Marx. (Postone, 1993: 119)

En ‘Tiempo, trabajo y dominación social’, Postone no defiende que Theodor Adorno sea un marxista tradicional, como lo hace con Horkheimer. Investigaciones más recientes encuentran en Adorno una continuidad con el enfoque de Marx sobre las formas sociales que constituyen la sociedad capitalista (Braunstein, 2011). La crítica de Adorno abarca el antagonismo de clases y el precario dinamismo histórico del proceso de acumulación del capital. Las reinterpretaciones metodológicamente perspicaces de Marx por parte de académicos como Michael Heinrich, Werner Bonefeld y Moishe Postone, denominadas ‘die neue Marx Lektüre’ en Alemania, lo entienden como un crítico de la economía política más que como un economista político radical [8]. Esta prometedora corriente de la investigación representa una tradición subestimada de la Escuela de Frankfurt que desciende de Adorno y sus alumnos Hans-Georg Backhaus, Helmut Reichelt y Hans-Jürgen Krahl [9]. La economía política clásica, el marxismo tradicional y la crítica de la razón instrumental comparten el horizonte conceptual burgués, que excluye el tema de la forma social del trabajo. La brillantez metodológica de Marx radica en traspasar ese horizonte.


 

NOTAS

[1] Marx afirma que el reconocimiento de la razón en todas las cosas reduce todo a categorías lógicas. ¿Lo hace?

[2] Uso “fenomenología” en un sentido amplio, no específicamente hegeliano o husserliano, para referirme a una investigación basada en la experiencia sobre cuándo lo identificable es separable.

[3] Sobre el método de indagación ver Ollman (2003).

[4] Grossman comienza: “hasta hoy nadie ha propuesto ninguna idea, y mucho menos ideas claras, sobre el método de investigación de Marx”.

[5] Ver Smith (1990), Arthur (2002) y Reuten (2018).

[6] Véase Murray (2016): capítulos 4 y 8.

[7] Véase Arthur (2002): capítulo 2.

[8] Las nuevas lecturas también están en deuda con la recepción del trabajo de I.I.Rubin (1972) y con la Conferencia de Economistas Socialistas (Elson, 1979).

[9] Por décadas de retos y apoyo, agradezco a los miembros del Simposio Internacional sobre Teoría Marxista, Moishe Postone y Jeanne Schuler.

Subsunción en The SAGE Handbook of Marxism

Andrés Sáenz de Sicilia

Al castellano por Daniel N.


1. INTRODUCCIÓN 

La subsunción figura entre aquellos conceptos de procedencia filosófica que son retomados por Marx y recodificados como conceptos sociales críticos. Aunque se originó como una categoría lógica, la subsunción describe, sin embargo, para Marx algo fundamental sobre la estructura básica y las tendencias de desarrollo de las sociedades capitalistas. La subsunción es, en cierto sentido, la figura lógica crucial de las relaciones capitalistas, en la medida en que estas relaciones se basan en la subordinación sistemáticamente perpetuada del trabajo al capital. Sin esta subsunción no puede haber explotación de la plusvalía y, por tanto, acumulación y reproducción ampliada del capital. El concepto de subsunción, sin embargo, tiene un estatus algo ambiguo dentro del pensamiento de Marx. El término aparece repetidamente desde los primeros hasta los últimn tratamiento riguroso, por lo que no se presenta ninguna os escritos de Marx, pero Marx no lo somete en ninguna parte a u»teoría» explícita de la subsunción en sus escritos. A lo que el lector de Marx parece enfrentarse son poco más que fragmentos e indicios dispersos, alusiones a una posición más sustancial que nunca aparece, o que, en El Capital, es estructuralmente reprimida por el impulso sistematizador que rige el movimiento del discurso de Marx. Las ambigüedades y la aparente ambivalencia expresadas en el uso que hace Marx del término han sido la causa de amplios debates sobre los usos y malos usos del concepto y su relevancia para un compromiso crítico con la realidad contemporánea, que abarcan afirmaciones de su irrelevancia (o incluso contraproductividad teórica) a lecturas que lo elevan como el concepto primario que caracteriza la configuración del capitalismo contemporáneo (o “tardío”). En este capítulo, considero tres aspectos de la subsunción como concepto marxista: su prehistoria filosófica, especialmente en el trabajo de Kant y Hegel (una apreciación de la cual, sostengo, es crucial para comprender la profundidad de su significado dentro de la teoría marxista). La conceptualización de Marx de la subsunción (tanto a nivel ‘general’, en relación con su metodología materialista, como en tanto que subsunción capitalista, en su crítica de la economía política); y, finalmente, interpretaciones y debates clave relacionados con la subsunción dentro de la tradición marxista.

 

2. TRASFONDO CONCEPTUAL

Se llame así o no, la subsunción ha sido una figura de pensamiento empleada desde la antigüedad, describiendo tanto una relación como un acto. En su concepción clásica, la subsunción denota una relación jerárquica de clasificación en la que un elemento se designa como particular, subordinado de una categoría más general que lo engloba (por ejemplo, ‘lo humano’ subsumido bajo el género de ‘animal’). Igualmente, la subsunción se refiere al acto de juicio que produce (o al menos describe) esta relación, la de subsumir un particular bajo un universal o, en un contexto legal/médico, el caso bajo una regla. De esta manera, la subsunción es básica para la construcción de cualquier cuerpo de conocimiento o discurso científico ordenado sistemáticamente. Sin embargo, en la filosofía moderna, la subsunción comienza a adquirir un nuevo significado, refiriéndose no simplemente a la disposición jerárquica de las ideas, o incluso de las cosas, sino al proceso por el cual las entidades objetivas llegan a constituirse como tales. Es este cambio de la subsunción como organización lógica a la subsunción como determinación de la forma (o del reconocimiento a la producción) lo que prepara el camino para el uso del término por parte de Marx.

 

KANT

Fue Immanuel Kant quien rompió por primera vez con la comprensión de la subsunción como una relación puramente lógico o formal, al otorgarle un papel central en su filosofía crítica. Para Kant, nuestra experiencia del mundo exterior no es una aprehensión sensible directa de las cosas ‘en sí mismas’ (como pretende el empirismo ingenuo), ni es el efecto de una actividad de construcción puramente mental (como afirma el racionalismo dogmático), sino más bien resulta de una ‘síntesis’ cognitiva de elementos sensibles y conceptuales. Para que la experiencia de los objetos sea posible, argumenta Kant, a la «materia» de la sensación se le debe dar una «forma» conceptualmente ordenada al ser incluida en los «conceptos puros del entendimiento» (Kant, 1998). Los conceptos puros proporcionan reglas para la organización de la experiencia, de modo que lo captado espontánea y arbitrariamente por los sentidos puede ser reorganizado en forma sistemáticamente ordenada, estable y comunicable, posibilitando su conocimiento (en lugar de simplemente su sentimiento); es decir, siendo apropiado cognitivamente por una conciencia racional.

A diferencia de la noción clásica de subsunción, donde los conceptos específicos se categorizan bajo conceptos más generales (una relación de concepto a concepto), esta síntesis cognitiva involucra la articulación de elementos heterogéneos: conceptos discursivos e intuiciones sensibles. La radicalidad de la proposición de Kant era que los conceptos (de cierto tipo fundamental o “puro”) no reflejaban de forma pasiva las relaciones entre los objetos empíricos, sino que intervenían activamente en el proceso de su formación. El proyecto kantiano de desarrollar una ‘lógica trascendental’ junto con la ‘síntesis trascendental’ que es su núcleo, implicó recodificar relaciones y procedimientos cognitivos que previamente se entendía que tenían validez solo en relación con objetos del pensamiento, convirtiéndolos en aspectos esenciales del proceso por el cual se determina la forma de los objetos empíricos (los objetos de la experiencia concreta).

La subsunción, desde la época de la filosofía de Kant en adelante, adquiere así el carácter de un acto de formación de objetos, en lugar de simplemente limitarse a taxonomizarlos. No implica solamente la ordenación o relación de objetos dados, sino que es una precondición básica de su constitución como objetos, un momento de su “producción”. Es importante destacar que la productividad de la subsunción dentro de la filosofía kantiana no se limita únicamente a los objetos de la experiencia, sino que también permite recíprocamente la actualización de la subjetividad, como el medio o la totalidad compositiva dentro de la cual se unifica la representación de todos y cada uno de los objetos (un continuo consciente que consiste en en una multiplicidad de objetos distinguidos y relacionados). Al unir los diversos momentos sensibles de una manera conceptualmente coherente, la subjetividad trascendental también une cada momento consigo mismo, como la totalidad dentro de la cual se componen todos los objetos. Esto produce un movimiento recíproco por el cual la determinación de la forma de los objetos por parte de la conciencia resulta ser también la actividad precisa mediante la cual la conciencia se actualiza como autoconciencia, en la «unidad trascendental de la apercepción». Esta reciprocidad es crucial, porque significa que la existencia de una estructura totalizadora no es independiente ni indiferente a las entidades que determina y totaliza, sino que tanto la estructura total como los objetos individuales dependen por igual de los procesos activos de determinación por los que se establecen, están relacionados entre sí (esto será importante para Marx, en la medida en que la producción de cierto tipo de objetividad, por ejemplo, las mercancías, actualiza y sostiene recíprocamente la existencia de la totalidad compositiva que necesita esta producción: el capitalismo).

 

HEGEL

La subsunción no juega un papel central en la filosofía de Hegel y aparece con poca frecuencia en sus escritos. No obstante, existe un importante hilo de continuidad que relaciona los aspectos medulares del discurso kantiano de la subsunción con el pensamiento de Hegel, así como el desarrollo de rasgos novedosos de la subsunción crucial por la adopción del concepto por parte de Marx. La importancia del tratamiento de Hegel de la subsunción es doble. Hegel reconoció la centralidad de la determinación subsuntiva de la forma para la constitución de la objetividad, mientras que al mismo tiempo desvinculó tales actos de determinación de su origen en la estructura ahistórica del ego individual en la que se basaba la «lógica trascendental» de Kant. Esto permitió a Hegel formular una descripción dinámica y evolutiva de la reciprocidad entre las formas discretas y la totalidad compositiva que las abarcaba. En lugar de reforzarse reflexivamente unos a otros en un circuito cerrado que siempre regresaría al mismo punto de partida (la unidad kantiana de la apercepción), para Hegel el movimiento de determinación y comprensión, o externalización y apropiación, trazaba lo que Marx describió como «una espiral», una curva en expansión, no un simple círculo’ (Marx, 1993: 266). Por esta razón, los actos de subsunción forman objetos, que a su vez transforman el sistema o estructura de determinación en sí mismo, obligándolo a su vez a generar nuevas formas para nuevos objetos, desencadenando así una dinámica de desarrollo constante.

El cierre reflexivo operativo en la filosofía kantiana es así transformado por Hegel en una explicación procesual del desarrollo que pasa por etapas sucesivas e interrelacionadas, donde cada etapa emerge como resultado de la etapa anterior. Esto implica una nueva concepción de cómo los actos de determinación relacional (como la subsunción) interactúan con las estructuras de unidad, o totalidades compositivas, en las que se sitúan sus elementos básicos. La subsunción de lo particular bajo lo universal ya no es un acto infinitamente idéntico realizado dentro de una totalidad inmutable, sino que adquiere un carácter fundamentalmente diferente según la etapa de desarrollo de la totalidad, al mismo tiempo que impulsa ese desarrollo hacia adelante. . Por lo tanto, manteniendo su caracterización kantiana como proceso constituyente de un objeto, Hegel relativiza y multiplica la naturaleza de la determinación subsuntiva de la forma, especificando su naturaleza y efectos según la etapa o momento de desarrollo en el que opera. Esto abre el camino para conceptualizar la subsunción como un proceso tanto social como histórico.

En la Fenomenología del Espíritu, este concepto procesual del desarrollo conduce a la ‘superación’ (Aufhebung) del punto de vista finito de una conciencia aislada y al desarrollo de un concepto social de subjetividad que emerge con la transición de las relaciones sujeto-objeto a través de sujeto, y luego las relaciones sujeto-sustancia en las diversas formas de vida ética (Hegel, 1977). En primer lugar, la exposición de Hegel intenta demostrar que las relaciones interpersonales son una condición implícita para la existencia de la autoconciencia individual que caracteriza el punto de vista de la filosofía de Kant. La subsunción de las intuiciones bajo conceptos pasa así a asociarse con una forma parcial de conocimiento perteneciente a una etapa limitada en la serie evolutiva, abriendo el camino a ulteriores y diversos procesos de subsunción de naturaleza intersubjetiva (la subsunción de un sujeto por otro y el surgimiento de relaciones jerárquicas, como en la sección ‘‘señorío y servidumbre’). Posteriormente, Hegel rastrea el desarrollo de las relaciones sociales en estructuras objetivas duraderas, en lugar de relaciones contingentes e inestables entre individuos aislados. Aquí, con el surgimiento de lo que él llama «espíritu», se obtienen relaciones subsuntivas entre individuos particulares y la universalidad de la forma social en la que existen y por la cual están constituidos (en oposición a la simple dominación de una autoconciencia por otra). Este es un precursor vital del uso de la subsunción por parte de Marx, ya que sienta las bases para un análisis de los procesos a través de los cuales los individuos son subsumidos bajo estructuras objetivas de socialidad. La intervención de Hegel en el discurso de la determinación subsuntiva de la forma lo lleva claramente mucho más allá del análisis de los actos de juicio sintético propios de una conciencia individual y hacia la teorización de las formas relacionales que determinan la identidad y la acción práctica de los individuos en un contexto colectivo.

El análisis de Hegel del desarrollo a través de configuraciones sucesivas de una totalidad social que lo abarca todo también establece la base para conceptualizar la subsunción en términos históricos, aunque se ha discutido cómo caracterizar exactamente la dimensión histórica de la filosofía de Hegel desde su recepción más temprana. Más importante que cualquier supuesta correspondencia entre las sucesivas «formas» del espíritu descritas por Hegel y épocas o eventos históricos reales es el compromiso de Hegel con la idea de que diferentes órdenes sociales y éticos dan lugar a diferentes tipos de individuos, prácticas e instituciones (así como  por implicación, diferentes formas de falta de libertad y dominación). Sin embargo, el aspecto controvertido de esta idea era la filosofía de la historia que sustentaba la explicación de Hegel, que equiparaba el desarrollo a través de sucesivas etapas sociales como la progresión necesaria hacia órdenes cada vez más racionales y éticamente perfeccionados, que culminaban en un momento «absoluto» que completaba el movimiento de desarrollo y unificó todas las etapas precedentes (totalizando así las múltiples configuraciones de la totalidad). En cierta lectura de este punto de vista, la historia está impulsada por una necesidad racional hacia la realización de la libertad universal y la unidad entre los individuos, la naturaleza y lo divino que completaría efectivamente el proceso histórico, dado que ningún orden «superior» podría realizarse posteriormente. Esto dio lugar no sólo al problema de cómo identificar y validar el momento histórico en el que se había alcanzado o se habrá alcanzado tal estado de finalización, sino también de si la historia podía realmente terminar de esta manera.

A pesar de su aparente abstracción, el compromiso explícito más sostenido de Hegel con el concepto de subsunción, en su ‘Ciencia de la lógica’ (1999), se relaciona directamente con estos problemas. Aquí, Hegel critica la forma lógica de la subsunción como tal (es decir, independientemente de cualquier momento concreto de subsunción) como una relación limitada y contradictoria que no puede producir una unidad genuina entre los elementos que relaciona. La crítica de Hegel se centra en la afirmación de que la determinación subsuntiva de la forma implica siempre una especie de imposición o violencia, ya que un «contenido» particular está determinado por una «forma» que permanece en algún sentido abstracta o indiferente a sus cualidades específicas y, por lo tanto, viola su identidad singular. En la medida en que está constreñido por la abstracción de la forma, el contenido no puede actualizarse completamente o «ser» él mismo en su particularidad y, por lo tanto, permanece carente de libertad. Es el motivo rector de la dialéctica hegeliana superar toda esa abstracción e indiferencia en la relación entre forma y contenido, o universal y particular, para alcanzar la verdadera libertad. La unidad absoluta y final que es el horizonte del sistema de Hegel y el punto de culminación del esquema de desarrollo histórico que implica exige, por tanto, la superación de las limitaciones de las relaciones subsuntivas.

A pesar de todas las carencias que Marx identificó en el pensamiento de Hegel, el motivo de la superación de la imposición de formas ajenas y dominantes indiferentes a la singularidad cualitativa del contenido vivo que configuran figura como una poderosa influencia en su crítica de las sociedades capitalistas. El carácter lógico y abstracto de la subsunción, como lo destaca Hegel, es una figura perfectamente apta para el carácter opresor del capital, como una forma alienante y unilateral de relación social.

A partir de una lectura de la función estructural que juega la subsunción dentro de la filosofía de Kant y Hegel, queda claro que las transformaciones que sufre en sus respectivos sistemas son cruciales para el desarrollo del despliegue de la subsunción de Marx como un concepto social crítico. Lejos de indicar simplemente una relación jerárquica, como en su sentido clásico, la subsunción en esta tradición se vincula inexorablemente a los problemas de la determinación de la forma y el desarrollo sistémico. Con Kant, vemos que toda objetividad debe ser producida (en lugar de simplemente aprehendida) y que los actos sintéticos de subsunción que determinan la forma son fundamentales para esta producción. Con Hegel, vemos que la producción de objetividad no tiene lugar de acuerdo con una totalidad «histórica» ​​fija sino más bien en desarrollo, cuyas transformaciones alteran la naturaleza y los efectos de esa producción (y también la naturaleza y los efectos de las relaciones subsuntivas que operan dentro de ella). ). Al mismo tiempo, Hegel reconoce en la subsunción un carácter inherentemente alienante u opresivo, insistiendo en que, por definición, la subsunción implica la falta de libertad o la restricción de todo lo que se subsume. Estas intervenciones son significativas para el desarrollo del pensamiento de Marx y la tradición crítica que dio a luz en tres sentidos principales: primero, la ‘productividad’ de la subsunción impregna la noción marxista del trabajo y el proceso laboral, como el lugar ontológico de la formación del objeto con los correspondientes efectos que dan forma al sujeto; segundo, el carácter abstracto de las relaciones subsuntivas dan lugar el discurso sobre la alienación, la reificación, la ideología y la “abstracción real” (Wendling, Capítulo 28, Rehmann, Capítulo 31, y Lange, Capítulo 32, The SAGE Handbook of marxism); tercero, la subsunción dentro de una totalidad compositiva en desarrollo permite su comprensión como un proceso histórico (tanto en el sentido de ser determinado por condiciones históricas como por ser determinante para el cambio histórico). Al establecer estas nuevas problemáticas y dar lugar a nuevos recursos conceptuales, esta historia filosófica de la subsunción es una condición previa esencial para la invención de una teoría marxista de la subsunción.

 

LA SUBSUNCIÓN EN LOS ESCRITOS DE MARX

Materialismo y crítica de la filosofía: La reacción de Marx al discurso filosófico de la subsunción

En sus primeros escritos, Marx identifica las limitaciones de las descripciones anteriores de la subsunción, y de la filosofía en general, en la forma en que conciben la relación entre el pensamiento y la realidad. Para Marx, la filosofía idealista suscribe una explicación invertida de la realidad en la que se invierte la relación causal entre pensar y ser, de modo que las ideas y las relaciones lógicas entre ideas tienen primacía sobre los individuos reales y las relaciones materiales. En ninguna parte, para Marx, esta inversión es más evidente que en la filosofía y la teoría de la sociedad moderna de Hegel, donde «simplemente se aferra a una categoría y se contenta con buscar algo que corresponda a ella en la existencia real» (Marx, 1975: 109). ). Marx acusa a Hegel de dotar a “su lógica de un cuerpo político; no nos proporciona la lógica del cuerpo político” (1975: 109). A pesar de su pretensión de partir del punto de partida más inmediato y sin presupuestos, el pensamiento de Hegel, simplemente por el hecho de ser filosofía, ya presupone la prioridad de la conceptualidad sobre el ser material.

Al reconocer este dogmatismo congénito del ideal, Marx vuelve los métodos propios de la filosofía, en particular la dialéctica de Hegel, contra sí mismos, desarticulando la práctica de la crítica del contexto y la problemática en la que se origina para redesplegarla al servicio de un nuevo proyecto de crítica social materialista. Para Marx, la crítica de una realidad social dada -con sus relaciones, prácticas, formas e instituciones constitutivas- es sinónimo de la construcción de una exposición sistemática adecuada de esa realidad: pues proporciona la «lógica del cuerpo político». Tal «lógica» solo puede ser el resultado final (y continuamente revisado), en lugar del punto de partida dogmático, de la investigación social crítica que apunta a rastrear su existencia real en el pensamiento con miras a la transformación de esa existencia.

Comprender y criticar las lógicas de la existencia social e histórica de esta manera se convierte en el objetivo central del proyecto de Marx, llevándolo a inventar una constelación de nuevas categorías y una metodología teórica singular que desafía los límites disciplinarios tradicionales (aunque aún perdurables). Esta invención engendró una reconsideración radical del estatus de las relaciones conceptuales, tanto dentro del discurso teórico como en la realidad social que describe y busca deshacer. Si el concepto de subsunción es tomado de la filosofía por Marx, no es para someterlo a una crítica en abstracción de cualquier contexto social concreto en el que se dan relaciones subsuntivas. Lo es, más bien, porque expresa adecuadamente una «función determinada» dentro de una configuración históricamente específica de las relaciones y prácticas humanas (la sociedad burguesa moderna). Desde esta perspectiva materialista, la subsunción sirve como expresión teórica, o figura lógica, de alguna subordinación real (es decir, material, práctica) de individuos u objetos a una forma o función social dominante. Las ‘categorías’ bajo las cuales los individuos y los objetos están subsumidos en el discurso de Marx no son, por lo tanto, reducibles a determinaciones del pensamiento (aunque todavía pueden retener una dimensión conceptual), sino que se conciben más ampliamente como categorías del ser histórico o formas sociales de existencia que determinan y se constituyen a través de la práctica colectiva de los individuos sociales.

La subsunción en el vocabulario crítico evolutivo de Marx llega así a implicar la subsunción bajo formas históricas de existencia, o más específicamente, como dice Marx en los Grundrisse, «subsunción de… los individuos bajo relaciones específicas de producción» (1993: 96). Tales relaciones específicas de producción, unificadas en varias configuraciones como ‘modos de producción’ (Haldon, Capítulo 2, The SAGE Handbook of marxism), llegan a actuar como las formas determinantes de acción e identidad bajo las cuales los individuos son subsumidos y por lo tanto constituidos en su peculiaridad histórica ( el ‘universal’ bajo el cual se subsumen varios ‘particulares’, en términos lógicos). Si Hegel ya había identificado la dimensión inherentemente restrictiva y abstractiva de la subsunción, donde la falta de libertad del individuo se presupone en su subsunción como tal, Marx se apropia y califica esta afirmación llenándola de color y contenido histórico. Rechazando todas las determinaciones transhistóricas de la producción y la reproducción como un proceso metabólico, salvo las más básicas (Marx, 1976: 290), Marx exige que se preste atención a los conjuntos específicos de relaciones sociales y formas en las que se dan relaciones subsuntivas concretas. De ello se deduce que si las relaciones subsuntivas son realmente concomitantes con la falta de libertad, tal falta de libertad debe entenderse en su particularidad histórica, a diferencia de las formas de falta de libertad propias de otras épocas (por ejemplo, el feudalismo o las antiguas sociedades esclavistas).

 

Subsunción capitalista

Habiendo desarrollado una teorización general de la determinación de la forma social como subsunción bajo las relaciones de producción, la explicación de Marx de la subsunción capitalista puede entenderse como una configuración históricamente específica de este proceso de determinación de la forma. En el contexto de la crítica de la economía política – la exposición de Marx del sistema de categorías burguesas (en sí misma la expresión idealizada de la realidad burguesa) – la subsunción se usa para describir la relación que se da entre el capital y el trabajo, de modo que puede decirse que el trabajo es subsumido bajo el capital en la medida en que está determinado en su  forma como una instancia particular del capital. Esta ‘subsunción del trabajo bajo el capital’ tiene un doble significado, refiriéndose tanto a la mencionada noción de determinación, donde el trabajo se constituye como un momento del capital, económica y materialmente, como al mismo tiempo designando la falta de libertad que esta forma-determinación implica, como la represión de modos alternativos de representación y acción para el trabajo.

Este uso de la subsunción en los escritos de Marx está guiado por la concepción crítica de la subsunción establecida por Kant, que indica un problema relacionado no simplemente con la disposición jerárquica de elementos preformados (como en el concepto «clásico» de subsunción), sino con el problema más profundo de cómo los particulares se forman o constituyen de acuerdo con el universal que los subsume. Para Marx, no existe una relación natural o eterna de pertenencia entre el trabajo y el capital; su articulación es más bien el efecto de una particular conjunción de condiciones y fuerzas históricas que determinan la actividad productiva como trabajo asalariado a través de la formación de una clase «trabajadora» (es decir, una clase de individuos sin otro medio de supervivencia que la venta de su capacidad laboral). Esta particularidad es precisamente lo que está en juego en la discusión de Marx sobre la subsunción capitalista: los mecanismos históricamente específicos por los cuales el trabajo está determinado en su forma (como una mercancía explotable) y dominado por el capital. Marx analiza varias formas diferentes de subsunción bajo el capital (formal, real, híbrida), cada una de las cuales corresponde a una modalidad específica de mando y coerción empleada para extraer plusvalía del proceso de producción. Estas formas no solo son diversas, involucrando aspectos tanto sociales como materiales, sino que también expresan la tendencia del capital a profundizar progresivamente su control de la producción para eliminar todas las barreras a la explotación y la acumulación. La subsunción es, por lo tanto, clave, no solo para especificar la particularidad histórica de las relaciones sociales capitalistas, sino también para conceptualizar el dinamismo interno y las tendencias de desarrollo que exhiben esas relaciones. Para Marx, la relación subsuntiva entre capital y trabajo está mediada por la unidad de dos procesos: el proceso de valorización y el proceso de trabajo. En esta unidad, “el proceso de trabajo es como si estuviera incorporado [al proceso de valorización], subsumido bajo él” (Marx y Engels, 1988: 67). A nivel general, la esencia de la subsunción del trabajo radica en las formas en que el capital se apropia del proceso de trabajo y lo hace funcionar también como un proceso de valorización, un motor para la producción de plusvalía. Esto sucede, en su forma más básica, a través de la conjunción de dos actos diferentes.

Primero, el capital y el trabajo toman la forma de mercancías en el proceso de circulación: salarios monetarios y fuerza de trabajo. El propietario de la fuerza de trabajo y el propietario del salario se encuentran en el mercado e intercambian sus bienes, que se miden como sumas de valor, es decir, como expresiones del trabajo humano abstracto. Al hacerlo, el dueño de los salarios, el capitalista, compra el derecho a emplear una cierta cantidad de tiempo de trabajo. La mercantilización generalizada de la fuerza de trabajo, apuntalada por los procesos de la llamada “acumulación originaria” que dió lugar a una clase proletaria, es el primer momento de la “particularización” del trabajo bajo el capital. Desde la perspectiva de la circulación, Marx considera esto una simple compraventa ‘como cualquier otra’, en el sentido de que ambas partes son formalmente libres y entran voluntariamente en el intercambio (aunque esta situación está condicionada para el proletario por otro tipo de libertad: el de la libertad de poseer cualquier propiedad). No obstante, al mismo tiempo, este intercambio cuantitativamente “igual” está “coloreado” por su contenido peculiar:

Con su dinero, el dueño del dinero ha… comprado una disposición sobre cierta capacidad de trabajo para poder agotarla. Consumir esa capacidad de trabajo como tal, es decir, hacerla funcionar como trabajo efectivo, en definitiva, para poder hacer trabajar realmente al trabajador. (Marx y Engels, 1988: 64)

Este agotamiento real de la mercancía fuerza de trabajo, continúa diciendo Marx, “es un proceso cualitativamente distinto al del intercambio. Es una categoría esencialmente diferente” (1988: 54). 

En segundo lugar, en el análisis de la producción, Marx demuestra que con este control sobre el proceso de trabajo, el capitalista puede obligar al trabajador a realizar plustrabajo, a producir un exceso de valor por encima de lo que recibe en forma de salarios para poder reproducirse. De este modo:

[una] relación de dominación y subordinación entra en la relación de la producción misma; esto se deriva de la propiedad del capital sobre el trabajo que ha incorporado y de la naturaleza del proceso de trabajo mismo. (Marx y Engels, 1994: 102)

Estos dos momentos, el intercambio y la producción, los aspectos formales y materiales de la vida económica capitalista, juntos determinan el proceso de trabajo como un proceso de valorización, y así establecen la base para la subsunción capitalista; ninguno es suficiente sin el otro. La relación de intercambio es necesaria para que el trabajo tome la forma de valor, caiga bajo la propiedad y el mando del capitalista y así se convierta en capital variable (es decir, una instanciación formal de la universalidad del capital). Igualmente, el proceso de producción es necesario para que se explote la capacidad de creación de valor del trabajo, de modo que el capital original genere un excedente y se haya expandido. Sólo así ha actuado el trabajo como momento del capital, subsumido en él.

Sin embargo, es crucial que no exista una conexión directa entre estos dos procesos; Marx dice que «el proceso de trabajo como tal no tiene nada que ver con el acto de comprar la capacidad de trabajo por parte del capitalista» (Marx y Engels, 1988: 65-6) mientras que «por otro lado, el concepto de la mercancía en sí misma excluye el trabajo como proceso” (Marx y Engels, 1994: 71). Sin embargo, los dos movimientos se presuponen mutuamente y llegan a aparecer como vinculados «naturalmente» en su articulación capitalista. Su relación debe renovarse constantemente para sostener el movimiento recíproco entre circulación y producción que es la base para la acumulación de capital. Por lo tanto, es la unidad de estos dos actos -intercambio y producción- lo que constituye la síntesis distintiva de la forma social capitalista o «modo de producción»: el modo por el cual el trabajo está determinado en su forma en tanto que «propiedad del capital». Al expresar la lógica de esta conjunción básica (como la articulación de un contenido concreto particular con una forma social abstracta de universalidad), es la «subsunción» por encima de todos los demás conceptos en la obra de Marx lo que describe más directamente en qué consiste la especificidad de la dominación capitalista. En otras palabras, apunta a lo que es más esencial en la relación de poder capitalista para distinguirla, tanto en su fin como en sus medios, de las formas de dominación social existentes hasta ahora.

 

Formas de subsunción

Marx distingue entre varias formas de subsunción bajo el capital, elaborando diferentes modalidades en las que el capital ejerce su dominio sobre el proceso de trabajo. Sin embargo, Marx insiste en que estas determinaciones de forma y procesos de mando funcionan como transformaciones de configuraciones de producción existentes y no pueden comprenderse en abstracción de las condiciones históricas concretas en las que emergen y se desarrollan. Lo que indica la distinción entre subsunción formal, real e híbrida son diferentes mecanismos de transformación de la producción sobre una base capitalista, que a su vez tienen repercusiones transformadoras en el conjunto de la sociedad.

 

Subsunción formal

Con la “subsunción formal” del trabajo bajo el capital, Marx explica que los capitalistas se hacen cargo de los procesos de producción existentes sin alterar en modo alguno el “carácter tecnológico específico” del proceso de trabajo (Marx y Engels, 1988: 92). Los medios y métodos de trabajo, tanto como el producto final, siguen siendo idénticos a la forma que tenían cuando la producción se realizaba en su configuración precapitalista. Lo que cambia es que ahora el trabajador trabaja por un salario, bajo el mando y la supervisión de un capitalista, utilizando materiales provistos por el capitalista, y acaba con la propiedad de los productos por los que han trabajado en el proceso de producción. El trabajo del trabajador ha sido así subsumido bajo el capital, apropiado y explotado para generar plusvalía, pero solo “formalmente”, es decir, al nivel de la relación económica de intercambio entre el trabajador y el capitalista. La actividad real del trabajador se lleva a cabo exactamente como lo era antes de que el capitalista la organizara y, por lo tanto, no se ve afectada «materialmente» por la introducción de esta nueva forma de explotación. En la medida en que la subsunción formal funciona como mecanismo de dominación, está puramente al nivel de la relación de poder interpersonal por la cual el trabajador, que depende de su salario para sobrevivir, se ve obligado a ceder el control de sus capacidades productivas al capitalista que puede beneficiarse de ellas. Dado el carácter puramente formal de esta dominación, cuando los capitalistas buscan aumentar su explotación del trabajo formalmente subsumido (como por definición deben hacerlo), los únicos medios a su disposición implican la imposición de una jornada laboral más larga o un ritmo de trabajo intensificado, siendo que ambas opciones, tropiezan con límites naturales y sociales.

 

Subsunción Real

Marx continúa describiendo una forma más profunda de subsunción que se construye sobre el modo económico de control operativo de la subsunción formal. La ‘subsunción real’ del trabajo bajo el capital implica no sólo el mando formal sobre el trabajador del que disfruta el capitalista poseedor del salario, sino también una forma más material de mando que resulta del hecho de que el capitalista también posee y configura los medios de producción involucrados en el proceso laboral. Dependiendo de estos medios para realizar la actividad laboral que vendieron al capitalista, los trabajadores deben adaptarse a los medios junto con los métodos de trabajo que presuponen tecnológicamente. Si el capitalista altera la configuración técnica del proceso de trabajo, también se alterará el trabajo del trabajador. El capitalista descubre así otro método a través del cual aumentar la explotación del trabajo, porque si el proceso de producción puede hacerse más eficiente (es decir, generar más valores de uso con una cantidad igual o menor de fuerza de trabajo, produciendo plusvalía ‘relativa’), o permitir un mayor poder de coerción sobre la actividad del trabajador, entonces el capitalista sale ganando, incluso sin haber obligado «formalmente» al trabajador a trabajar más tiempo o más duro. Esta es la «subsunción real» del trabajo, que Marx considera corresponde con el «modo de producción propiamente capitalista» (1975: 1019 ss.).

Marx subdivide la subsunción real en tres momentos distintos: (1) cooperación, (2) división del trabajo y la manufactura, y (3) maquinaria e industria a gran escala:

1. La cooperación es la simple reorganización de la producción por parte de los capitalistas para permitir el «trabajo colectivo directo» de múltiples trabajadores. En efecto, esto simplemente significa reunir a los trabajadores en un lugar sin cambiar la naturaleza de su proceso de trabajo, por lo que la diferencia que introduce con respecto a la subsunción formal (donde los trabajadores pueden ser empleados por el mismo capitalista pero realizan su trabajo en diferentes lugares) es ‘puramente cuantitativa’. El capitalista gana aquí mediante una concentración que permite compartir los recursos y la coordinación de los poderes individuales, así como una mayor capacidad de vigilancia y supervisión.

2. La división del trabajo y la fabricación implica una interferencia mucho mayor de los capitalistas en el proceso de trabajo, el cual se divide en momentos discretos que luego se convierten en una tarea especializada de los trabajadores individuales. El trabajo colectivo se “divide” entre estas tareas; en lugar de que un trabajador ensamble un producto completo de principio a fin, cada trabajador realiza repetidamente un solo momento del proceso general. Así, el trabajo se vuelve cada vez más especializado y perfeccionado con respecto a estas «operaciones parciales», en las que el insumo de cada trabajador individual representa solo un fragmento del producto final. En términos de la experiencia del trabajo, Marx argumenta que esto da lugar a la monotonía del trabajo, con la repetición incesante de tareas diminutas y una disociación del producto final, que el trabajador nunca puede ver, comprender o disfrutar. Es significativo aquí para la teorización de la subsunción como mecanismo de dominación capitalista, que el proceso de trabajo en este momento es diseñado y unificado por el capitalista, no por el trabajador, quien, en consecuencia, encuentra su actividad inserta en un proceso ajeno a él.

3. La tendencia a invertir el control obrero sobre el proceso de trabajo y colocarlo del lado del capitalista se consuma con la gran industria, basada esta en el uso de maquinaria. Aquí, no es sólo la división y especialización de tareas lo que garantiza la eficiencia de la explotación, sino el desarrollo de la maquinaria como aparato objetivo a través del cual se realiza el proceso de trabajo:

El aumento de la fuerza productiva del trabajo y la mayor negación posible del trabajo necesario es la tendencia necesaria del capital, como hemos visto. La transformación de los medios de trabajo en maquinaria es la realización de esta tendencia. (Marx, 1993: 693)

A diferencia de las herramientas, la maquinaria no está restringida por los límites del cuerpo humano individual (o incluso de múltiples cuerpos que actúan en conjunto) y, por lo tanto, permite un gran aumento en la productividad del proceso de trabajo. La gran industria convierte el taller en una fábrica, un ‘sistema articulado’ de procesos y máquinas cuyo ‘principio regulador’ es una continuidad de la producción siempre perfeccionada, con el objetivo de minimizar todas las interrupciones del proceso de trabajo (Marx, 1993: 693) . En lugar de cultivar habilidades técnicas especializadas en el trabajador como lo hace la manufactura, la industria inculca al trabajador en una ‘especialización en la pasividad’, reduciendo su actividad a la simple operación de maquinaria técnicamente compleja que supervisa su funcionamiento como ‘vigilante y regulador’ en lugar de ‘principal actor’. ‘ (1993: 693). La actividad de la fuerza de trabajo se vuelve así “determinada y regulada por todos lados por el movimiento de la maquinaria, y no al contrario” (1993: 693). De esta forma, el mando capitalista pasa a ser objetivamente puesto en la composición material del proceso de trabajo, de modo que el trabajador confronta la necesidad de su explotación no sólo en la autoridad personal del patrón capitalista o en la organización burocrática de las tareas, sino como un ‘hecho tecnológico’ construido en la realidad concreta de los medios de producción.

 

Subsunción híbrida

Junto a las discusiones sobre la subsunción formal y real, Marx también menciona la existencia de varias ‘formas híbridas’ (Zwitterformen) a través de las cuales los capitalistas ‘extorsionan’ la plusvalía sin que el proceso de trabajo sea subsumido formalmente (Marx, 1976: 645; cf. también Banaji, 2011: 63; Das, 2012; Murray, 2004: 265; Skillman, 2012). Al igual que en la subsunción formal y la real, una relación económica sustenta tal explotación, pero sin la mediación de un salario directo y sin la propiedad y el control del proceso de trabajo por parte del capitalista (Marx, 1976: 645). En cambio, ya sea monopolizando el mercado para la compra de los bienes del productor, o a través de adelantos de dinero, materiales o tierra necesaria para la producción, el capitalista puede efectivamente extraer un excedente del productor sin comprar ni controlar su fuerza de trabajo. Jairus Banaji ha descrito la relación económica implícita en la subsunción híbrida como una que constituye  un “salario oculto” (Banaji, 2011: 98). El capitalista aquí funciona formalmente como ‘intermediario, como comerciante’ (Marx y Engels, 1988: 270), o alternativamente, como usurero, alimentándose ‘del [productor] como un parásito’ (Marx, 1976: 645), aunque en última instancia el resultado es el mismo que con los otros modos de subsunción: explotación y acumulación (Marx y Engels, 1994: 118-119).  La subsunción híbrida presupone que los productores formalmente independientes están dispuestos a entablar relaciones de explotación, incluso en ausencia de «restricciones políticas» que los obliguen a hacerlo, para obtener acceso al dinero o los medios de producción necesarios para asegurar sus medios de subsistencia. Por lo tanto, la existencia de tales ‘formas híbridas’ debe estar asociada, por un lado, con procesos de acumulación por desposesión’ (Harvey, 2003) y la consecuente  concentración de riqueza y medios de producción por parte de una clase capitalista y, por el otro, por la propagación de las relaciones de mercado mediadas por el dinero.

Marx se refiere a la subsunción híbrida en dos sentidos principales (aunque el concepto cubre una gran diversidad de escenarios concretos, tanto históricos como contemporáneos). Las formas híbridas pueden ser “transicionales” (Übergangsformen), sirviendo como base para el surgimiento histórico de la subsunción formal en los albores de la producción capitalista. Pero también perduran o emergen de nuevo como «formas acompañantes» (Nebenformen) junto con relaciones de producción propiamente capitalistas basadas en la subsunción formal o real. En este sentido, las formas híbridas no se restringen a formas residuales o anacrónicas de explotación, sino que constituyen una estrategia de exclusión y externalización permanentemente presente que los capitalistas pueden emplear como respuesta estratégica tanto a las presiones competitivas como a la resistencia de los trabajadores (Das, 2012). 

 

RECEPCIÓN HISTÓRICA Y DEBATES

Periodización y subsunción “total”

Dentro del canon marxista, el concepto de subsunción sigue siendo un término relativamente poco teorizado, que ha recibido mucho menos compromiso académico y político que conceptos como alienación, explotación, cosificación o abstracción. Este descuido se deriva, al menos en parte, de su limitada presencia textual en los escritos de Marx y de una aparente ambivalencia por parte de Marx con respecto a su estatus teórico (Murray, 2009: 173; Sáenz de Sicilia, de próxima publicación; Skillman, 2013). Marx desarrolla las descripciones más sostenidas de la subsunción capitalista en los primeros borradores de su crítica de la economía política: ‘Los resultados del proceso de producción inmediato’ y los ‘Manuscritos de 1861-1863’; sin embargo, el término «subsunción» se omitió casi por completo de los volúmenes publicados de ‘El capital’, con los primeros borradores en cuestión disponibles relativamente tarde en la formación de las tradiciones marxistas ‘ortodoxas’ y ‘críticas’. No obstante, entre los diversos intentos de revitalizar y reinventar la crítica de la sociedad capitalista a raíz de los fracasos de los comunismos históricos de varios tipos, varias contribuciones significativas invocan la subsunción como categoría crítica central. En particular, los escritos de Theodor W. Adorno, Jacques Camatte y Antonio Negri se basan en la subsunción como categoría con la que teorizar la dinámica del desarrollo del poder capitalista. A pesar de su surgimiento en el contexto de diversos contextos políticos y culturales, estos enfoques tienen en común una comprensión de la subsunción como una categoría que se ocupa principalmente de la transformación histórica de las relaciones capitalistas, ya sea a través de la periodización de distintas fases del capitalismo registradas en función de su tipo de subsunción, siendo correspondientes estas a diferentes modos de explotación y resistencia (como con Negri), o en la progresiva extensión y expansión de las relaciones capitalistas de tal manera que comienzan a abarcar todos los ámbitos de la vida hasta ahora no mercantilizados, como la cultura y el ocio (lo que Adorno y Horkheimer identificó como ‘el desarrollo hacia la integración total’ (2002: xii)).

La obra de Adorno estableció el primer intento serio, después de Marx, de desplegar el concepto de subsunción en la tradición de la crítica social marxista. Sin embargo, en lugar de basarse en el análisis de Marx de las diferentes formas de subsunción, el uso de la categoría por parte de Adorno se basa más directamente en sus conceptualizaciones y críticas filosóficas anteriores, particularmente en la epistemología kantiana y su metacrítica hegeliana.

En primer lugar, este legado filosófico proporcionó a Adorno un modelo para el destino de los individuos sociales en las sociedades modernas, basado en los procesos de esquematización formativa especificados por el idealismo alemán en el que lo particular se adecua a lo universal de una manera que abstrae cualquier individualidad (Adorno y Horkheimer, 2002: 65). Esta plantilla de ‘juicio identificatorio’ se manifiesta concretamente para Adorno en la reducción de “la abrumadora masa de la población… a meros objetos de administración” (2002: 30) lo que los forma como individuos pasivos e impotentes («anulados») a través de, en el caso más extremo, la “abstracción completa de seres humanos subsumidos bajo conceptos arbitrarios” a los que se les hace encajar (Adorno, 1973: 236). Como enfatizó el corresponsal de Adorno, Alfred Sohn-Rethel, la conexión con la subsunción así entendida no es una mera analogía dado el carácter práctico (en lugar de meramente teórico) de la abstracción involucrada en el intercambio de mercancías (Sohn-Rethel, 1978). Al relacionar cuantitativamente las mercancías sobre la base de su valor de cambio y al mismo tiempo poner entre paréntesis la heterogeneidad cualitativa de sus propiedades específicas, los individuos no solo piensan de manera abstracta sino que ”’actualizan socialmente una operación conceptual real” (Adorno, 2018: 155), concretando la subsunción bajo las formas del valor capitalista como una “abstracción real” (Lange, Capítulo 32, The SAGE Handbook of marxism) con efectos reales a nivel de la determinación de la forma social tanto de objetos como de sujetos.

En segundo lugar, para Adorno, este procedimiento de esquematización social demuestra una tendencia evolutiva hacia la absolutización extensiva e intensiva. Avanzando a lo largo de los vectores gemelos de la «industrialización» en la producción y la «cultura de masas» en el consumo, la dinámica de la subsunción bajo el valor de cambio muestra un movimiento hacia la «administración total» de los sujetos sociales. Los individuos en el capitalismo se encuentran dominados tanto en el trabajo como en el ocio, sujetos a una forma de control que no solo regula su acción exterior y su relación con los demás, sino que llega a «preformar» su identidad, sus deseos y su personalidad más íntimos de una manera que disuelve cualquier autonomía real. (Adorno y Horkheimer, 2002: 30). Sin embargo, Adorno es conspicuamente vago acerca de los mecanismos precisos por los que se impulsa esta colonización tendencial del mundo de la vida interior y exterior, y es aquí donde los límites de su explicación son evidentes. Al dar primacía a las relaciones mercantiles y a la abstracción del intercambio en su explicación del funcionamiento del poder capitalista, Adorno elude el mecanismo clave identificado en la crítica de la economía política de Marx a través del cual el capital transforma progresivamente el mundo a su propia imagen mientras profundiza su dominio de las sociedades humanas: la subsunción real del proceso de trabajo, promulgada en virtud del control capitalista sobre la producción. Constreñido por su punto de vista ‘circulacionista’ (basando la abstracción del intercambio en la metanarrativa de la ‘ilustración’ y la razón instrumental más que en una teoría de la acumulación), Adorno sólo puede aludir a los procesos de dominación material que fluyen con aparente automaticidad a partir de la mercantilización del trabajo y la propiedad capitalista del proceso de producción. La crítica de Adorno a la sociedad capitalista sigue siendo, por lo tanto, “formal”, incapaz de extender su marco analítico de una manera que abarque también las dinámicas concretas de control, coerción y transformación técnica que son cruciales para la “reproducción ampliada” de las relaciones sociales capitalistas. El efecto de este formalismo es que, irónicamente, a pesar de todo el kantismo de Adorno, este no logra incorporar la innovación clave introducida por Kant en el pensamiento de la subsunción: el problema de los mecanismos específicos de determinación de la forma que deben ser operativos si lo universal y lo particular alcanzan y mantienen su identidad. El idealismo residual de este enfoque con inflexiones epistemológicas lleva a Adorno a una teoría reduccionista y unilateral de la subsunción capitalista que no puede ofrecer una explicación sustancial de cómo y por qué el poder capitalista avanza y cómo lo hace.

En contraste, los escritos de Antonio Negri desarrollados a partir de la década de 1980 se basan directamente en el concepto de subsunción de Marx para rastrear y diferenciar distintas configuraciones materiales del dominio del capital sobre el trabajo, extendiendo e intensificando las implicaciones de la transición de la subsunción formal a la real en el contexto de una periodización histórica del capitalismo. Si bien el enfoque de Negri (junto con la tradición del operaismo del que se deriva) parte de un análisis marxista de la producción, la explotación y la resistencia, al igual que Adorno, identifica una progresiva profundización histórica de esta relación que llega a rebasar los límites de los lugares tradicionales de producción, abarcando e internalizando progresivamente cada esfera de la actividad humana dentro de la matriz del poder capitalista. Transponiendo el análisis de Marx de la subsunción del proceso de trabajo individual al todo social, Negri se refiere a esta finalización histórica como la «subsunción real y total del trabajo» y la «sociedad mundial» bajo el capital (Negri, 1991: 121, 1988: 95). Para Negri, esta totalización de la subsunción marca el punto en el que la socialización capitalista deja de estar mediatizada por la mercantilización y las relaciones de valor y ya no hay ningún «afuera» de la autoridad capitalista porque «el mecanismo de producción y reproducción de la fuerza de trabajo es totalmente interno al capital” (Negri, 1988: 126). En lugar de que el poder capitalista esté regulado por la ley del valor como lo es para Marx, una vez que no queda ningún dominio externo del que extraer la determinación diferencial de la medida (y con ella la posibilidad de una «plusvalía») que el poder metamorfosea en una lógica generalizada de mando puro similar a la disciplina de estilo militar del régimen de fábrica. En la medida en que las relaciones sociales capitalistas puedan seguir tomando la apariencia de relaciones económicas, la dinámica de la subsunción transforma su esencia hacia una lógica puramente política de antagonismo: ‘la sociedad se configura de manera disciplinaria a través del desarrollo del sistema capitalista’ (Negri, 2003: 105).

En la teorización de Negri, la subsunción capitalista total es ‘la situación en la que nos encontramos desde mediados del siglo XX’ (2003: 105), lo que hace que la descripción de la mercantilización de Marx (y su correspondiente análisis teórico del valor de la explotación y el fetichismo) sea un marco anacrónico que ya no tiene tracción sobre la vida social y sus conflictos. En su lugar, Negri construye un marco ontológico en el que la plenitud creativa del trabajo se subsume directamente bajo un mando capitalista que absorbe y se apropia de sus capacidades sin la mediación de medidas competitivas. Sin embargo, la disolución teórica del valor de Negri como principio regulador del poder capitalista da lugar a una serie de contradicciones y aporías teóricas (Noys, 2010; Toscano, 2009). Lo que es más importante,  es que la absolutización de la subsunción de Negri suspende efectivamente el carácter conflictivo de la relación subsuntiva en sí misma, porque una vez que se ha logrado la subsunción, ya no hay ninguna tensión entre lo universal y lo particular, es decir, entre el capital y el trabajo, ya que están unidos por una identidad analíticamente perfecta. Si el conflicto ha de aparecer así dentro de la descripción de la subsunción de Negri, solo puede ser en la forma transmutada de la oposición ontológica inmanente del tiempo «lleno» y «vacío», representados respectivamente por la creatividad del trabajo y la totalización abstracta del capital. Aquí, sin embargo, falta una explicación sólida de los mecanismos concretos de subsunción y las formas sociales adoptadas por el antagonismo entre el capital y el trabajo, lo que lleva a Negri, al igual que a Adorno, a un desarrollo unilateral de la teorización inicial del concepto de Marx.

La coherencia de la teoría marxista de la subsunción depende de la integración de la dimensión formal del intercambio y la mercantilización con la configuración material de la producción y las transformaciones tendenciales del proceso de trabajo. Sin estos dos aspectos, la dominación capitalista no puede comprenderse en la especificidad histórica de su operación y dinámica de desarrollo. Mientras que Adorno tiende a tratar la subsunción como si fuera un efecto automático de las relaciones de intercambio (una concepción epistemológica preocupada principalmente por la determinación formal), Negri invierte esto y entiende la subsunción sólo a través de la lógica material del control capitalista sobre la actividad productiva generalizada (una concepción ontologizada de la subsunción fundada en la idea de una plenitud vital, originaria y creadora que posee el trabajo y que el capital ‘confisca’). Sin embargo, ninguno de los enfoques piensa que los dos lados de la dominación capitalista son igualmente esenciales para su funcionamiento: que es esta la síntesis distintiva que sustenta el poder capitalista.

 

Subsunción y crítica de la economía política

Si las exageraciones y distorsiones de estos enfoques «periodizadores» tropiezan con problemas teóricos y empíricos que en última instancia los hacen insostenibles, abren, no obstante, cuestiones importantes sobre la estructura básica y el desarrollo de las sociedades capitalistas: ¿es la dinámica de la subsunción impulsada por la lógica económica de la acumulación o por la lógica «política» del antagonismo de clases? ¿O por alguna combinación entre ambas (en cuyo caso, cómo debe conceptualizarse su combinación)? ¿Es la transición de la subsunción formal a la real una implicación automática, o incluso necesaria, del control capitalista de la producción o sólo una de sus posibles modalidades? ¿Cómo interactúan y se afectan los procesos de subsunción en diferentes áreas de la economía y regiones del planeta? ¿Es coherente o plausible hablar de una subsunción “total” de la sociedad y de los individuos que la componen?

Algunos aspectos de estas cuestiones fueron abordados directamente por los llamados debates sobre el «proceso laboral» de los años 1970 y 1980 (Braverman, 1974; Burawoy, 1978; Gorz, 1976; Thompson, 2010). El hilo común que une esta variada literatura fue la combinación de una teorización general de la producción capitalista y sus leyes inmanentes junto con un intento de comprender la composición cambiante de la producción capitalista a través de un enfoque en las estrategias de control capitalista dentro del proceso de trabajo. Es importante destacar que las primeras contribuciones significativas a estos debates, como las del Brighton Labor Process Group, rechazaron cualquier simple correspondencia o transposición de la dinámica de subsunción entre el nivel del proceso de trabajo individual y la configuración del todo social, insistiendo en que «la relación entre capital y trabajo, a un nivel social general, no puede derivarse de la relación capital-trabajo dentro de la producción ni reducirse a ella”, mientras que “la estructura real del proceso [laboral] no está históricamente determinada por la lógica abstracta de acumulación del capital”, ya que las relaciones de producción capitalistas sólo pueden reproducirse como una totalidad de relaciones sociales” (Brighton Labor Process Group, 1977: 23-4). Esto señaló la urgencia de desarrollar un programa de investigación que cuestionara la articulación evolutiva de la producción y la reproducción (entendidos como la totalidad del proceso social y, por lo tanto, el contexto material más amplio dentro del cual se desarrollan las luchas específicas sobre la subsunción en la producción). Al plantear el problema de las dimensiones económicas y políticas del poder capitalista en otros términos, estos autores también examinaron si la fuerza impulsora de las transformaciones en el proceso de trabajo se basaba principalmente en la presión competitiva para aumentar la eficiencia de la producción o en el impulso para consolidar el control sobre el trabajo (cf. Gorz, 1976). Contribuciones recientes como las de Das (2012; ver también Skillman, 2012) han continuado con esta orientación a través de análisis empíricamente informados de patrones de transformación en los procesos laborales del capitalismo contemporáneo. 

Compartiendo algunas de estas preocupaciones, aunque en un nivel más alto de abstracción teórica, ciertas corrientes de erudición marxológica a las que se hace referencia de diversas maneras como «lógica del capital», «teoría de la forma del valor» y «dialéctica sistemática» han tratado de hacer aclaraciones importantes con respecto a la relación entre la descripción de Marx de la subsunción y el marco de su crítica de la economía política. Sobre la base de reconstrucciones de ‘El capital’ de inspiración hegeliana que buscan consolidar la coherencia sistemática de sus categorías centrales, el trabajo de Chris Arthur y Patrick Murray vincula la dinámica de la subsunción a una exposición dialéctica de las formas de valor, la crítica de las apariencias fetichistas y la distinción entre producción de plusvalía absoluta y relativa. Al enfatizar la necesidad de la lógica interna (de acumulación) que impulsa la producción y reproducción capitalista, la propuesta de Arthur describe el capital como un «sistema de formas abstractas que se mueve por sí mismo» que «debe» dar forma al contenido material que incorpora de acuerdo con este objetivo (Arthur, 2009: 155). Sin embargo, el enfoque en la completitud sistemática del capital aquí tiende hacia un objetivismo que acaba reduciendo las característica antagónicas de las relaciones de clase capitalistas a una idea teórica tardía (en contraste con Negri, para quien la lucha es primordial a expensas de las mediaciones estructurales, ver Sáenz de Sicilia, próxima publicación). La subsunción es así tratada como una categoría ubicada internamente a la “dialéctica sistemática” cuasi-autónoma del capital en lugar de ser una categoría que articula el capital con sus fundamentos externos: la naturaleza y el trabajo. En lugar de la subsunción que nombra la relación en la que se concentran los conflictos sociales por la explotación del trabajo, en estos relatos capitalcéntricos se convierte en un momento más en la consolidación del dominio sistemático del capital. Cualquiera que sea la forma en que se equilibren los intereses políticos de la subsunción capitalista dentro del ámbito de estos enfoques, un enfoque exclusivo en el desarrollo de una lógica «pura» de acumulación capitalista elude la cuestión del capitalismo como historia real y el papel central jugado por la subsunción (y sus conflictos concomitantes) en la determinación de la trayectoria de esa historia.

Finalmente, dentro del marxismo latinoamericano desde la década de 1970 en adelante, surgió un conjunto significativo e innovador de compromisos con la explicación de la subsunción de Marx.. Desarrollando una relectura crítica de Marx en paralelo con (y hasta cierto punto influenciados por) sus contemporáneos europeos, autores como Bolívar Echeverría, Armando Bartra y Enrique Dussel, destacaron conceptos importantes descuidados y aspectos estructurales «esotéricos» del discurso de Marx para abordar las deficiencias tanto del marxismo ortodoxo como de la teoría social burguesa dominante (tanto en su incipiente inflexión “posmoderna” como en sus variantes empiristas tradicionales). De estos, los aportes de Echeverría son sin duda los más profundos, superando en muchos aspectos cualquier otro intento de situar una teoría de la subsunción de manera coherente y sistemática en el contexto de la crítica de Marx a la sociedad capitalista (Saenz de Sicilia, 2018; Saenz de Sicilia y Brito Rojas , 2018). Trabajando de cerca con los borradores y cuadernos de apuntes de Marx recientemente disponibles mientras respondía con inventiva a las lagunas en el proyecto de Marx (por ejemplo, en torno al concepto de valor de uso, cf. Echeverría, 2014), Echeverría argumentó que la subsunción, junto con el análisis del valor, el fetichismo y la reproducción social, debe situarse en el centro del pensamiento de Marx:

El concepto de subsunción tiene una importancia especial con respecto al núcleo del discurso crítico de Marx, es decir, la teoría de la contradicción entre el proceso socionatural de producción/consumo y el proceso sociocapitalista de valorización del valor. Es el intento más avanzado de Marx de mostrar en términos teóricos generales la forma en que se articulan esos dos procesos contradictorios. (Echeverría, 1983: 2)

Para Echeverría, el carácter contradictorio de la sociedad capitalista –expresado desde los niveles más básicos de valor/valor de uso y derecho laboral abstracto/concreto hasta la complejidad de la reproducción expandida capitalista/reproducción social– se articuló en cada instancia como una relación de subsunción, del valor de uso bajo el valor, de trabajo concreto bajo el trabajo abstracto, etc. La subsunción, por lo tanto, no figuraba como un momento discreto en la construcción conceptual de Marx, sino que atravesaba la totalidad de su exposición en ‘El Capital’ con una creciente concreción. Las intuiciones de Echeverría pasaron a ser consolidadas y ampliadas sistemáticamente por Jorge Veraza (2008) en relación a las implicaciones de la subsunción real para las transformaciones en el ámbito del consumo, donde el desarrollo capitalista de la ciencia y la tecnología conduce a una inversión de los medios de producción en medios de destrucción; es decir, de los medios de asegurar la reproducción de la vida humana a los medios de su negación.

Enrique Dussel también sitúa la subsunción en el centro de su reinterpretación de la crítica de la economía política de Marx (1985, 1990, 2001). Basándose en el trasfondo de la subsunción en el idealismo alemán (aunque centrado en Schelling en lugar de Kant y Hegel) junto con la teología marxista de la liberación, el argumento de Dussel toma la crítica de Marx para descansar en una dialéctica de la exterioridad y la totalidad en la que el trabajo vivo originalmente se encuentra fuera de la totalidad  cerrada del capital, pero luego se incorpora a ella a través de su subsunción bajo el valor. El capital hace así del trabajo un momento de su propio desarrollo, neutralizando su independencia y “negando su exterioridad”. Para Dussel esta transición, efectuada por el intercambio de trabajo por salario, es el momento clave en el que se fundamenta el ser del capital, su realidad social. De esta forma, desarrolla un amplio marco ontológico para conceptualizar la subsunción (con algunas afinidades con Negri) que se basa en la descripción de Marx en los Grundrisse del trabajo como una subjetividad puramente desnuda, como pobreza absoluta o «no-ser» en contraste con el ser del capital (Marx, 1993: 454). Dussel enfatiza esta negatividad, o nada, del trabajo vivo, que se reduce a un puro potencial hasta que es subsumido y actualizado en la producción, sirviendo de mediación al capital consigo mismo. El momento subsuntivo es, por lo tanto, central en toda la concepción de Dussel de cómo el capital forma una totalidad ontológica cerrada (algo similar a la ‘dialéctica sistemática’ de Arthur), así como en su insistencia en el carácter excesivo y la capacidad de resistencia del trabajo, que a pesar de figurar (desde el desde el punto de vista de esa totalidad) como un no-ser, nunca puede ser interiorizado total o finalmente (dado que es verdadero, pero negado, por el fundamento ontológico del capital). Al igual que Negri, la política de este argumento se define en un esquema ontológico maniqueo con el resultado de que, en lugar de poder dar cuenta del otro del capital, lo que se subsume, en términos concretos – digamos, en un relato de la composición actual de una clase obrera global y los procesos de trabajo que funcionan como lugar de la explotación –en una cuenta del actual composición de una clase obrera global y los procesos de trabajo que funcionan como el lugar de la explotación – Dussel construye su discurso crítico desde el punto de vista intangible de una negatividad teológica, una fuente que por definición no puede aparecer positivamente dentro de su discurso, más que una fuerza captada como ya presente, activamente resistente y prácticamente incrustada en la totalidad material de la vida social.

 

CONCLUSIÓN

Siguiendo su reformulación “crítica” en la filosofía idealista alemana, la categoría de subsunción adquiere un estatus teórico distintivo. Designa simultáneamente la especificidad de una relación (de identidad analítica entre lo particular y lo universal) a la vez que exige dar cuenta de cómo esa relación se produce y evoluciona (a través de procesos de determinación de la forma), transformando en consecuencia sus propias condiciones de posibilidad. Este reencuadre establece tanto la productividad como la dificultad de la subsunción para la teoría marxista. La subsunción captura la cualidad únicamente conceptual y “realmente abstracta” de la dominación capitalista, al mismo tiempo que (en sus múltiples modalidades) designa los diversos procesos sociales y materiales a través de los cuales se produce el control y la explotación del trabajo, así como la remodelación de la producción. Sin embargo, el esquema general de subsunción formal, real e híbrida de Marx sólo enumera los contornos más básicos de los procesos concretos de determinación de la forma capitalista. La verdadera efectividad de una teoría de la subsunción radica en su capacidad de proporcionar un marco para futuras investigaciones, tanto de naturaleza más enfocada y empíricamente informada (captando las particularidades de cómo se configura la subsunción del trabajo y la naturaleza en diversos escenarios) como de carácter sintético y generalizador (trazando las articulaciones globales entre producción y reproducción). Seguir estas dos trayectorias de análisis permite que la teoría marxista se reactive continuamente en respuesta al presente, vinculando una explicación básica de la acumulación (con sus nociones concomitantes de clase, valor, fetichismo, ideología, etc.) a las nuevas formas sociales que expresan la capacidad de adaptación y evolución del capitalismo. Sin embargo, a través de todos estos niveles de investigación, la subsunción sigue siendo la categoría crucial de mediación y antagonismo, marcando el punto de articulación y conflicto entre el sistema abstracto de formas capitalistas y los fundamentos materiales que forma y se apropia. La tendencia a la absolutización, ontologización o historización de la subsunción debilita esta efectividad al separar idealistamente el esquema básico de subordinación bajo el capital, de las condiciones y luchas reales en las que tiene su actualidad (y potencial superación). Pero la subsunción no puede proporcionar una respuesta o resolución a los problemas de la teoría marxista, sólo ofrecer un marco para abordar esos problemas de manera receptiva y no dogmática.

Trabajo en The SAGE Handbook of Marxism

Guido Starosta

Al castellano por Daniel N.


 

1. INTRODUCCIÓN

La centralidad de la noción de «trabajo» en la teoría social crítica de Marx y, en particular, su carácter determinante como clave de su perspectiva materialista sobre la sociedad humana y su desarrollo histórico, parecen estar fuera de discusión[1]. Tampoco es controvertido, al menos sobre la base de la evidencia textual, afirmar que Marx presentó la determinación más simple o más general del trabajo como consistente en la transformación consciente y voluntaria de la naturaleza externa por parte de los seres humanos con el fin de apropiarse de sus potencialidades para la satisfacción de las necesidades humanas. Sin embargo, surgen controversias cuando se trata de establecer si Marx tenía razón, ya sea en sus puntos de vista sobre las determinaciones esenciales del trabajo o sobre su papel definitorio en la constitución y desarrollo de las formas de existencia de la subjetividad humana.

En el contexto de estos debates, este capítulo brindará una discusión integral de la noción de trabajo en la teoría social marxista, con el objetivo de proporcionar una reconstrucción sistemática de la «unidad de sus múltiples determinaciones», que aparecen dispersas en los propios escritos de Marx. Para hacerlo, se abordarán las múltiples dimensiones y aspectos asociados a este esencial concepto, tanto de la forma en que fueron formulados originalmente por Marx y como en algunos de los principales debates posteriores fuera y dentro del marxismo a los que dió lugar el primero. Tomando como punto de partida la determinación más simple del trabajo humano como actividad vital consciente, este capítulo profundizará en las diferentes y más concretas determinaciones que comprenden el carácter material de la producción y sus cambiantes modos históricos de existencia. A lo largo de este examen minucioso del concepto de trabajo, el capítulo constará de dos puntos fundamentales. En el primero, y de manera sustantiva, se evidenciará la centralidad de las determinaciones materiales de la subjetividad productiva humana para la comprensión del contenido y trayectoria histórica de la sociedad. En segundo lugar, y formalmente, se mostrará que es posible encontrar una unidad «sistemática» subyacente que articule esas diferentes determinaciones del concepto marxista de trabajo en un «todo concreto».

 

2. EL DESCUBRIMIENTO DE MARX DEL TRABAJO O ACTIVIDAD VITAL-CONSCIENTE, COMO EL “SER-GÉNERICO” DE LA HUMANIDAD

El descubrimiento de Marx de la centralidad del trabajo en la vida social se remonta a los Manuscritos de París de 1844 (Marx, 1992a [1844]) y fue un resultado directo del primer intento de Marx de investigar críticamente la naturaleza específica de la sociedad moderna a través de la crítica de la Filosofía del derecho de Hegel (1991 [1821]), es decir, a través de un análisis de las formas políticas burguesas. Como nos dice el mismo Marx en la breve ‘autobiografía’ intelectual que se encuentra en el Prefacio a la ‘Contribución a la Crítica de la Economía Política’ (1992b [1859]), la principal conclusión a la que llegó fue que la clave para la comprensión de la naturaleza específica de la sociedad capitalista no se encontraba en la crítica de la doctrina del Estado, sino que la crítica de la sociedad moderna tenía que partir de la crítica de la economía política para luego, continuar con una crítica del estado (1992b [1859]: 425-6). Pues la primera, fue la ciencia que pudo penetrar en la “fisiología interna” del mundo moderno, que se encuentra en la “sociedad civil” y, más justamente, en la “propiedad privada”. A la luz de esta conclusión, en los Manuscritos de 1844 (1992a [1844]) Marx dirige su atención a la reproducción material de la vida humana como clave para la comprensión de la sociedad y su desarrollo histórico. Como señala Arthur, en ese texto temprano, Marx “por primera vez… atribuye un significado ontológico fundamental a la actividad productiva. A través de la producción material la humanidad llega a ser lo que es… la producción material es la “mediación” en la que se establece la unidad del hombre con la naturaleza” (1986: 5). En otras palabras, Marx identifica el trabajo o la actividad productiva como la forma específica en que la humanidad reproduce su existencia como parte de la naturaleza.

Esto significa que, aunque el proceso vital humano posee indudablemente un ‘carácter genérico’ cualitativamente diferenciado, constituido por ‘la naturaleza de su actividad vital’ (Marx, 1992a [1844]: 328), sigue siendo, no obstante, una forma concreta del proceso vital natural en general. En este sentido, el trabajo realiza a su manera peculiar las determinaciones implicadas por cualquier forma de actividad vital, a saber: ser un proceso natural de autorreproducción a través del intercambio material con la ‘naturaleza inorgánica’, lo que es ‘vida productora de vida’. (Marx, 1992a [1844]: 328)[2]. En consecuencia, para dar cuenta plenamente de la especificidad del trabajo, Marx necesitaba descubrir aún su determinación inmanente más abstracta como un modo de existencia de la «actividad vital en general», de la «vida genérica» como tal. La interpretación más clara de Marx de este contenido natural inmanente en la determinación de la actividad productiva humana se puede encontrar en un pasaje del tercero de los Manuscritos de París, en el contexto de su crítica tanto del idealismo (Hegel) como del materialismo (abstracto) (Feuerbach) desde el punto de vista de lo que él llama en esta etapa ‘naturalismo o humanismo consistente’, que es la ‘única [perspectiva] capaz de comprender el proceso de la historia mundial’ (1992a [1844]: 389):

El hombre es directamente un ser natural. Como ser natural y como ser natural viviente, por un lado está dotado de poderes naturales, de poderes vitales, es un ser natural activo; estas potencias existen en él como disposiciones y capacidades, como impulsos. Por otra parte, como ser natural, corpóreo, sensible, objetivo, es un ser sufriente, condicionado y limitado, como los animales y las plantas. Es decir, los objetos de sus impulsos existen fuera de él como objetos independientes de él; pero estos objetos son objetos de su necesidad, objetos esenciales, indispensables para el ejercicio y confirmación de sus poderes esenciales. (Marx, 1992a [1844]: 389–90)

Como cualquier ser natural vivo, la relación del ser humano con la naturaleza consiste en un proceso por el cual el individuo actualiza sus propios poderes ‘vitales’ corporales (es decir, lo que unos años más tarde Marx y Engels en La ideología alemana (1976 [1845]) denominaría su ‘organización corpórea’), con el fin de apropiarse de las potencialidades objetivas inmanentes a su medio natural. Este es el proceso material al que, más adelante en su vida, Marx se referiría como el “metabolismo entre el hombre y la naturaleza” (Marx, 1976a [1867]: 133). Además, como en toda forma de vida animal, esto implica el gasto material de la corporeidad del individuo vivo para actuar sobre la naturaleza externa de una manera particular correspondiente a su determinación genérica, cuyo resultado final es la apropiación y consumo de los “objetos esenciales” que satisfacen sus necesidades, reconstituyendo y transformando así la materialidad de su existencia corporal.

Así, el atributo cualitativo definitorio del individuo vivo radica en el potencial material para reproducirse a sí mismo; es decir, plantear a través de su propia actividad la renovación de las condiciones para su existencia continua como un «ser natural objetivo». Este potencial material de autorreproducción se expresa en su capacidad cognitiva, que está constituida por su poder vital de reconocer la ‘afinidad’ mutua entre sus propias potencialidades materiales y las de su entorno objetivo (Iñigo Carrera, 2007: 43–4). A través del ejercicio de su actividad cognoscente, el individuo viviente tiene el poder de satisfacer sus propias necesidades organizando y regulando el despliegue real de su acción corporal sobre la naturaleza externa. Sobre la base de todas estas determinaciones, el individuo vivo se determina como sujeto, dotado de subjetividad (en oposición a la pura objetividad de las formas no vivas de la naturaleza).

De acuerdo con la discusión de Marx en los Manuscritos de París, en su expresión más simple, el carácter distintivo del ser genérico humano (por lo tanto, de la subjetividad humana propiamente dicha) parece implicar a primera vista una diferencia meramente cuantitativa sobre las formas de vida animales, una del grado de universalidad en el ámbito de su apropiación de la naturaleza inorgánica (Marx, 1992a [1844]: 329). Sin embargo, Marx subraya que subyacente a esta diferencia cuantitativa hay una especificidad cualitativa en la subjetividad humana, que él encuentra en el hecho de que el ser humano tiene actividad vital consciente (1992a [1844]: 328). Por lo tanto, Marx vio la forma específicamente humana del proceso natural de la vida en el hecho de que los seres humanos regulan la apropiación de los poderes objetivos del entorno natural a través de la organización de la exteriorización de sus propios poderes vitales por medio del pensamiento, la cognición consciente o conocimiento, es decir, apropiándose idealmente de las potencialidades de la naturaleza como paso previo necesario antes de su apropiación real a través del despliegue efectivo de su acción. En otras palabras, los seres humanos no son simplemente portadores de subjetividad, sino que también se conocen o se reconocen a sí mismos como sujetos en el proceso de afirmación de sus poderes genéricos, por lo tanto, ‘haciendo de la actividad vital misma un objeto de [su] voluntad y conciencia’ (1992a [ 1844]: 328).

Ahora bien, como Marx y Engels aclararon algunos años más tarde en ‘La ideología alemana’ contra los jóvenes hegelianos «frases vacías sobre la conciencia desprovista de cualquier premisa material» (1976 [1845]: 37), esta subjetividad consciente no es más que la expresión del hecho de que los seres humanos ‘pueden distinguirse de los animales por la conciencia, por la religión o cualquier otra cosa que se quiera’, pero ‘ellos mismos se distinguen de los animales tan pronto como comienzan a producir sus medios de subsistencia’ (1976 [1845]: 31). En otras palabras, en este texto Marx y Engels quieren poner de relieve la conexión material inmanente entre la determinación de la conciencia como un atributo distintivamente humano y el carácter fundamentalmente mediatizado del proceso de vida del ser humano. Por lo tanto, su énfasis en la producción de medios de subsistencia pretende resaltar el modo transformador del proceso de intercambio metabólico con la naturaleza como el contenido más simple del ser genérico humano que adquiere un modo de existencia más desarrollado en la forma de su ser consciente y voluntario.

Como acertadamente subraya Sayers (2007: 434), la determinación del trabajo humano primordial y más general, la cual lo distingue cualitativamente del carácter ampliamente no mediado del proceso vital de los animales no humanos, es ser una actividad vital “dotadora de forma”[3].  Así, en ‘La ideología alemana’, Marx y Engels subrayan que la forma consciente y voluntaria que toma el proceso vital humano es, no un “postulado filosófico” dogmático, sino una expresión natural determinada, empíricamente verificable y objetiva de la “organización corpórea (o corporal)” de los “individuos humanos vivos y su consiguiente relación con el resto de la naturaleza” (Marx y Engels, 1976). [1845]: 31). Aunque en este último texto Marx y Engels no “entran en la naturaleza corpórea real del hombre” (1976 [1845]: 31), está claro, como señala Fracchia (2005), que esta “organización corpórea” implica, en primer lugar, el surgimiento evolutivo del cerebro humano como instrumento corporal cuyo funcionamiento se expresa en forma de conciencia. Pero, en segundo lugar, Fracchia añade con razón que también es evidente que el desarrollo de la configuración específica del cerebro humano ha sido a su vez, el resultado de los cambios evolutivos previos en la organización corporal de los homínidos que desembocaron finalmente en el Homo Sapiens, todo lo cual hizo posible el carácter transformador o productivo de su modo de vida basado en el trabajo: pulgares oponibles, bipedalismo, visión binocular, etc. (Fracchia, 2008: 39). Este énfasis en las “’raíces corporales” de los seres humanos y su subjetividad puede parecer a primera vista una trivialidad evidente, pero no lo es si, como señala Fracchia (2017), la familiaridad termina generando negligencia, como podría decirse que es el caso en gran parte de la teoría social contemporánea. Por lo tanto, se puede decir que la relevancia de este recordatorio sobre las dimensiones naturales y evolutivas de la subjetividad humana trasciende el contexto histórico de la polémica de Marx y Engels contra los jóvenes hegelianos y se ha vuelto muy contemporáneo.[4]

En este sentido, la conciencia es el desarrollo evolutivo más potente que eventualmente surgió para regular la mayor complejidad cognitiva que implica la creciente separación instrumental, espacial, temporal y personal entre la acción inicial que pone en marcha el proceso de metabolismo humano con la naturaleza y su resultado final, que se consigue con la reproducción material de la corporeidad de un ser humano individual mediante el consumo del producto del trabajo (Iñigo Carrera, 2007: 45). En otras palabras, como lo confirma la evidencia científica paleoantropológica disponible, la conciencia evolucionó como resultado del creciente carácter mediado asumido por las formas de actividad práctica transformadora de nuestros predecesores homínidos, y que eventualmente condujo al surgimiento de modos de vida estrictamente humanos (en el sentido del moderno Homo Sapiens.)[5] .

A la luz de las determinaciones del trabajo humano desplegadas hasta ahora, podemos proceder a especificar más detalladamente la forma en que los seres humanos se distinguen de los animales y por qué lo hacen. Como hemos visto, según Marx la diferencia más simple consiste en la capacidad de producir sus medios de subsistencia. Esta es la determinación específica del proceso vital humano visto, por así decirlo, desde un punto de vista sincrónico. Sin embargo, esa simple especificidad se manifiesta también en una determinación adicional cuando se la capta desde una perspectiva evolutiva. Es decir, visto desde la perspectiva de la forma en que el ser humano expande las potencialidades de su proceso de metabolismo en contraposición a las formas de vida de otros animale (Iñigo Carrera, 2007: 44). Debido a su capacidad más limitada de modificar la naturaleza externa para hacerla apta para satisfacer sus necesidades, los animales no humanos sólo pueden desarrollar su capacidad de apropiación de las formas naturales mediante una mutación genéticamente inducida de su propia corporeidad, que les permite adaptarse a lo que se enfrentan como condiciones dadas de existencia, es decir, al evolucionar hacia otra especie (Fracchia, 2017). Por el contrario, al haber desarrollado la capacidad de alterar sus condiciones de vida a través de la práctica productiva consciente, los seres humanos también han superado cualitativamente la forma en que, como sujetos vivos, expanden los poderes de su proceso metabólico con la naturaleza. La clave para esas dinámicas de desarrollo del proceso natural de la vida ya no reside únicamente en una mayor especiación biológica a través de la modificación de los órganos corporales. En cambio, los humanos pueden “cambiar su propia naturaleza” (Marx, 1976a [1867]: 283) a través del desarrollo de los poderes transformadores de su proceso de vida, es decir, de los poderes productivos de su propio trabajo. El desarrollo de las “fuerzas materiales de producción”, concluyó Marx, se determina como el contenido cualitativo más general que da unidad subyacente a la “historia de la humanidad” (Marx y Engels, 1976 [1845]: 43)

Como resultado de estas dinámicas de desarrollo específicas, los seres humanos no sólo pueden expandir universalmente las áreas de la naturaleza que se determinan como formas concretas de su actividad, sino que también pueden complejizar las mediaciones involucradas antes de la apropiación final de los objetos naturales como valores de uso que son aptos inmediatamente para la satisfacción de las necesidades humanas, consumiendo así propiamente ‘objetos humanos’. En otras palabras, pueden extender y profundizar la “humanización de la naturaleza” (Marx, 1992a [1844]: 329, 352-4; Marx y Engels, 1976 [1845]: 39). Además, esto se aplica a todo tipo de necesidad humana, ya sea que surja del “estómago o de la imaginación” (Marx, 1976a [1867]: 125). Así, la materialidad de la satisfacción de las necesidades humanas involucradas en el ‘intercambio metabólico con la naturaleza externa’ por medio del trabajo no se refiere únicamente a ‘las del individuo… reducido a sujeto natural’ (Marx, 1993 [1857-8] : 528), sino también a ‘necesidades históricas… creadas por la producción misma, necesidades sociales’ (Marx, 1993 [1857-8]: 527). Además, no son solo de naturaleza “física” (Marx, 1976a [1867]: 275, 341) sino que también incluyen “requisitos intelectuales y sociales” cuya extensión y número “está condicionada por el nivel general de civilización” (Marx, 1976a [1867]: 341). De manera similar, el producto del trabajo a ser consumido comprende no solo ‘bienes’ sino también los llamados ‘servicios’, cuyo resultado puede no ser un ‘objeto útil’ pero aún involucra un ‘efecto útil’ material que también cambia la forma de la naturaleza externa (Marx, 1978 [1885]: 135). Como Sayers (2007: 444-448) observa perspicazmente, lo mismo podría decirse sobre el contenido ‘simbólico’ y ‘afectivo’ de los valores de uso que es tan central en las teorías contemporáneas del ‘trabajo inmaterial’ (Hardt y Negri, 2005). En todos los casos, la satisfacción de esas necesidades es la forma material necesaria para la reproducción y/o expansión de los poderes productivos de los individuos (Marx, 1993 [1857-8]: 717fn), es decir, del ‘conjunto de aquellas capacidades mentales y físicas existentes en la forma física, la personalidad viviente, de un ser humano, capacidades que pone en movimiento cada vez que produce un valor de uso de cualquier tipo” (Marx, 1976a [1867]: 270, énfasis añadido; ver también 717). En otras palabras, no hay satisfacción de las necesidades «físicas» e intelectuales mediante el consumo de valores de uso que no esté determinado como un momento interno del desarrollo de los atributos o poderes específicos del ser humano como sujeto esencialmente trabajador o productivo, es decir, del desarrollo del dominio humano sobre las fuerzas de la naturaleza, tanto las de la llamada naturaleza como las de la propia naturaleza de la humanidad’ (Marx, 1993 [1857-8]: 488).

En virtud de estas determinaciones en su unidad sincrónica y diacrónica, Marx argumentó en un evidente giro ‘activista’ en el argumento ‘contemplativo’ de Feuerbach (2008 [1841]) en el primer capítulo de ‘La esencia del cristianismo’, el ser humano no tiene simplemente un determinado carácter genérico, sino que en realidad es en sí un ser genérico, “un ser que trata su género como su propio ser esencial, a sí mismo como un ser genérico” (Marx, 1992a [1844]: 329.)[6]

En esta coyuntura, cabría señalar que este temprano descubrimiento de la determinación específica del ser humano como sujeto productivo, o de la individualidad humana como expresión y modo de desarrollo de su actividad laboral, se mantendría inalterado en el resto del tiempo. de las obras de Marx. La exposición del “Marx maduro” de las determinaciones generales del proceso de trabajo en el capítulo 7 de ‘El Capital’, Tomo I, no implica ningún cambio sustantivo en comparación con la discusión sobre el ser genérico humano del “joven Marx” de los Manuscritos de París (1992a [1844]) o de Marx y Engels en ‘La ideología alemana’ (1976 [1845]). El trabajo se define así de la siguiente manera:

Un proceso entre el hombre y la naturaleza por el cual el hombre, a través de sus propias acciones, media, regula y controla el metabolismo entre él y la naturaleza. Se enfrenta a los materiales de la naturaleza como una fuerza de la naturaleza. Él pone en movimiento las fuerzas naturales que pertenecen a su propio cuerpo, sus brazos, piernas, cabeza y manos, para apropiarse de los materiales de la naturaleza en una forma adaptada a sus propias necesidades. (Marx, 1976a [1867]: 283)

Además, lo que da al trabajo ‘una forma en la que es una característica exclusivamente humana’, trascendiendo esas ‘formas instintivas… que quedan en el nivel animal’, es el hecho de que ‘al final de todo proceso de trabajo emerge un resultado que ya había sido concebido por el trabajador al principio, por lo tanto, que ya existía previamente de forma ideal’ (Marx, 1976a [1867]: 283-4). Este resultado, continúa Marx, enfatizando el carácter creador de forma del proceso metabólico humano, “es un valor de uso, una pieza de materia natural adaptada a las necesidades humanas mediante un cambio de forma’ (1976a [1867]: 287), cuya transformación se efectúa además a través de ‘el uso y construcción de instrumentos de trabajo’, que, ‘aunque presentes en germen entre ciertas especies de animales, es característico del proceso de trabajo específicamente humano» (1976a [1867]: 286). En suma, todas las determinaciones del trabajo humano como actividad vital transformadora y consciente son mantenidas por Marx en la versión más desarrollada de la crítica de la economía política desplegada en ‘El Capital.’[7]

 

3. EL CARÁCTER INMANENTEMENTE SOCIAL DEL TRABAJO Y LA PRODUCTIVIDAD SUBJETIVA HUMANA: SER SOCIAL Y CONCIENCIA

La “transformación de la naturaleza inorgánica” (Marx, 1992a [1844]: 328-9) en una forma “adaptada a las necesidades humanas” no agota el carácter intrínsecamente mediado de la actividad vital humana que sustenta la necesidad de su forma consciente. Otra mediación que se suma a la complejidad del proceso humano del metabolismo radica en el carácter social necesario de la actividad productiva (Marx, 1993 [1857-8]: 83-4). Porque, si bien las facultades productivas humanas están a cargo de cada individuo particular, el desarrollo y la actualización de estas potencialidades que caracterizan su género, es decir, la realización de los poderes transformadores del ser humano, sólo pueden afirmarse a través de la unidad orgánica de las vidas individuales, a través de la vida social. En efecto, como señala Iñigo Carrera (2007: 47-8), las facultades productivas humanas de origen individual sólo pueden constituirse socialmente, es decir, sólo pueden desarrollarse como resultado de la acción productiva de otros individuos (que, por ejemplo, han participado en la producción de los valores de uso cuyo consumo resultó en los atributos productivos soportados por la fuerza de trabajo de individuos anteriores). Además, el trabajador individual produce valores de uso no sólo para su propio consumo, sino para otros, es decir, valores de uso social. Como dice Marx en los Manuscritos de París:

Hemos visto cómo… el hombre produce al hombre, a sí mismo y a los demás hombres; cómo el objeto, que es la actividad directa de su individualidad, es al mismo tiempo su existencia para los demás hombres, su existencia y la existencia de ellos para él… Actividad y consumo… en su contenido son actividad social y consumo social. (1992a [1844]: 349)

Nótese, sin embargo, que esto no significa simplemente que la actividad productiva humana presuponga siempre un ‘contexto social’ dentro del cual tener lugar (por ejemplo, ‘instituciones’ sociales concebidas sociológicamente que ‘estructuran’, ‘condicionan’ o ‘restringen’ la ‘agencia’ humana). Así planteada, la relación entre el carácter social e individual de la actividad productiva humana se vuelve completamente externa. Por eso, pocas líneas más adelante, a través del ejemplo de la actividad aparentemente aislada «en el campo de la ciencia», Marx pone de relieve el carácter social inmanente del trabajo como acción individual, es decir, su determinación como un gasto material de poderes corporales asumidos individualmente pero socialmente constituidos para transformar la naturaleza externa, conscientemente, en un medio para la vida humana:

Es necesario, sobre todo, evitar establecer una vez más la «sociedad» como una abstracción frente al individuo. El individuo es el ser social. Su expresión vital, aun cuando no se presente en la forma directa de una expresión comunitaria, concebida en asociación con otros hombres, es por tanto expresión y confirmación de la vida social. La vida individual y genérica del hombre no son dos cosas distintas. (1992a [1844]: 350)

Así, la organización y regulación del proceso individual del metabolismo humano con la naturaleza externa adquiere una complejidad cognitiva cualitativa y cuantitativa adicional. Necesita afirmarse como un “elemento orgánico del trabajo total de la sociedad” (Marx, 1976a [1867]: 165), es decir, postular su unidad social general subyacente a través de su articulación material con los procesos vitales de otros individuos humanos. Para decirlo de otra manera, la producción de vida a través del gasto y desarrollo de los poderes o fuerzas productivas del individuo humano, es decir, una relación material o natural, toma una forma concreta necesaria (y por lo tanto está necesariamente mediatizada) en y a través de las relaciones sociales, que por lo tanto se determinan como relaciones sociales de producción.[8]

La producción de vida, tanto de la propia en el trabajo como de la nueva vida en la procreación, aparece ahora como una doble relación: por un lado como relación natural, por otro lado como relación social, social en el sentido de que denota la cooperación de varios individuos, sin importar en qué condiciones, de qué manera y con qué fin. (Marx y Engels, 1976 [1845]: 43)

La determinación esencial más general que está en juego en todas las formas sociales del proceso vital humano es, por lo tanto, la organización de la unidad del carácter social de los trabajos individuales, es decir, la regulación social de la distribución del trabajo total de la sociedad en sus diferentes formas concretas individuales para reproducir y expandir la materialidad de las facultades productivas de los seres humanos. El carácter históricamente cambiante de las relaciones sociales de producción está dado por la forma específica en la que cada sociedad media «la participación del individuo en la producción general» o la postulación del «trabajo del individuo… como trabajo social». (Marx, 1993 [1857–8]: 171–2.)[9]

Por otra parte, esto significa que en su condición material de capacidad específicamente humana para organizar el proceso vital, la conciencia comporta siempre una doble determinación tanto como la actividad laboral que organiza y regula (Iñigo Carrera, 2007: 43-9). La conciencia no se ocupa así simplemente de la regulación de la apropiación individual de las potencialidades de naturaleza externa para transformarla, sino que también debe mediar en el establecimiento de la unidad inmanente del trabajo individual con el proceso metabólico socialmente general del que es un elemento orgánico. En otras palabras, la conciencia necesita articular la determinación de la actividad productiva individual como parte de la división social general del trabajo. Como atributo soportado por la individualidad y corporeidad de cada ser humano, la conciencia es así el poder o capacidad personal para participar en el establecimiento de la unidad del trabajo social a través de la acción productiva individual, es decir, para regular el carácter social del trabajo individual.

En este sentido, la conciencia, y junto con ella el lenguaje (por lo tanto, la subjetividad humana propiamente dicha), es también producto “evolutivo” del desarrollo de carácter social del trabajo:

El lenguaje es tan antiguo como la conciencia, el lenguaje es práctica, conciencia real que existe también para los demás hombres, y sólo por eso existe también para mí; el lenguaje, como la conciencia, sólo surge de la necesidad, la necesidad, del trato con otros hombres. Donde haya relación, existirá para mí: el animal no se “relaciona” con nada, no se “relaciona” en absoluto. Para el animal, su relación con los demás no existe como relación. La conciencia es, por lo tanto, desde el mismo comienzo un producto social, y permanecerá así mientras los hombres existan. (Marx y Engels, 1976 [1845]: 44, énfasis añadido)[10]

La determinación de la conciencia por el carácter social del trabajo no pertenece sólo a su génesis natural. También apuntala sus subsiguientes modos de existencia y desarrollo, de modo que, como subrayan Marx y Engels en su conocida afirmación aforística, la conciencia [das Bewusstsein] nunca puede ser otra cosa que el ser consciente [das bewusste Sein], y el ser de los hombres es su proceso vital real» (1976 [1845]: 36). Además, en la medida en que este proceso de vida real esté formalmente determinado por modos sociales de existencia históricamente cambiantes, también lo estarán las formas concretas de la subjetividad humana que, a su vez, median el establecimiento de la unidad de las relaciones sociales de producción a través de la acción consciente y voluntaria de los individuos. En otras palabras, todas las formas sociales concretas asumidas por la subjetividad humana consciente y voluntaria son la forma en que los individuos se ven tanto a ellos mismos como a los modos de existencia históricamente determinados de sus relaciones sociales, que son dos caras de una misma moneda una vez superada la aparente exterioridad entre sociedad e individuo. A través de las diferentes formas de subjetividad, los seres humanos organizan, por lo tanto, el desarrollo de sus acciones individuales como momentos orgánicos de la reproducción material de la unidad socialmente mediada de su proceso metabólico con la naturaleza, es decir, su conciencia está siempre determinada como ‘conciencia de la práctica existente’ ( Marx y Engels, 1976 [1845]: 45).

De ello se deduce que el punto del materialismo de Marx no es concebir el ser social como una existencia autosubsistente que externamente «causa», «condiciona» o «moldea funcionalmente», desde tal exterioridad, una conciencia igualmente autosubsistente. Tal separación y la consiguiente relación externa del ser social y la conciencia, con esta última flotando en el aire en una «superestructura» de la sociedad concebida ontológicamente, sería ciertamente idealista. Análogamente a la relación entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales discutidas anteriormente, la clave para superar tales representaciones dualistas es captar el ser social o las relaciones sociales de producción como el material interno y el contenido social, que necesariamente se realiza, y por lo tanto existe, en la forma de las determinaciones de la conciencia del individuo humano[11] . Como dice Marx sin rodeos y sucintamente en los Manuscritos de 1861-1863, «las relaciones sociales sólo existen entre los seres humanos en la medida en que piensan» (1988 [1861-3]: 232). En otras palabras, no existen relaciones sociales de producción o formas de práctica productiva humana (y con mayor razón, tampoco fuerzas productivas materiales de trabajo) cuyas determinaciones puedan concebirse en abstracción de (es decir, no mediadas inmanentemente por) la conciencia. Fuerzas productivas del trabajo social, relaciones sociales de producción y formas de la conciencia constituyen la unidad indisoluble entre el contenido y la forma de las determinaciones de la subjetividad productiva humana y de la práctica en el proceso de la “historia natural”, es decir, del trabajo humano y su desarrollo histórico.

 

4. CONTROVERSIAS SOBRE LA PERSPECTIVA DE MARX DEL TRABAJO HUMANO 

Una primera línea de críticas a la noción de trabajo de Marx surgió fuera del marxismo en la segunda mitad del siglo XX y son de origen sociológico o filosófico. Así, Habermas (1971 [1968], 1987 [1985]) argumenta que la concepción del trabajo de Marx concibe unilateralmente la práctica humana como ‘monológica’ o actividad meramente instrumental, y no logra poner de relieve las dimensiones constitutivas «interactivas» o «comunicativas» de la acción humana. En otras palabras, se lee a Marx como incapaz de comprender la diferencia entre «trabajo» e «interacción» o, en La formulación posterior de Habermas, la que existe entre la acción «instrumental» y la «comunicativa», que supuestamente se encuentra en la base del proceso de vida social. Por su parte, y en una línea similar, Arendt (1998 [1958]) considera que Marx confunde la triple distinción que constituye la ‘vita activa’ del ser humano, esto es, ‘trabajo’ (como actividad metabólica meramente biológica con la naturaleza, similar a un animal), ‘trabajo’ (como actividad con un propósito que humaniza la naturaleza de una manera duradera y no efímera), y aún más crudamente, ‘acción’ (como un autoinicio radical, necesariamente colectivo y ‘público’, como fin en sí mismo). A la luz de la discusión anterior, se podría argumentar que estas críticas se basan en una mala lectura de la perspectiva de Marx sobre las determinaciones del trabajo (particularmente graves en el caso de Arendt) (Holman, 2011), en la medida en que pasan por alto el irreductible carácter social inmanente de la actividad productiva. Por lo tanto, son estos autores quienes en realidad, y erróneamente, reducen el trabajo a un intercambio material asocial, puramente individual con la naturaleza. Como consecuencia, necesitan encontrar otras dimensiones de la acción humana, que por lo tanto se vuelven «autónomas» del proceso de reproducción material, para que la vida social alcance la unidad. En otras palabras, en los enfoques respectivos de Habermas y Arendt, la unidad intrínseca entre las diferentes determinaciones del trabajo humano se “fosilizan” en “dimensiones” de la acción humana extrínsecamente relacionadas o, peor aún, en formas claramente distintas de la acción humana.[12]

En segundo lugar, algunos marxistas mismos han planteado ciertas objeciones que discrepan en parte con el propio tratamiento del trabajo de Marx (primero), en la medida en que implica una visión «afirmativa» del trabajo como la esencia «transhistórica» ​​de la vida humana que sería emancipada con la superación del capital. En su lugar, plantean una crítica negativa del papel ontológico o de automediación históricamente específico del trabajo en el capitalismo, que en realidad debe ser abolido bajo el comunismo. Paradigmáticamente, este es el caso del trabajo más ampliamente discutido de Postone (1996) y del enfoque menos conocido pero similar de Kurz y la Wertkritik alemana (Jappe, 2014; Larsen et al., 2014). Más concretamente en el caso de Postone, argumenta que mientras que en las sociedades no capitalistas “la distribución social del trabajo y sus productos se efectúa mediante… relaciones sociales manifiestas», en la «sociedad determinada por la mercancía» (es decir, el capitalismo) «el trabajo mismo constituye una mediación social en lugar de relaciones sociales abiertas’ (Postone, 1996: 149-50). Según Postone (1996: 148), este papel socialmente automediador del trabajo en el capitalismo deriva a su vez del carácter dual que adquiere, en virtud del cual no sólo produce valores de uso para otros como actividad intencional que transforma la naturaleza en un determinado modo (lo que Marx llama trabajo concreto) sino que también actúa como medio de adquisición de los productos de otros. Y dado que «no existe una relación intrínseca entre la naturaleza específica del trabajo gastado y la naturaleza específica del producto adquirido por medio de ese trabajo», esa función históricamente determinada del trabajo como «medio de adquisición» debe hacerse abstrayendo «a la especificidad de… su propia forma concreta’ y sobre a la base de su carácter como trabajo en general (es decir, como trabajo abstracto) (Postone, 1996: 151-2). La interdependencia social en el capitalismo, concluye Postone, no se logra mediante relaciones sociales manifiestas, sino específicamente mediante el trabajo (abstracto) mismo (1996: 151-2). Como corolario adicional, Postone (1996: 58-68) afirma que la noción “marxista tradicional” del trabajo, que ve su papel socialmente constitutivo como una determinación genérica o transhistórica, conduce necesariamente a la naturalización de la forma capitalista del trabajo y, por ello, de las formas alienadas u objetivadas de mediación social (y formas impersonales de dominación concomitantes) a las que da lugar la primera.

Ahora, hay varios y amplios temas problemáticos y controvertidos en la contribución innegablemente estimulante de Postone; aquí sólo puedo mencionar dos que son de relevancia inmediata para este capítulo. En primer lugar, y a nivel argumentativo formal, se podría decir que el rechazo de Postone a la determinación genérica del trabajo como la forma específica de acción socialmente constitutiva de la subjetividad humana se basa en una combinación de confusión terminológica (entre ‘trabajo’ y ‘trabajo abstracto’) y razonamiento non-sequitur.[13] . Dejando de lado otras deficiencias en su discusión de la función socialmente mediadora del trabajo en el capitalismo.[14] , lo único que logra demostrar es que en esta sociedad la puesta social del trabajo se establece únicamente sobre la base de su carácter abstracto o general. Pero esto no significa necesariamente que el trabajo como tal, entendido en sentido amplio como actividad humana transformadora sobre la naturaleza, no desempeñe esta función social en las sociedades no capitalistas. También podría significar, como argumenta el propio Marx en ‘El Capital’, que en esas otras sociedades el carácter social intrínseco del trabajo individual se establece sobre la base de su carácter particular y concreto (Marx, 1976a [1867]: 170-1), que sigue siendo una determinación inmanente de la organización del trabajo social, y no de otras formas indeterminadas de relaciones sociales carentes de contenido material, productivo, cualquiera que éste sea.

Esto nos lleva a una segunda debilidad sustantiva del enfoque de Postone. Parece no estar en desacuerdo (1996: 56) con la opinión de Marx de que «toda la actividad productiva del hombre, a través de la cual se media su intercambio metabólico con la naturaleza» (1991 [1894]: 954) «es una condición de la existencia humana que es independiente de todas las formas de sociedad’ (Marx, 1976a [1867]: 133). Además, admite que “el trabajo, por supuesto, tiene un carácter social en todas las formaciones sociales” (Postone, 1996: 150). Sin embargo, si se examina más de cerca, resulta que para Postone este carácter social no es inmanente a la materialidad misma del trabajo. En cambio, Postone afirma que «en las sociedades no capitalistas, las actividades laborales son sociales en virtud de la matriz de relaciones sociales manifiestas en las que están incrustadas», siendo estas últimas «el principio constitutivo de tales sociedades», de modo que «los diversos trabajos están imbuidos de significado por las relaciones sociales que lo contextualizan’ (Postone, 1996: 150). La elección misma de los términos en las formulaciones de Postone («incrustación», «contexto social») traicionan la externalidad irreductible en las relaciones que él mismo postula entre las «actividades laborales», que se representan como un mero proceso material carente de contenido social inmanente y, por otro lado, las «relaciones sociales manifiestas», cuyo propósito interno y unidad general (es decir, su razón de ser) nunca es enunciada positivamente por Postone (sólo se las define negativamente como no basadas en el trabajo), pero que, no obstante, se dice que imponen, desde tal exterioridad, su significado (¿un significado autofundamentado?) y significancia para con el trabajo y sus productos (Postone, 1996: 171-3).

Por último, la otra controversia significativa entre los marxistas que mencionaré en esta sección se refiere a la dinámica esencial del desarrollo que, según Marx, subyace y da unidad a los modos de existencia históricamente evolutivos de la subjetividad humana, a saber, el desarrollo de las fuerzas productivas materiales del trabajo. En opinión de ciertos comentaristas críticos, esta perspectiva sólo puede conducir a una filosofía materialista de la historia ‘tecnológicamente determinista’, en la que el desarrollo ‘exógeno’ de las fuerzas productivas (entendidas como instrumentos de producción o como una ‘combinación’ particular de medios de producción y fuerza de trabajo requerida por una determinada técnica de producción, es decir, en ambos casos como ‘cosas’) actúa como el motor que engendra mecánicamente una sucesión lineal de ‘modos de producción correspondientes’ en una secuencia cronológica evolutiva rígida. Como resultado, concluyen estos críticos, la «concepción materialista» marxista implica una visión «objetivista» que minimiza o simplemente ignora el papel de la subjetividad humana y la acción en el desarrollo de la historia (Gunn, 1992). Sin embargo, como señala Clarke (1980: 21-2), un primer problema con esta línea de pensamiento es que un «determinismo tecnológico» tan crudo es completamente ajeno a las ideas de Marx y es más un reflejo de su codificación en una filosofía dogmática de la historia por la tradición marxista ortodoxa, en particular la que fue cconsolidada como la ideología estatal de la antigua Unión Soviética.[15] . Más específicamente, Clarke muestra contundentemente en su crítica pionera del marxismo estructuralista que una deficiencia crucial de la lectura ortodoxa del pensamiento de Marx radica en la noción misma de producción, que la ortodoxia marxista representó como un proceso abstractamente ‘técnico’, con relaciones sociales reducidas a relaciones de distribución constituidas por la propiedad de los medios de producción, y superpuestas extrínsecamente al proceso de trabajo directo (Clarke, 1980: 21-2)[16]

En contraposición a esta lectura ortodoxa, hemos visto que la explicación de Marx de las determinaciones del proceso de trabajo implica la unidad intrínseca indisoluble y contradictoria entre la relación material de los seres humanos y la naturaleza, y su carácter socialmente mediado (por lo tanto, entre fuerzas productivas, relaciones sociales de producción y su actualización en y a través de la práctica consciente de los individuos). También hemos visto que las “fuerzas productivas” no pertenecen simplemente a un mundo de objetos o “cosas” (es decir, los instrumentos de producción), abstractamente externos a la subjetividad humana, con su relación mutua representada como causalidad mecanicista o correspondencia funcional/estructural. O más bien, que estas comprenden el mundo de las cosas, pero en la medida en que estas últimas se captan como «productos de la industria humana»; material natural transformado en órganos de la voluntad humana sobre la naturaleza, o de la participación humana en la naturaleza, son órganos del cerebro humano, creados por la mano humana; el poder del conocimiento objetivado’ (Marx, 1993 [1857-8]: 706). Además, hemos argumentado anteriormente que no hay forma concebible de las fuerzas productivas que no exista en ya través de las determinaciones formales de la conciencia. El desarrollo histórico del primero es, necesariamente, el de la conciencia de los seres humanos, aunque materialmente captados como sujetos esencialmente productivos. En suma, el desarrollo de las fuerzas productivas equivale al desarrollo de la materialidad de la subjetividad productiva humana. En este sentido, las «fuerzas productivas» pertenecen al ámbito más íntimo de la individualidad humana y, más precisamente, de las capacidades o poderes específicamente humanos para la acción transformadora consciente. Así que este punto de vista difícilmente puede conducir, como lo implican los comentaristas críticos mencionados anteriormente, a una negación «objetivista» de la subjetividad y la acción en el desarrollo de la historia. Lo que sí niega, sin embargo, es la interpretación de la conciencia y la voluntad humanas (por lo tanto, de la subjetividad y la acción humanas) como construcciones idealistas, que solo pueden basarse en una libertad natural abstracta del individuo y, por lo tanto, privan de la especificidad misma de la sujeto humano consciente que pretende exaltar de cualquier fundamento material en el movimiento de su actividad vital como “ser objetivo sensible”. Por el contrario, la opinión de Marx de que el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo constituye el contenido esencial de la historia descubre la inmanente (en tanto que opuesta a la concepción mecanicista) determinación material de la subjetividad humana y su actividad consciente y voluntaria en el proceso de vida social.[17]


 

NOTAS

[1] En este capítulo, y siguiendo el uso de Marx en sus escritos posteriores, usaré el término ‘trabajo’ (Arbeit) para denotar la actividad productiva humana en general, es decir, en la forma más amplia posible como ‘actividad formativa’ sobre la naturaleza (Sayers, 2007).  Si bien la terminología era diferente en los primeros escritos, como los Manuscritos de París de 1844 o la Ideología alemana (Arthur, 1986: 12-19). En estos últimos textos, el término “trabajo” a veces se equiparaba con la actividad productiva enajenada bajo el dominio del capital, mientras que “autoactividad” o “actividad humana práctica” tendía a denotar la transformación consciente de la naturaleza por los seres humanos. Esta es la razón por la que es posible encontrar varios pasajes en los primeros escritos en los que Marx afirma que la emancipación humana y la superación de la alienación implican la «abolición del trabajo» (por ejemplo, Marx y Engels, 1976 [1845]: 87).

 

[2] Sobre el linaje hegeliano de esta perspectiva de las determinaciones del proceso natural de la vida, así como sobre la distinción “naturaleza orgánica/inorgánica”, véase Foster y Burkett (2000).

[3] Como también señala Sayers (2007), esta visión amplia del trabajo como actividad que da forma a la naturaleza se remonta a Hegel (cf. 1977 [1807]: 118; 1991 [1821]: 56, 196–7). Esto no es para negar que otras especies sean capaces de “objetivar” (aunque más instintivamente que intencionalmente), en el sentido de “transformar lo que es naturalmente dado en mundos hechos a la imagen de sus propias necesidades y capacidades” (Fracchia, 2005: 44); un fenómeno del que Marx era perfectamente consciente (Marx, 1976a [1867]: 283, 1992a [1844]: 329). Sin embargo, no solo el poder transformador de los animales no humanos es muy limitado y unilateral (Fracchia, 2017), sino que sus formas humanas implican no solo una diferencia cuantitativa (es decir, de grado) sino una autodiferenciación cualitativa de lo natural. proceso de vida más allá sus modos de existencia meramente «animales» (y esto incluye cualquier poder «mental» incipiente para el «razonamiento» que pueda encontrarse entre los animales no humanos).

[4] En efecto, como sugiere McNally (2001: 79), con el advenimiento del posmodernismo como la forma dominante del autoproclamado pensamiento social radical, cualquier referencia a las determinaciones naturales en la vida humana suele verse como un «prejuicio modernista» pasado de moda. Por otro lado, la cuestión se complica aún más por el uso ideológico de la teoría evolutiva que hace la “sociobiología”, que naturaliza formas existentes de dominación localizando su fuente en nuestros genes (McNally, 2001: 79). Sin embargo, la reacción posmoderna que enfatiza la “producción cultural del cuerpo” podría decirse que es su imagen especular, sustituyendo un reduccionismo biológico por otro  “sociológico/cultural”. En otras palabras, la mera inversión de los términos de la relación entre naturaleza y sociedad no elimina la inevitable exterioridad de su conexión así concebida. En cambio, el desafío para un punto de vista materialista crítico es superar el dualismo en la relación entre naturaleza y sociedad, lo que significa reconocer su «unidad en la diferencia».

[5] Véase en este relato estilizado pero bien informado de McNally sobre la evolución del pensamiento y el lenguaje humanos, que muestra que crucial en este proceso ha sido el «uso de objetos intermediarios (como herramientas) para afectar el medio ambiente con fines determinados” (2001: 93).

[6] Una discusión perspicaz y pionera sobre este punto se puede encontrar en Marxism and Hegel (1973 [1969]) de Colletti, quien también rastrea el linaje intelectual de la discusión de Marx sobre el ser humano como un ser genérico antes de Feuerbach (2008 [1841] ) La esencia del cristianismo (Colletti, 1973 [1969]: 234–43). De particular importancia es la discusión de Colletti sobre la especificidad cualitativa de los seres humanos como sujetos vivos naturales vis-à-vis otras formas de vida naturales, lo que les da el carácter de un género, vis-à-vis el resto de las especies animales (Colletti , 1973 [1969]: 244–6). Por esta razón, como señala acertadamente el traductor del marxismo y Hegel, el «ser genérico» es en realidad una interpretación inglesa más adecuada del alemán Gattungswesen (Colletti, 1973 [1969]: 233, nota al pie 76).

[7] Para una lectura contraria, ver Wendling (2009: 62-66, 83-8, 96-7), quien sostiene que Marx cambió sus puntos de vista (aunque con ambigüedad), desde una perspectiva ‘vitalista’ inicial en la que el trabajo era visto como el autorrealización y objetivación formadora de la subjetividad humana en el mundo natural, a un ‘paradigma energeticista’ adoptado de la ciencia termodinámica de los científicos materialistas.

[8] Así, las relaciones sociales de producción no son para Marx simplemente “económicas”, sino que abarcan la unidad del proceso vital humano en todos sus momentos (Marx, 1977 [1847]: 212).

[9] Esa es la esencia de la frecuentemente citada carta de Marx a Kugelmann (Marx, 2010 [1868]: 68)

[10] Una vez más, como informa McNally (2001: 100-3), la evidencia científica contemporánea de la teoría de la evolución valida las ideas de Marx y Engels sobre la especificidad cualitativa del carácter social de la fabricación de herramientas (o ‘fabricación cooperativa de herramientas heterotécnica, como dice este autor) como un fenómeno distintivamente humano, por un lado, y en su conexión material intrínseca con el surgimiento de la conciencia y el lenguaje, por el otro.

[11]En este sentido, toda la discusión de Marx sobre el carácter fetichista de la mercancía podría verse como la expresión más simple del modo de existencia históricamente específico de la unidad inmanente entre las fuerzas productivas del trabajo humano, el ser social y las formas de conciencia en el modo de producción capitalista.(Starosta, 2017). Es por eso que Marx puede afirmar tanto que el valor es la forma cosificada de existencia de las relaciones sociales entre las personas (Marx, 1976a [1867]: 166) como que la reducción de la «cosa material a la abstracción, al valor… es una es una operación primordial y por lo tanto inconscientemente instintiva de su cerebro” (Marx, 1976b [1867]: 36).

[12] Para una respuesta marxista temprana a Arendt, véase Suchting (1962). Una evaluación marxista metodológicamente más reciente de las debilidades de la triple distinción de Arendt se puede encontrar en Holman (2011). Para una crítica marxista de Habermas en la línea sugerida anteriormente, ver Reichelt (2000), Elbe (2017) y Sayers (2007: 446). Postone (1996: 231) también desarrolla una crítica marxista perspicaz de Habermas, aunque basada en su rechazo idiosincrásico del rol constitutivo genérico del trabajo en el desarrollo de la subjetividad humana.

[13] Esta fusión terminológica entre “trabajo” y “trabajo abstracto” también es clave para el “Manifiesto contra el trabajo” de la Wertkritik alemana (Krisis Group, 1999).

[14] Por ejemplo, postula de manera ambigua e intercambiable que el trabajo o el producto del trabajo desempeñan la función de mediación social (Postone, 1996: 150).

[15] La fuente estándar para esta codificación es el Materialismo dialéctico e histórico de Stalin (2013 [1938]). Sin embargo, una declaración más reciente y metodológicamente más sofisticada y convincente del “materialismo histórico tradicional” ortodoxo se puede encontrar en Cohen (2001 [1978]).

[16] Como señala Clarke, esta noción de producción es característica también de los primeros trabajos de Althusser.

[17] Para una justificación de este argumento metodológico general a través de una exposición detallada de la dinámica de desarrollo de la unidad contradictoria históricamente específica entre la materialidad y la forma social de la producción capitalista (es decir, la subsunción real del trabajo al capital), que también subyace en el fundamento inmanente de las formas modernas de la subjetividad (tanto reproductora de capital como trascendente de capital), véase Starosta (2016).